Poco más de un mes, desde que trascendió el escándalo de los trenes encargados con exceso de gálibo, han tardado en saltar el presidente de Renfe, Isaías Táboas, y la secretaria de Estado de Transportes (antes, presidenta de Adif), Isabel Pardo de Vera. Sin embargo, la pifia descomunal, en parte debida a la incomunicación personal y material entre las dos entidades gubernamentales, fruto de la enemistad partidista (ya saben: hay amigos, enemigos y compañeros de partido), era conocida desde hacía dos años. ¡Desde hace dos años!

La primera pregunta es por qué ha saltado ahora este monumento a la incompetencia —estamos en el terreno de los ingenieros, ¡el terreno de la exactitud!—. Nadie da respuesta. Quizás los dimitidos el lunes sí lo podrían explicar, vistos sus cargos, reitero, Renfe y Adif, es decir, los responsables directos del pedido de los convoyes destinados a la línea métrica (de un metro de ancho) del Cantábrico, vaya, de vía estrecha.

A falta de una explicación por parte de sus responsables, ahora desaparecidos, solo queda una sospecha bastante razonable. En las puertas de una contienda electoral que se presenta muy disputada, algún portador del secreto ha decidido liberarlo. Quizás el portador de este secreto no esté o no haya estado lejos de Ferraz u otros centros de poder socialista, y le ha parecido que ahora es el momento de ajustar las cuentas. Razonable resulta esta explicación.

A pesar de la aportación catalana a la caja española, el trato recibido, otra vez, es lo que corresponde a ciudadanos de segunda

De todos modos, más llamativa resulta todavía la insólita puesta en marcha de una cierta reparación. ¡Elecciones mandan! Y es muy llamativa, porque sin ir más lejos, en Catalunya, solo Rodalies sale, como mínimo, a un incidente diario; y no este año, sino desde que tenemos memoria de sufridores (otros lo llaman usuarios). Que se sepa, nadie ha dimitido nunca por el fiasco permanente del transporte ferroviario en Catalunya, transporte que se quiere alternativo a todo el resto, por su sensiblemente menor impacto medioambiental. Rodalies funciona mal, incluso cuando funciona, y no tiene visos no ya de mejorar, sino de que los responsables tengan intención de mejorarlo. Y, claro está, no dimite nadie.

En cambio, afectadas dos comunidades, mucho más pequeñas y con muchos menos votantes y usuarios, con Revilla como cabecilla de la protesta al frente, la cuestión ha encontrado responsables y una solución paliativa, pues los nuevos trenes sufrirán el retraso de dos años: gratuidad de Renfe, tanto en cercanías como en vía estrecha, mientras no se repare la chapuza. Es decir, hasta la puesta en marcha de los nuevos trenes.

Está claro que, a pesar del número de catalanes en las altas esferas de obras públicas, transportes y/o infraestructuras del centralismo ibérico, las anchoas de Santoña pesan más que las de L'Escala.

O lo que en la práctica viene a ser su consecuencia: a pesar de la aportación catalana a la caja española, el trato recibido, otra vez, es lo que corresponde a ciudadanos de segunda, que pagan, eso, sí como les toca a los de primera.

Se vuelve a repetir la historia, de hecho una historia interminable, esta sí que no se reescribe, de que el centralismo madrileño, administrado incluso en todo o en parte por catalanes, implica pasar de los catalanes, de todos, de los que los votan y de los que no los votan.

Cuesta comprender este ensañamiento con los propios votantes y el afecto que sus electores les siguen deparando. Una toxicidad que sufrimos todos, eso sí, en plena igualdad Principado adentro. Como ciudadanos de segunda.