Sí, Catalunya vive, a día de hoy, un gran momento. No es sarcasmo. Lo digo de verdad. A menudo cometemos el error de reducirlo todo a la política —a la política en minúscula, la de los partidos, quiero decir—. "Todo es política", ciertamente. Pero hay políticas y políticas. Y la de los partidos es, sin duda, una importante, pero solo una. Una que pasa, además, a día de hoy en Catalunya por unos momentos, diríamos, bastante intrascendentes, grises, de impasse, de forzada e impostada —casi tediosa— normalización de la anormalidad. No pasará a la historia, ciertamente, la actual coyuntura política institucional catalana. Pero diría que les exigimos demasiado a los partidos, y que los criticamos demasiado: no todos los momentos pueden ser heroicos, a nivel institucional. Los hay más mediocres que otros, y el que transitamos a día de hoy es "ñoño". Qué le vamos a hacer.

Pero Catalunya vive, insisto, un gran momento. ¿A qué me refiero? Pues, obviamente, a la "otra política", la "micropolítica" del día a día, la que "deberían" hacer pero que, en general, no suelen hacer los ciudadanos y que, no obstante, desde hace un tiempo, sí que han empezado (o vuelto) a hacer una porción no insignificante de catalanes. Pongamos algo de contexto: de los hechos de 2017 empieza a ponerse de manifiesto que fueron, un poco —hago ahora un símil veraniego porque estamos a 9 de agosto— como esos turistas alemanes que, sin reflexionar demasiado, se tiran a la piscina desde el balcón de una sexta planta de un hotel cualquiera de Mallorca. Se estaba pendiente, en 2017, más de no tirar ningún papel al suelo y de qué diría, sobre la cosa, Europa, que de por qué se hacía lo que se estaba haciendo. Y, a día de hoy, ocho años después del fiasco, es la "micropolítica" catalana la que, por el contrario, está empezando a emprender ciertas líneas de reflexión que ni siquiera se habían explorado. O que hacía mucho tiempo —demasiado— que no se exploraban. Se empiezan a tener los debates pertinentes e importantes. Son, ciertamente, pocos los que los tienen, pero no tan pocos. No hacen, ciertamente, demasiado ruido —el ruido mediático siempre se lo lleva la "macro" política del "ñoñismo"—, pero es una realidad que se está produciendo, y el solo hecho de que se produzca tiene, en términos históricos, una importancia enorme.

Se empiezan a tener los debates pertinentes e importantes que hacía demasiados años que no se tenían

De estos "nuevos" debates que antes no habíamos tenido o que llevábamos demasiado tiempo sin tener, destacaría tres cosas: primero, abarcan, como tiene que ser, campos muy diversos, a menudo los cruciales —lengua, historia, identidad, derecho, modelo económico, inmigración, integración, cultura, música; segundo, están empezando —solo empezando— a romper algunos de los tabúes crónicos que nos impedían tenerlos o alcanzar, en cada tema, cierta profundidad —el caso de la inmigración es clamoroso: ¡ahora viene cuando se me tacha de extrema derecha por el mero hecho de haber osado insinuar esto!—, y, tercero, seguramente lo más importante, dichos debates los están proponiendo, suscitando y dirigiendo personas con talento. Sí, ¡qué gran obviedad! Es crucial que las cosas —sean las que sean— las hagan personas con talento. Personas que no necesiten falsear sus currículums —práctica bastante habitual, dicen, en la "otra" política— y que sepan, al mismo tiempo, analizar críticamente la realidad, extraer, debidamente sintetizados, sus características fundamentales y, luego, exponerlas a los demás de forma comprensible y sugestiva.

Alguien pensará que todo esto, sí, está muy bien, pero que es solo hablar, pensar y, en el mejor de los casos, escribir. Que son meras palabras, no hacer cosas, vaya. Pero yo le diría que, mirándolo bien, con las palabras —con el pensamiento— también se hacen cosas. La obra germinal de la filosofía analítica anglosajona, de John Austin, se titulaba, precisamente, Cómo hacer cosas con las palabras. Los humanos pensamos, naturalmente, con palabras. Y en Catalunya encontraremos hoy a una serie de personas —no muchas, pero sí unas cuantas e, insisto, muy talentosas— que con las palabras están abriendo unos "campos" de debate y de pensamiento que antes permanecían cerrados. De esto he querido hablar hoy porque creo que es importante. Me recuerda a los "campos" que proponía el sociólogo —de izquierdas y francés— Pierre Bourdieu: unos espacios sociales de acción y de influencia que, por cierto, no eluden el conflicto ni renuncian a insertarse en las relaciones de poder. De hecho, en el interior de estos espacios encontraremos, según Bourdieu, un "capital común" —no necesariamente económico— para la apropiación del cual hay que participar en una lucha. Así de crudo. Algunos catalanes, diría, están abriendo, pues, estos nuevos campos. O, más concretamente, han decidido empezar a participar en la "lucha" que en ellos tiene lugar. Y eso solo, créanme, ya es un gran avance. Por eso digo con pleno convencimiento que, por más contraintuitivo que pueda parecer, Catalunya vive hoy un gran momento.