Los pobres en general, y sobre todo el sector que no puede pagar el recibo de la luz y del gas, van muy bien para cocinar grandes momentos políticos. Tan grandes como vacíos y absurdos.

Receta: se coge el pobre en cuestión, a poder ser una familia, y se le dice que no se le ayuda porque la administración que ha hecho la ley para ayudarlo invade competencias de la administración que dice que tiene competencias, pero que no ejecuta. Entonces, la administración que hace la ley que invade competencias de la otra administración aprovecha para poner el grito en el cielo cuando sabía que le tumbarían la ley. Finalmente, ante esta situación, los partidos de izquierdas silban El Puente sobre el Río Kwai porque, como la administración que hace la ley que invade competencias es “de derechas”, ni agua (política), por si las moscas. Una vez removido, usado y mareado por todos, el pobre se sirve como plato electoral y se decora con cebollino y balsámico, dos inventos gastronómicos tan inútiles, nocivos y condenables como las diferentes posturas citadas.

Por eso es tan importante la reunión de este martes entre el presidente Puigdemont y cuatro alcaldesas de cuatro ciudades del área de BCN que suman una población de unos dos millones doscientas mil personas. Puigdemont es un presidente-alcalde, y eso se nota. Ada Colau, Núria Marín, Dolors Sabater y Núria Parlón, por encima de colores políticos, dirigen un ayuntamiento y, por lo tanto, ven la vida de otra manera a como se ve desde el Parlament. De la reunión se harán varias lecturas políticas a nivel catalán, por supuesto, y nunca nada es inocente, pero eso no impide que el encuentro sea de las más importantes que se han hecho los últimos tiempos desde el punto de vista social.

En los escaños, aquí y en Madrit (concepto) reina el tacticismo político del titular del día siguiente. Me juego un guisante, que diría el semiótico Puyal, que si Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias hubieran sido alcaldes o concejales, la resolución habría sido muy diferente. Porque un alcalde/alcaldesa vive los problemas reales. Habla con la gente y, sobre todo, escucha. Y cuando lleva a los hijos a la escuela, los otros padres le explican la verdad de la vida. Y cuando va a comprar el pan, no puede evitar conocer aquel caso de aquella familia o de aquella otra. Y cuando va por la calle, la gente lo para para comentarle las cosas del día a día, que se pueden tocar. Y le piden que las resuelva. Y las intenta resolver porque aquella gente son su gente. Son los padres de los niños que van a las fiestas de cumpleaños con sus hijos, son sus antiguos compañeros de escuela, son los amigos con quienes de joven fue de excursión y a la discoteca, son unos primos segundos de su madre que, a la vez, son parientes de su marido. Aquellos problemas, aquellas realidades, no son números, sino que tienen cara. Caras conocidas, próximas.

Por eso es tan importante la reunión de este martes, porque es la de la Catalunya real, la de quien tiene que solucionar los problemas reales de la gente real, olvidando aunque sea por unos instantes el partidismo.

Y ahora, si quiere, ya me puede llamar pardillo e ingenuo.