Después de volcar nuestra frustración airada en un grupo de faranduleras panchitas, los catalanes hemos pasado la semana segregando bilis contra una conciudadana argentina que trascendió a las redes cuando, preguntada en el portal Barcelona Secreta sobre qué parte de la ciudad intenta evitar, la señora en cuestión respondía: "absolutamente todas, y cuanto más catalana, más intento evitarla". Acto seguido, esta hija de la gran Pampa remachaba sentir predilección "por los lugares donde hay mucha inmigración, como el barrio de San Roc (dicho en español, solo faltaría), un lugar con gitanos". Vale la pena fijarse en este último ejemplo pues, si el señor Idescat no me engaña, el barrio de Sant Roc presenta un 6,47% de población extranjera, un dato muy inferior al de cualquier distrito barcelonés, desde los teóricamente paupérrimos como Ciutat Vella (52,54%) a los más adinerados como Sarrià-Sant Gervasi (17,11%).
Desconozco si esta conciudadana tiene una debilidad especial por la etnia gitana (afortunadamente, las estadísticas de población extranjera que tejemos y destejemos en Catalunya discriminan países, no razas) y me inquieta todavía más que lleve bastante tiempo viviendo en Barcelona y paseando por la soleada Badalona desconociendo que los gitanos también pueden entrar en la putrefacta categoría de "catalanes", ¡y que por muchos años formen parte de nuestra historia! En cualquier caso, como decía al inicio, si esta persona quiere andar por el mundo sin ver un solo catalán en Barcelona —hay que aclararlo, ella dice sentir idéntica repulsión por los españoles— para fortuna de todos, tiene muchísimas rutas en las que la probabilidad será mucho más benévola con su xenofobia. Paralelamente, oso informarla de que —para la mayoría de los catalanes sensatos— toda la gente con quien se tropezará forma parte de nuestra diversa nación...
Después de una investigación periodística digna de un Watergate, conducida por el compañero Berto Sagrera, ElNacional.cat nos informaba recientemente de que la protagonista de toda esta jarana, llamada Paula, ejerce como dominatrix en una mazmorra del barrio Sants, bajo el seudónimo de Diosa Tisífone (como recuerda el mismo articulista, la figura mitológica encargada de vengar a los asesinos en el Tártaro). Pero la cosa no acaba aquí; después de unos años ejerciendo el arte de golpear en Brooklyn y París, Paula llegó a Barcelona perfeccionando la propia ciencia de una sutilísima forma; ¡sus víctimas no solo tenían que obedecerla para degenerarse placenteramente, sino que los obligaba a leer libros sobre feminismo y justicia social! La señora nos conoce bastante bien porque, preguntada sobre su oficio en la revista Playgirl, la argentina había declarado que los catalanes, a la hora de recibir, "están obsesionados con la caca".
¿Hija mía, hay alguna cosa más catalana que darnos placer mientras se nos defecan encima? ¡Te tendrían que dar la Creu de Sant Jordi, reina!
Con toda esta información, ahora ya podemos afirmar que —mal le pese y a mi entender— nuestra querida argentina Paula es más catalana que el pa amb tomàquet. Primero, porque la mayoría de nuestro pueblo, aparte de sentir una gran superioridad moral hacia los españoles, profesa un escasamente disimulado autoodio contra la propia tribu. Nosotros, querida Paula y por mucho que nos pese, también odiamos a los catalanes y hacemos todo lo posible para evitarlos. Yo te entiendo perfectamente; resulta muy fatigoso vivir entre gente que ama mucho más una cosa tan triste, pobre y desdichada como una botifarra que unas deliciosas mollejas, si puede ser con un toque de sal y limón. Es muy aburrido, tienes toda la razón del mundo, convivir con un pueblo que exige liberarse todo el santo día y no tiene ningún tipo de ganas de pagar el precio. Los gitanos, cuando menos, tienen la rumba y el ventilador...
Pero tengo una mala noticia, Paula. Tú también eres catalana, porque todo eso lo compartes felizmente con nosotros. Fíjate si eres de la tribu, que has acabado dominando machos los cuales, muy seguro, exigen que te cagues encima con dulce alegría mientras los obligas a leer fragmentos escogidos de El segundo sexo. ¿Hija mía, hay alguna cosa más catalana que darnos placer mientras se nos defecan encima? ¡Te tendrían que dar la Creu de Sant Jordi, reina! Piensa que, en efecto, el servicio público que perpetras favorece la unidad nacional como ningún otro y te juro que nunca te faltarán clientes, ¡en el barrio de Sants o en el último pueblecito del Pirineu! ¿Tú sabes cómo llegamos a disfrutar con la vejación fecal, sea en forma de financiación singular o de la cesión de competencias migratorias? Te lo ruego, por favor, no te marches nunca de Barcelona y sigue odiándonos, porque cuanto más lo hagas más nos necesitarás.
De hecho, con el fin de contribuir a la causa, yo mismo vendría a la consulta. Sin embargo, contraviniendo mi patriotismo militante, eso de la caca y de los vínculos sexuales me es una experiencia ajena (en casa somos más de cama y el misionero o las cuatro patas de toda la vida). Aparte, te lo tengo que confesar, yo también tengo mi parte de xenofobia. A pesar de tener muchos amigos, la argentinidad es una condición mental que me saca de quicio. Exige, en general, mucho diálogo antes del fornicio. Pide saber de todo un poco y poca cosa en profundidad. Ciertamente, gasté mi cuota de tu preciosa nación cuando estaba borracho y me amistaba con la práctica totalidad de cocteleros argentinos de la ciudad. Discúlpame, pues, que cuanto más argentina sea, más quiera evitarla. En eso también nos parecemos, ya ves tú qué cosas tiene la vida. Querida Paula; sos parte integral de las cuatro barras, che.