Para entrar de lleno en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio tienes que concentrarte en contemplar. Parece obvio, pero no lo es, al menos para mí, hombre racional por culpa de, o gracias a, mi educación francesa muy cartesiana. La espiritualidad ignaciana tiene como eje central los Ejercicios, que, a pesar de ser la obra de una vida, San Ignacio llevaba bajo el brazo cuando colgó la espada en Montserrat y bajó a Manresa. Hace poco se celebraron los 500 años de ese acontecimiento, que hizo que la Iglesia se enriqueciera con la fijación de un vasco por poner a Dios en todas las cosas y convencer a unos cuantos amigos para que fundaran escuelas y universidades a diestro y siniestro. Hoy en día, existen centenares de estos centros repartidos por todo el mundo.

Si los Ejercicios son una larga meditación de casi un mes sobre cómo Jesús te puede transformar la vida, parece evidente que en un momento u otro de los ejercicios deberías sentarte a contemplar qué hizo el propio Jesús. Pero a mí me ha cogido por sorpresa estos días, mientras los trabajaba con un grupo de ignacianos en la Cueva de Manresa. Soy más de estudiar y focalizarme en conceptos. Hay conceptos, y muchos, en los Ejercicios, pero sin un esfuerzo contemplativo radical no los puedes entender. Se te pide una mirada contemplativa sobre lo que un Dios hecho hombre fue haciendo y diciendo sin prejuicios, aplicando los sentidos, el cuerpo y la razón, todo a la vez, dejándote llevar casi como si se tratara de un experimento. Se te pide, literalmente, contemplar como si estuvieras presente, como si estuvieras de lleno inmerso en esas escenas. La forma, pues, de hacer la meditación es contemplando, o al revés, que a veces me pierdo.

Muchos vamos a Montserrat con facilidad porque el magnetismo de la montaña nos obliga a contemplarla casi sin querer

Contemplar. Parece que la aproximación a la trascendencia es más fácil si empiezas por contemplar. Y si te pones a contemplar desde la Cueva de Manresa, que es el edificio que rodea hoy en día lo que fue la pequeña cueva sobre el río Cardener desde donde San Ignacio empezó a contemplar, no puedes obviar la presencia de Montserrat. La Montaña es omnipresente. La ves tan cerca que, incluso en los días de niebla donde todo es gris y se te esconde, ahí está. Sabes que te aparecerá tarde o temprano de entre las nubes. Y en Montserrat están los benedictinos, que son como los hermanos mayores de muchos cristianos. Los benedictinos pronto hará mil años que escogieron subir a la Montaña para rezar en comunidad. A la vez lejos del mundo y a la vista de toda Catalunya. Y se han quedado hasta ahora. Un buen amigo benedictino me dice que ellos viven rezando, mientras que los jesuitas rezan viviendo. Podéis coger el dicho por cualquiera de los dos lados, no nos discutiremos. La plegaria de los monjes es la forma más plena de contemplar, porque no solo buscan recibir la luz fruto de la contemplación, sino que son capaces de expresarla cantando. A mí me cuesta mucho. No cantar, que ni me atrevo. Rezar. Solo sé guardar silencio un rato. Después necesito andar y eso hace que para mí rezar adopte una dimensión extraña de contemplación caminadora. Se ve que también es posible, dicen los entendidos, pero hace que cueste más disfrutar de la quietud de la plegaria. Por eso soy más de los jesuitas que de los benedictinos, o benedictinas, que llevan tantos años rezando como sus homólogos.

Querría que nos quedáramos un rato con esta idea de contemplar Montserrat. Muchos vamos a Montserrat con facilidad porque el magnetismo de la montaña nos obliga a contemplarla casi sin querer. Se nos van primero los ojos, y después los pies. En ella encontramos una atracción espiritual indefinible, como bien expresaba mi amigo Sergi Sol, poco sospechoso ser un misero. Quizás para la Iglesia sea una mala noticia que en Catalunya solo haya dos nuevos seminaristas este año. Pero tenemos los caminos del amar de Dios tan cerca, con Montserrat y la Cueva cerca la una de la otra, justo en medio del país, que solo tenemos que contemplar con los ojos del corazón, y dejar que él haga el resto. Así, contemplando Montserrat desde la Cueva o desde cualquier otro rincón de Catalunya, nos acercaremos, cuando menos, un poco más a la trascendencia. Y todo es empezar.