Para analizar la política catalana solo hay que hacer una cosa tan sencilla como dejar pasar un poco el tiempo. Sucede como cuando un amigo se enamora de una pelandrusca que solo lo desea por muscular vanidad y, mientras te explica con los ojos encendidos de luz que vivirán juntos por los siglos de los siglos, tú ya imaginas el día en qué te llamará para que lo consueles en la barra de una coctelería. Ahora ocurre exactamente lo mismo, pero, gracias a la hipervelocidad del mundo y a la estupidez oceánica de nuestros líderes, la decepción cada día es más rápida. Es así como, por ejemplo, mosén Junqueras nos había contado hace muy poco la buena nueva de las reformas al Código Penal enemigo como una garantía de acabar con la losa delictiva (y la inhabilitación) que pesaba sobre la mayoría de nuestros mártires. En términos de pacificación, decía Oriol, todo dejaría los acuerdos del Viernes Santo como un simple juego de aficionados.

Pues bien, ayer mismo el independentismo recibía el enésimo baño de realidad y sabíamos que el juez Marchena confirmaba la inhabilitación de Dolors Bassa, Jordi Turull, Raül Romeva y el mismo Junqueras, impidiéndoles contribuir a unas elecciones hasta el año 2031, extinguiendo también las del resto de encausados. Hasta aquí, en resumen, la jugada maestra y la nueva filosofía pujolista del Código Penal en el bote de los genios de Esquerra. Ayer hacía mucha gracia ver a la mayoría de políticos republicanos haciendo de convergentes, diciendo que los jueces españoles no habían retirado las penas a todo dios porque habían aplicado mal una ley bien hecha. El argumento tiene gracia, sobre todo porque, como saben los mismos encausados del Procés, las togas del Supremo no necesitan ninguna ley, ni bien hecha ni desfigurada, para inventarse tumultos, sediciones y, si hace falta, bombas atómicas, mientras el objetivo sea poner a algún indepe en chirona.

Sánchez todavía tiene unos cuantos indultos en el zurrón para hacer que Junqueras le vaya aprobando leyes chupiguais, multisexuales, presupuestos... y, si es necesario, todo el himno de España en patinete.

Hay cosas que hace un poco de vergüenza explicar, a estas alturas del vodevil, pero el listón de la tribu es tan bajo que habrá que volver a hacerlo. Pedro Sánchez cedió a la reforma del Código Penal que pedía Esquerra no porque quisiera desjudicializar (uf) el conflicto catalán, sino porque sabía a ciencia cierta que, con la reforma actual, los jueces seguirían haciéndole el trabajo sucio. De la misma manera que el presidente aprovechó la represión policial y jurídica de Rajoy para hacerse el magnánimo y bajar el acelerador de los coscorrones ante un independentismo ya vencido, ahora Sánchez también ha intuido genialmente que, cediendo un poco con la reforma penal, podía recobrar políticamente el centro en Catalunya (así lo está haciendo muy bien Salvador Illa) pero también en España, a base de respetar la decisión final de Marchena. Yo ya os he cambiado la ley, diría el líder socialista: lo que no puedo es hacer desaparecer a los jueces fachas.

Como siempre, cuando juegas a hacerte el listo con el Estado, este te mete una soberana paliza. La historia de todo esto todavía tiene más gracia, porque, cuando se aprobó la modificación de los delitos de rebelión y sedición, Esquerra permitió y pactó que el PSOE, a través de Patxi López, aclarara en seguida que la reforma en cuestión seguiría penando los intentos de golpe de Estado no violentos y, especialmente, que garantizaría el procesamiento de Puigdemont en caso de retorno. Como pasa siempre, a los líderes de ERC no solo les ha acabado traicionando su inaudita estupidez a la hora de charlar de tú a tú con un estado, sino también su odio militante a cualquier cosa que huela a convergente (todavía más si se refiere al presidente 130). Después de favorecer el blanqueo de la proyección internacional de España con el cambio del Código Penal, pobrecitos míos, no les dejan ni ejercer de concejal de parques y jardines.

De hecho, y por si les faltara munición a los socialistas, la resolución de Marchena ha complicado todavía más el juicio a Jové, Salvadó y los excargos del Gobierno a causa del 1-O, con lo cual Sánchez todavía tiene unos cuantos indultos en el zurrón para hacer que Junqueras le vaya aprobando leyes chupiguais, multisexuales, presupuestos... y, si es necesario, todo el himno de España en patinete. En resumidas cuentas, no hace falta que nos deprimamos, porque necesitamos treinta años de Convergència para ver que eso de tenerlo todo en el bote no iba muy lejos y, afortunadamente, solo unos cuantos meses de Código Penal en el bote para llegar a la misma y exacta conclusión. De vez en cuando y sin que sirva de precedente, nuestros tiempos nos regalan una cierta alegría.