Cuando la actual tormenta política pase —como acaban pasando, inexorablemente, todas las tormentas—, comprobaremos que se habrán producido algunos cambios en el paisaje anterior. Descubriremos que algunas particularidades orográficas no estaban ni desde siempre ni para siempre.

Una de estas sólidas rocas que se habrán ido a hacer puñetas, río abajo, es la del internacionalismo de izquierdas y de la solidaridad de los pueblos hermanos de la península Ibérica. ¿En qué agujero se habrán escondido todos los solidarios de izquierdas de este país desde que se desató la feroz ira represora de las élites españolas? ¿No hay ninguno de estos ciudadanos del mundo que se sienta mínimamente concernido por la ventolera totalitaria que sufrimos?

Cada vez tengo más claro que no nos tenderán la mano aunque los jueces amplíen más y más la ola expansiva de la revancha penal entre los cuadros de los partidos independentistas, los representantes electos e incluso los activistas políticos.

Aunque no se levante nunca más el 155 y las cuentas de la Generalitat continúen indefinidamente intervenidas; aunque jueces iluminados decidan encarcelar cantantes, tuiteros y censurar exposiciones de arte. O, quien sabe, cuando quieran cerrar medios de comunicación. ¿Por qué no? ¿Quién lo impedirá? ¿El Tribunal Constitucional?

No sé cómo será el paisaje después de la tormenta, pero ahora ya sé seguro que lo tendremos que transitar sin ninguna promesa de alboradas inspiradoras en comunión con los internacionalistas españoles

Y nada cambiará cuando quieran hacer retroceder la lengua catalana a las antiguas trincheras del franquismo. Todo eso ya está pasando. Y ningún político español, ni ningún intelectual, ni siquiera ningún humorista, mueven ni un dedo para impedirlo.

Se me puede acusar de ingenuo por haberme frustrado durante años ante la incomprensión, la insolidaridad, la falta de flexibilidad ideológica y la ausencia absoluta de empatía y generosidad. Pero eso se ha terminado. No sé cómo será el paisaje después de la tormenta, pero ahora ya sé seguro que lo tendremos que transitar sin nada donde aferrarnos y sin ninguna promesa de alboradas inspiradoras en comunión con los internacionalistas españoles.

Mientras en Catalunya hay quien se zambulle jubilosamente en luchas cainitas, yo me sigo admirando ante el monolitismo de una sociedad española ciega, autocomplaciente y extremadamente indulgente con su clase política corrupta, incompetente y revanchista.

El día 8 de marzo me manifestaré en Madrid junto con las feministas y las llamadas fuerzas de progreso. Me manifestaré por una igualdad efectiva de los derechos de las mujeres y en contra de las barreras invisibles que las convierten, todavía ahora, en ciudadanas de segunda.

Me manifestaré porque me da la gana, a pesar de saber que ninguno de los que me encontraré en la calle haría lo mismo por las libertades individuales y colectivas en mi país. Me da igual, la solidaridad es incondicional. Pero eso no quita que nos hayan fallado.