España es un proyecto que entusiasma a determinada gente, que sea una idea absurda, autoritaria, repugnante, para otros, no borra la evidencia de los hechos crudos y netos. España no sólo es una manera de vivir muy bien a cuenta de las colonias, de los Países Catalanes y de Euskadi —los únicos territorios del Estado español que generan riqueza—, también es un cálido ideal patriótico para algunos seres humanos. Ni se improvisa ni se puede imitar. Es el ideal coronado por la bandera borbónica roja y amarilla, la que sale del señal de las Cuatro Barras de la Alta, Condal y Real Casa de Barcelona, amenizado por el himno del chunta-chunta que el patriota español Pablo Iglesias calificó en su momento como “cutre pachanga fachosa”. España tiene a sus partidarios sinceros y abnegados, militares que quieren bombardear el Parlament de Catalunya, sede de la soberanía popular catalana, periodistas que, sistemáticamente, ven bien todo lo que hace el españolismo político y mal todo lo que aporta el independentismo catalán. A blanco y negro, sin matices. Porque mientras hay personas reales, de carne y hueso, que compaginan ambigua y entusiastamente una identidad nacional española con otra identidad nacional catalana, no hay ningún nacionalista español que esté dispuesto a tolerar una doble nacionalidad, una identidad mixta y de compromiso entre España y Catalunya. Tampoco ninguna otra identidad mixta, como entre España y Marruecos. O entre España y México o entre España y Portugal. España, la España de hoy es autárquica, monolítica, monolingüe y monótona, incapaz de despertar simpatías internacionales por su rampante causa nacionalista.

De manera que la España encantada de haberse conocido, la España con complejo de superioridad —una forma más del complejo de inferioridad— nunca aceptará ninguna otra solución política que no sea el mantenimiento íntegro del territorio de la sagrada unidad patriótica, la eliminación de todas las comunidades autónomas y la destrucción de todas las culturas políticas alternativas al españolismo asimilacionista. El único proyecto de la España actual es el de la feroz derecha españolista, sin espacio para el antiguo federalismo de izquierdas o para la convivencia, en un plano de igualdad, de los diversos pueblos y naciones del Estado español. El único proyecto de la España democrática de hoy es, más allá de la retórica vacía y de las buenas intenciones de algunas bellísimas personas, exactamente el mismo proyecto nacional de la España del general Franco. El viejo Santiago y cierra España de la dictadura sin ninguna novedad. Por eso no deja de ser sorprendente la ingenuidad de algunos dirigentes políticos que continúan intentando contentar a la fiera carnicera del españolismo con todo tipo de pactos, de concesiones y de renuncias. No hay nada, absolutamente nada, que pueda decir o hacer el independentismo político para que los presos políticos puedan salir de la cárcel española. No hay nada que se pueda hacer para que los exiliados puedan volver a casa. Ninguna política informativa para Tevetrès jamás podrá satisfacer el españolismo de Albert Rivera. Ninguna alternativa factible a la independencia de Catalunya que no sea la España de la revancha y de la férrea matriz castellanista imperial. Colaboracionistas nativos los hay siempre en cualquier conflicto entre la metrópoli y las colonias. Son personajes inevitables. Lo que no habrá nunca es un motivo ideológico, honrado ni honorable, para el colaboracionismo con los enemigos de la República catalana. Como mucho razones personalísimas y particulares.