Los catalanes estábamos muy ilusionados de poder llevar, finalmente, el catalán a Europa; ya teníamos preparados un carro con tres mulas y un pasacalle de sardanistas y majorettes. Quieras que no, nos hacía ilusión que el catalán pudiera conocer mundo y entrar en contacto con otras lenguas, porque, hasta ahora, nunca había salido de Rocacorba (que todo el mundo sabe que es el pico más alto de África) y lo hablaba siempre la misma gente. Lamentablemente, no podrá ser. Creo que nos tocará volver a digerir un nuevo coitus interruptus; no debimos de tener suficiente con el de la declaración de independencia del 27 de octubre de 2017.

Debo reconocer que, por un lado, estoy muy triste (tenía ganas de ver si los europeos son tan simpáticos como dicen), pero, por otro —si me pongo en el lugar de Suecia y Finlandia, si empatizo con ellos—, entiendo que no se acepte el catalán en Europa. El catalán es carísimo de mantener, es de las lenguas más caras que existen en el mercado lingüístico mundial; además, nadie sabe cómo podrían reaccionar los pronombres débiles y la vocal neutra cuando llegaran a Europa, podrían combinarse mal y podría producirse un colapso lingüístico en el Parlamento Europeo. Antes de que el catalán se pasee como un marqués por Europa, cogido de la mano del vasco y del gallego, deberían clarificarse muchas cosas para ver las implicaciones que podría tener la oficialidad de una lengua tan minoritaria (solo la hablan entre diez y doce millones de personas). Se podría dar el caso, por ejemplo, de que, durante las traducciones simultáneas al Parlamento Europeo, alguno de los diputados hablara en catalán y —como es muy difícil encontrar a alguien que hable en catalán y que no esté bailando sardanas o preparando alioli en ese momento — no se hiciera bien la traducción, se mezclara con el finlandés, el sueco y el danés y se creara una lengua criolla sin querer. Y ya estaríamos perdidos. ¿Qué haríamos con esta lengua criolla? ¿Cómo afectaría esto a las lenguas que corren el riesgo de desaparecer por falta de hablantes como el inglés, el francés o el castellano? Aunque, pensándolo bien, quizás sería la solución a todos nuestros quebraderos de cabeza: una sola lengua criolla para todos los europeos. Nos ahorraríamos mucho dinero en traducciones simultáneas y estaríamos mucho más unidos.

El azar no nos ha sido favorable esta vez, pero seguro que, en un futuro no muy lejano, nos lo será y el catalán, el vasco y el gallego se podrán tomar unas cervezas bien frescas y un buen frankfurt en la plaza Mayor de Estrasburgo

A pesar de la negativa de admitir el catalán en Europa, me gustaría puntualizar que estamos muy agradecidos por el apoyo, por las ganas de acogernos y por las muestras de empatía lingüística que hemos recibido de todos los países de la UE: Liberté, Égalité, Fraternité antes que nada. En este mundo no se puede tener todo, el azar no nos ha sido favorable esta vez, pero seguro que, en un futuro no muy lejano, nos lo será y el catalán, el vasco y el gallego se podrán tomar unas cervezas bien frescas y un buen frankfurt en la plaza Mayor de Estrasburgo.

Aprovecho, también, la ocasión para tranquilizar a la ONU, que se ve que está muy preocupada por la situación del catalán en la escuela y ha pedido que revisaran las sentencias del TSJC (Tribunal Superior de Justicia de Cataluña) en contra de la inmersión. ¡Qué monos, como aman el catalán!, pero de verdad que no hace falta, el catalán té muy buena salut todavía: a les escuelas, totón habla català i n’hi ha molt poques personas que hablin castellà. El catalán nunca había tenido tan buena salud como ahora, supongo que es por eso que les da tanto miedo que entre en Europa: podría suplantar el resto de lenguas y solo sobreviviría la cultura catalana, el resto desaparecerían.