Podemos alargar ad aeternum el debate sobre las bondades o maldades de lo que acaba de pasar. Tiene lógica, dado que la ruptura de un gobierno es un hecho crucial que trastorna la política de un país y, por el camino, barre iniciativas, liderazgos, proyectos, tanto como abre nuevas perspectivas. No es, obviamente, un tema menor, y los argumentos de los detractores y los defensores de la ruptura llenarán páginas, micrófonos y platós los próximos días. Sin embargo, creo sinceramente que esta pantalla ya está pasada y que, más allá de la decisión que ha tomado Junts, hay que preguntarse por qué ha habido este cambio de estado anímico en amplias capas del independentismo, que ha acabado confluyendo en la decisión final. Es decir, la pregunta no es, solo, si Junts se ha equivocado o no en la decisión, o si bascula entre ser un partido con voluntad institucional o un movimiento con vocación de revuelta (cuestión nada menor, ciertamente), sino qué circunstancias le han llevado a la necesidad de tomarla.

Empiezo con un preámbulo necesario: la situación es explosiva para ambos partidos: Junts se va al duro asfalto de la oposición, y perder el poder, sin apoyo político, ni mediático, puede ser muy difícil; y ERC se sitúa en el diabólico terreno de gobernar en precario, abandonado de sus aliados, y en manos de los partidos que quieren ahogarlo. El abrazo del oso que le hará el PSC será inconmensurable. Es evidente, pues, que los dos han jugado con fuego —aquí la responsabilidad de ERC es inmensa, aunque el deporte mediático general es señalar solo a Junts— y ahora el incendio es enorme. Con el añadido de que la ruptura de la unidad independentista se ha hecho efectiva.

Sin embargo, ¿existía esta "unidad"? ¿Y cómo es posible que en sólo dieciséis meses se hayan vuelto las tornas tanto, hasta el punto de cambiar completamente la situación? Los datos son rotundos: hace un año y medio los afiliados de Junts votaban a favor de entrar en el Govern, y ahora, los mismos militantes, con afluencia masiva de participación, han votado a favor de salir. Es decir, nadie podrá negar que Junts ha sido coherente en quién y cómo se tenía que tomar la decisión. Al mismo tiempo, y siguiendo las evidencias, el president Aragonès ha perdido en estos dieciséis meses los dos grupos políticos que le hicieron president, hasta el punto de quedarse, incluso, sin el partido que le acompañaba en el gobierno. Y así, de ser investido con 74 votos, ha pasado a gobernar con 33, con los otros dos partidos independentistas en la oposición. En este punto, no deja de ser surrealista que ERC hable de ampliar la base..., teniendo en cuenta que no para de perder apoyos. En consecuencia, hay que preguntarse qué ha pasado en estos dieciséis meses en los que ha crecido de manera exponencial la oposición a Aragonès dentro del independentismo. Dieciséis meses que son el colofón de los cinco años desde el 1 de octubre en que el desconcierto ciudadano ha ido a caballo entre la decepción.

El movimiento independentista puede estar cansado y desconcertado, pero empieza a mostrar signos de regeneración y todos ellos conducen a un considerable cabreo con el giro estratégico de ERC

La respuesta está en el viento, que diría la mítica canción, y viene acompañada de algunos síntomas visibles: la pelea entre la ANC y ERC, con la confrontación directa del mismo president Aragonès contra la manifestación; el éxito posterior de la Diada, a pesar del envite republicano; el también éxito del acto del 1 de octubre, con la expresión ruidosa de descontento hacia Carme Forcadell; a la inversa, el silencio reverencial con que fue escuchado el president Puigdemont; y finalmente la votación de los afiliados de Junts a favor de salir. El movimiento independentista puede estar cansado y desconcertado, pero empieza a mostrar signos de regeneración y todos ellos conducen a un considerable cabreo con el giro estratégico de ERC. No se puede explicar lo que está pasando, si no se habla de la monumental tomadura de pelo de la mesa de diálogo, de la cual Esquerra es la principal avalista. Ergo, la principal responsable. O de las muchas humillaciones que ha sufrido el independentismo, con pactos y renuncias del todo incomprensibles. O de los ataques que han sufrido los derechos catalanes, entre ellos la lengua catalana, sin respuesta mínima del Govern. O del comportamiento de ERC en Madrid, que se ha mostrado con un servilismo tan incomprensible como inaceptable. Y al final, la destitución de la presidenta Borràs, el cese del vicepresident Puigneró, etcétera. Si ERC creía que este giro tan brusco hacia un autonomismo de nueva formulación (y vieja memoria), no haría mella entre la ciudadanía que se movilizó el 1 de octubre, es que no ha entendido nada de lo que pasó hace cinco años. Ha actuado con tanta prepotencia hacia el independentismo, como servidumbre hacia el Gobierno, del cual es una pieza clave de estabilidad, y todo eso sólo podía producir lo que finalmente ha pasado: una revuelta en una parte sustancial del independentismo. ¿Poca, mucha, con consecuencias electorales? Ya lo veremos, y tiene razón el conseller Giró cuando dice que eso puede llevar a Illa a la Generalitat, pero los hechos son los hechos, y se pueden resumir con una expresión popular: la gente está harta. Cuando menos, aquella gente que se creyó que el sueño era posible.

¿Quiere decir eso que Junts no se ha equivocado a la hora de salir del Govern? El tiempo lo dirá, pero es cierto que ERC ha hecho todo lo posible para que se rompiera la cuerda. También es cierto que resultaba indigestible que el mismo país que había hecho la gesta histórica del 1 de octubre, estuviera, cinco años después, sometida a un autonomismo de segunda, más irrelevante y tutelado que en las peores épocas del pujolismo. Todo eso tenía que implosionar más temprano que tarde, porque, más allá de la excepción de algunos consellers brillantes, no se aguantaba.

¿Qué pasará a partir de ahora? Con respecto a la política de partidos, es evidente que todos se tienen que preparar para una contienda electoral. Especialmente el president Aragonès, que ha perdido los apoyos y, por lo tanto, la confianza que lo llevaron a la presidencia. Ahora sí que tiene que hacer una moción de confianza o convocar elecciones, porque eso es lo que haría cualquier presidente democrático que ha llegado al poder con 74 diputados y en dieciséis meses se ha quedado en 33. Y, encima, no quedó primero electoralmente. Dicho de una manera cruda: Aragonès no consiguió el voto popular para ganar las elecciones, y ahora no tiene el voto político que lo invistió. Quedarse en el poder es, en este punto, una decisión esperpéntica que sólo lo llevará a una larga agonía.

Más allá del futuro de los partidos, el independentismo está en una fase de regeneración que, a estas alturas, es imposible de valorar, pero que denota una voluntad de relanzamiento indiscutible. Después de cinco años de lamerse las heridas, parece que quiere resurgir. ¿Cómo, con quién, de qué manera? ¿Y cómo se recompondrá el estropicio? Las respuestas todavía no están escritas. La novedad es que ya se han escrito las preguntas.