La población creyente -concretamente católica- en Catalunya crece durante el confinamiento: en 2020 ha aumentado en más de 440 mil el número de personas que se declaran católicas a Catalunya. En Barcelona, son 86.000 las personas que participan en este incremento. Ciertamente no hay una consecuencia visual. Los católicos no son vistosos, y pasan desapercibidos. No se nota. Según el Papa Francisco, eso es un problema, porque se debería notar que una persona es creyente, ciertamente no por como va adornada, sino por como actúa. La praxis debería connotar una vivencia interna. Si ahora hiciéramos una macro-encuesta por la calle, no sé si la gente advertiría que hay una ola de bondad y perdón (características que el catolicismo promueve). Creo que no. Los católicos que conozco, que son muchos y variados, no son nuevos. No he conocido ningún caso de conversión durante el confinamiento. No sé de nadie que tuviera una religión y ahora tenga otra, habiendo escogido el catolicismo. Tampoco conozco casos de no creyentes que hayan abrazado la fe en estos meses. Pero sí que he estado cerca de muchos pseudo-creyentes que se han despertado y sospecho que forman parte de este grupo que ahora, al ser preguntado, admite que sí, que es católico, y que hasta ahora quizás decía que era indiferente, agnóstico, ateo o que no sabía no respondía. Conozco personas que han encontrado refugio en la fe durante estos meses. Gente que ha visto cómo la ciencia ha sido una gran respuesta, pero que no la idolatran y necesitan también otro tipo de conexión más profunda. Y buscan. Ayer vino a verme una alumna que me confesaba, con aquella libertad de pensamiento de cuando tienes 20 años, que no era religiosa, pero sí "muy espiritual". La religión da urticaria, la espiritualidad atrae.

Hace un año, en febrero de 2020, eran 54,2% los catalanes que se declaraban católicos, 4.185.434 millones de personas. El 18 de diciembre de 2020 la cifra aumentaba a un 59,9%. Los datos de este crecimiento religioso catalán provienen del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat. En confinamiento, la gente se da cuenta de la fragilidad constitutiva del ser humano, que como los filósofos nos recuerdan, es un ser que nace con la muerte impresa. Nos moriremos, sí Señor, y en momentos de vulnerabilidad lo tenemos más presente. Primero, porque vemos la muerte, la de los otros y la nuestra, más cercana. Y segundo, porque el tiempo para pensar propicia reflexiones existenciales y preguntarse qué hacemos aquí, donde vamos, por qué vivimos.

El presidente de los obispos españoles, que también es arzobispo de Barcelona, Joan Josep Omella, lo aduce a que la pandemia nos abre muchos interrogantes sobre la vida, "muchas personas empiezan a pensar en el más allá, y la formación católica que hemos recibido ayuda a encontrar una pizca más de luz y de esperanza. Eso, creo, ayuda a recuperar la fe en muchos casos". Barcelona y Girona son las provincias donde esta revitalización cristiana ha sido más evidente, seguidas en orden por Tarragona y Lleida. Porcentualmente, donde ha más aumentado ha estado en Girona: de 395.000 personas se ha pasado en 528.000. El catolicismo, sin embargo, sigue estando escondido. Algunas iniciativas digitales han permitido que la gente siguiera sintiendo el calor de la comunidad. Pero también hay personas que son creyentes anónimas, que no tienen este espíritu comunitario y lo que valoran es poder entrar en una iglesia y que nadie sepa quién son, qué hacen, de dónde vienen. Ahora, con los videoconferencias, las misas online, los encuentros multitudinarios, este anonimato es más complicado si no eres hábil digitalmente y pones otro nombre y fondo de pantalla. Ahora no puedes "ir a misa" y que no se vea quién eres, porque sale tu nombre e incluso se registra tu correo. Vivimos los derechos fundamentales bajo tutela, vigilados y controlados. Hay gente que vive la religión en intimidad, y ahora paradójicamente, pese a estar cerrados en casa, les cuesta más.

Los mosenes también han sido campeones del zoom y se han pasado muchas horas escuchando a la gente con problemas de salud mental y preocupaciones espirituales. Los sociólogos de la religión tendrán trabajo. La secularización en tiempo de pandemia no es evidente, y el repliegue lleva -las cifras lo demuestran- a un redescubrimiento de la tradición religiosa que se había restañado. Más que un descubrimiento es una mirada retrospectiva: quizás lo que nos habían inculcado no era tan nocivo, deben pensar algunos. Tal vez esta propuesta cristiana tiene sentido, descubren otros. Sea como sea, la fe también se pasea por el espacio confinado. En momentos de dificultad, volver a averiguar dónde dirigir la mirada es un ejercicio que no han hecho sólo cuatro gatos.