Si no tienes hijos pequeños ni Netflix, mejor que no leas este artículo. O sí, porque seguro que te vendrá bien un poco de cultura general (o de masas) sobre lo que les interesa a esta edad y, de paso, que nos rebota a la nuestra. Si antes Disney lo petaba con la Bella Durmiente, ahora lo petan las cantantes coreanas. Ya en mi generación, hubo el cambio de querer ser una princesa indefensa, empanada, guapa, frágil, víctima, estilizada e inútil, a ser más activa, intelectual y físicamente. La Bella (de La Bella y la Bestia) ya cambió, haciendo que la heroína fuera culta y no solo sumisa, como Blancanieves, a quien le tocó trabajar para siete hombres que parecían niños pequeños, y no lo digo por su tamaño de enanos. Mulan fue la primera que nos enseñó a luchar, más allá de si nuestra ropa de cuando éramos bebés era de color rosa o de color azul. El golpe fuerte fue Frozen: ha sido la princesa que más dinero ha recaudado. Rubia, pelo largo, delgada y con ojos azules: una nórdica al estilo Barbie que nunca falla. ¿Por qué Tiana (la princesa afroamericana de Nueva Orleans) o la Vaiana de la Polinesia no triunfaron? No, no somos racistas, pero los datos nunca son solo una cuestión de azar. Uno de los últimos intentos fue con el de la familia latinoamericana Madrigal y no triunfó, excepto la canción "No se habla de Bruno". Coco, en cambio, sí que lo petó más allá de México. Y es que era genial la visión del mundo de los vivos en blanco y negro y la de los muertos en color, y sigue siendo de lo mejor de la época de Halloween. Esas cosas que la inteligencia artificial nunca podrá hacer y que es el arte de explicar historias. Lo que Pixar logró, más allá de la modernidad de sus imágenes, fue hacer reír con la actualidad a los niños y a los padres con los juguetes más icónicos. Y dejando ver el sexismo, y de eso ya hace veinticinco años.
Las guerreras K-pop han vuelto a utilizar la voz como el detonante de un malestar. En mi caso, que he tenido muchos problemas de afonía, empatizo especialmente con Rumi cuando se le rompe la voz al cantar el gran hit de "Golden". Y es verdad: los médicos siempre me decían que era un reflejo de otros problemas, y que no se trataba solo de tratar la garganta. Pienso en Ariel cuando se le quita la voz en nombre del amor romántico. O cómo Jasmine, en la versión humana, canta a que no podrán silenciarla hablando en nombre de todas las mujeres en general y las mujeres árabes en particular. Y yo, aunque no sea ninguna princesa, ha sido quitarme los "princesos" de encima y volver a una voz segura, fuerte y firme. Igual que las niñas ya no quieren hacer la comunión para llevar un vestido blanco de princesas, tampoco se quieren casar para ser una mankeeping. Es decir, tener una agenda doble para intentar organizar sus citas al fisio, el tiempo libre de pareja y la actividad social familiar.
Ahora escuchamos en casa a las bandas coreanas en familia. KPop Demon Hunters representa el papel universal que tiene la música de hablar todas las lenguas y que atrape a todo el mundo mientras vamos en coche. La trama es la historia de Huntr/x, un grupo de K-pop (Rumi, Mira y Zoey), que a su vez son las que luchan secretamente por el equilibrio del mundo. En este gran éxito de Netflix, la música no es para rellenar o decorar: el K-Pop es el alma de la película. ¿Y qué decir de que todos los jóvenes estén in love de la cultura coreana? Que en vez de corazones saquen palomitas de los ojos es una genialidad. Y que hablen de las redes o de los spas, entre otros detalles que parecen no tener importancia, hace que los niños las perciban como tremendamente actuales y futuristas. Pero también hay sombras: estas jóvenes cantantes son workaholics. Al final, igual que Caperucita Roja nos quería alertar de que no habláramos con desconocidos al volver del cole, esta peli, que parece ficción, sigue repitiendo que no nos fiemos de los demonios vestidos de hombres atractivos. Un manual de las red flags, como el nuevo libro de Carla Lladó o de Valenta com tu, de Iolanda Batallé.