En el libro L’Onze de setembre, Santiago Albertí describe la actitud de Villarroel y Casanova durante la tarde-noche del día 10, cuando “el asalto era ya inminente, y que se produciría, de aclararse el tiempo, durante aquella noche o la madrugada siguiente”. Unas horas graves en las que, a pesar de las dudas, mantienen la decisión de resistir. Este recuerdo y las sensaciones que evoca el atardecer me hacen pensar en que es acertado que el Parlament celebre su acto y que el president pronuncie el discurso institucional el día 10.

Si buscamos coherencia institucional entre un acontecimiento y el otro, este año no la hay. Las declaraciones en TV3 del president Rull, explicando por qué ha hecho instalar la bandera más grande de Catalunya en la fachada del Parlament, lo dejan claro: “soy el president del Parlament de una nación histórica, no soy el president de un parlamento de una comunidad autónoma”. Este es el elemento que marcó, marca y marcará la política catalana hasta que Catalunya sea un Estado o desaparezca. Porque si te reconoces como nación, no puedes aceptar nunca que otra nación te someta. Si te sientes comunidad autónoma y por lo que sea ostentas la presidencia de esa nación, el discurso que te sale por la Diada nacional no llega ni a seis minutos.

Recuerdo hace unos meses, cuando se preparaba la cumbre de presidentes autonómicos en Barcelona, que en la tertulia de RAC1 en la que yo participaba, entrevistaron al conseller de la Presidència de la Generalitat, Albert Dalmau. Según cómo, no entendía lo que decía. Cuando me di cuenta, me quedé helado. El conseller de la Presidència de la Generalitat de Catalunya, cuando en aquella entrevista decía “país”, “nuestro país” o “por nuestro país”, no se refería a Catalunya, se refería a España… seis minutos.

Centrar Catalunya en la gestión de determinadas cuestiones significa dejar de defender los derechos de Catalunya como nación

Seis minutos que podrían haber sido menos si en lugar de decir “la participación plena de todos los actores elegidos por los catalanes y catalanas” se hubieran atrevido a decir “que se aplique la amnistía al president Puigdemont y a Oriol Junqueras”, por ejemplo. O si en lugar de decir “dentro del marco legal e institucional que nos hemos otorgado” se hubiera atrevido a decir que “el límite del autogobierno es la Constitución española”. O si en lugar de decir una “Catalunya centrada” hubiera dicho “Catalunya censurada”.

Cuando el president dice “normalización política después del procèsquiere decir que debe acabarse la reivindicación nacional. Pedir los “recursos que nos corresponden” para el estado del bienestar y “contribuir a la prosperidad compartida con el resto de España”. Centrar Catalunya en la gestión de determinadas cuestiones significa dejar de defender los derechos de Catalunya como nación. Eso es lo que pidió el president Illa en su discurso de la Diada: centrar Catalunya, censurar Catalunya.

Por eso, durante un discurso que no llegó a los seis minutos, habló de incendios, de cambio climático, de Europa y la Unión Europea, de Palestina, de pluralidad, de Catalunya, del marco legal e institucional “que nos hemos otorgado”, de intolerancia, de cultura y lengua catalana, de instituciones, “de contribuir a la prosperidad compartida con el resto de España”, de vivienda, de autogobierno, de “actores escogidos por los catalanes”, de unidad de las fuerzas catalanas, de estado del bienestar, seguridad, de prosperidad, de vivienda, de familia, de investigación, de universidades, de empresa, de esfuerzo, de esperanza y de civismo. Si centrar se refiere a fijar la atención en un punto concreto, este discurso no sería el mejor ejemplo. Y todo dicho en 6 minutos.

No se centró en la amnistía. No se centró en la sentencia del TSJC sobre el catalán en la escuela. No se centró ni siquiera en su propuesta de nuevo modelo de financiación. No centró Catalunya, censuró Catalunya.