La entrada del catalán y de las demás lenguas oficiales en el Congreso de Diputados es un hecho histórico, y no exagero para nada. Es muy relevante, tanto para los catalanohablantes como para el resto de ciudadanos del estado español. Lo es porque otorga visibilidad y contribuye al prestigio de nuestra lengua, y lo hace en el mismo corazón de la democracia española. A partir de ahora, los catalanes podremos ser representados en la sede de la soberanía popular española en catalán. Al mismo tiempo, los ciudadanos españoles se darán cuenta de forma real, fáctica —iba a decir palpable— de que en España se hablan otras lenguas aparte del castellano. El catalán se escuchará no solos en los programas especializados o en las conexiones en directo, sino también en las informaciones audiovisuales de todo tipo que se hagan sobre la actividad en el Congreso. Estos elementos contribuirán a mejorar la situación de nuestra lengua, una lengua que, por varios factores, no atraviesa, ni mucho menos, su mejor momento. Y que, más importante, tiene en frente un futuro lo bastante amenazador.

Si la lengua se encuentra en el centro de la identidad nacional catalana, si es "el nervio de la nación", debemos concluir que todo lo que favorezca el catalán favorece también la identidad nacional catalana. Contribuye al fortalecimiento —o a paliar el debilitamiento— de la nación. Por ello, la presencia del catalán en el Congreso es, sobre todo, un éxito nacional y nacionalista. ¿Es, además, un éxito independentista? Lo es en el sentido de que es un éxito del independentismo catalán, de sus representantes políticos. Ahora bien, no es un éxito independentista estrictamente, no en su naturaleza, toda vez que, si uno es independentista y quiere la independencia, no debería importarle ni mucho ni nada que en el Parlamento español se hable catalán o cualquier otro idioma. Solo si uno está instalado en el 'mientras tanto', es decir, si uno ha llegado a la conclusión de que la independencia va para largo o muy largo y que, por lo tanto, lo que hace falta hoy por hoy es sacar adelante una política catalanista o nacionalista, una de las grandes prioridades tiene que ser la lengua. Seguir trabajando a favor de la nación.

En el fondo de esta idea radica la tensión entre nación e independencia. En este sentido, cabe decir que uno de los desastres de los años del procés ha sido que, persiguiendo con todas las energías el referéndum y la independencia, los políticos nacionalistas —también las entidades, también los ciudadanos— han olvidado la nación. Se han despistado, y no se han ocupado lo suficiente de, por ejemplo, el catalán, que, como hemos señalado más arriba, afronta un futuro inquietante. Simplificándolo muchísimo, podríamos decir que el catalán en el Congreso es bueno, nacionalmente hablando, pero no desde una óptica pura o estrictamente independentista. El catalán en el Congreso no nos acerca —al menos yo no veo que nos acerque— a la independencia. En el caso español, pensando en el futuro de España, lo que ha pasado constituye, en cambio, una oportunidad. Veámoslo.

Si uno es independentista y quiere la independencia, no debería importarle ni mucho ni nada que en el Parlamento español se hable catalán

España ha tenido siempre dos opciones, aparte de intentar coercitivamente la asimilación de las identidades diferentes: a) La 'conllevancia' orteguiana, es decir, soportar, tolerar, la diversidad lingüística y nacional tan bien como se pueda o se sepa, o b) el impulso de un proyecto plurinacional, de inclusión, que redefina la españolidad. Obviamente, la segunda vía es la más complicada, pero también la que conjura más eficazmente la voluntad independentista catalana (o de otros pueblos).

Por necesidad política —no porque disponga de un renovado y sólido proyecto para España— el PSOE está dando algunos pasos en la dirección plurinacional (unos pasos quizás preludio de una transformación de fondo, o quizás no). El catalán en el Congreso es uno para nada negligible. Si el PP fuera más inteligente, se daría cuenta de que la acomodación de la identidad catalana es un antídoto contra las reclamaciones independentistas. Cuanto más cómodos, reconocidos y bien tratados se sientan los catalanes en España, menos independentismo habrá. Si un nacionalista ve su identidad respetada y apreciada por el estado, ¿por qué tiene que querer marcharse?, ¿por qué tiene que ir a la confrontación por un estado propio? Parece de Perogrullo, pero a los populares, ideológicamente herederos —al menos en buena parte— del franquismo, les cuesta entender. Que les cuesta lo demuestran los grandes aspavientos de los políticos del PP y de la derecha mediática madrileña al escuchar catalán en el Congreso. Y lo demuestran también las críticas y los reproches vertidos contra Borja Sémper, portavoz del PP, después de que el martes hablara en vasco en el hemiciclo. Si realmente les preocupara España y su prioridad fueran preservar su unidad, se darían cuenta de que Sémper acertó. Es más, no dirían que cuando regresen al poder lo primero que harán será echar el catalán y las demás lenguas del Congreso. Su problema es que, en la mayoría del PP (y no digamos ya de Vox), lo que predomina es el nacionalismo español de siempre, el más rancio, el que tiene el supremacismo y la catalanofobia como componentes esenciales, básicos. Hasta que no sean capaces de vencer estas pulsiones tóxicas y emprender una gran 'actualización', de reformular su españolidad para que se avenga con la España realmente existente, Catalunya seguirá teniendo problemas con España, y España con Catalunya.