Ayer hizo cinco años de un viaje que entró, por méritos indiscutibles, en la historia de la lucha nacional catalana. Un 25 de marzo de 2018 el president Puigdemont era detenido por la policía alemana en una gasolinera cerca de la frontera danesa, en el land de Schleswig-Holstein. Empezaba así un periplo de doce días en la prisión de Neumünster, una libertad bajo fianza, que pasó a Berlín, mientras se estudiaba su proceso de extradición, y el éxito judicial final cuando el Tribunal Superior de Schleswig-Holstein rechazaba definitivamente la extradición por rebelión. Era el 19 de julio de 2018, y ese día los titulares eufóricos de la prensa española quedaron congelados, abruptamente derrotados por la realidad de su fracaso: el presidente Puigdemont se escapaba de sus garras, y lo hacía por la puerta grande, derrotando a España en la justicia alemana, el pilar de la justicia europea. Ayer, el mismo presidente quiso recordar aquella euforia española que llegó al paroxismo, hasta que quedó restañada. Lo hacía en un tuit, con el punto de socarronería que le es característico. Decía así:

"De la cuchara a la boca se pierde la sopa. Un abrazo a los periodistas patrióticos que hoy hace cinco años llegaron al éxtasis, confundiendo deseos con realidad y tragándose, como es costumbre, las fantasías de sus colegas de la policía patriótica. Soy consciente de que la cacería continúa; que espían, denigran y difaman. No pararán nunca, lo han convertido en una obsesión nacional; incluso el presidente del gobierno hizo promesa electoral. Qué más da."

La estrategia de Junqueras/Rovira nos ha convertido en irrelevantes y, por el camino, ha destripado al independentismo

Ciertamente, la cacería continuó por toda Europa, tanto como se sucedieron las derrotas españolas en todos los países donde intentaron cazar al presidente, dejando a su paso un arrastre de justicia ideológica que ha manchado considerablemente la imagen de la democracia española. Y está de más añadir que la cacería continúa y continuará, porque Puigdemont es una herida en el corazón del nacionalismo español, incapaz de enmendar sus miserias, incluso cuando se lo revuelven en contra.

Sin embargo, y más allá de la obtusa fijación española, la detención del presidente en Alemania fue el inicio de una serie de hechos consecuentes de enorme importancia. Por un lado, la estrategia judicial del exilio superó su primera prueba de estrés y se demostró inteligente y eficaz. Como siempre había dicho Gonzalo Boye, había que ganar en Alemania, porque hacerlo en Alemania, era hacerlo en Europa, y la retahíla posterior de éxitos judiciales endrente de España así lo ha confirmado. Además, aquel momento difícil y al mismo tiempo épico ponía en valor la constancia y la resiliencia de la estrategia de Puigdemont, enfrente de otras estrategias políticas, al interior catalán, que creían necesario renunciar al legado del Primero de Octubre, no se sabe si para avanzar o para hacerse perdonar los pecados ante España. A partir de la represión y del 155 se dibujaron dos estrategias dentro del independentismo que han acabado bifurcando claramente los caminos: el del exilio, liderado por Puigdemont, comprometido con el legado del Primero de Octubre y decidido a mantener alzada la bandera; y la estrategia contraria de Esquerra Republicana, liderada por Oriol Junqueras, que optaba por hacer una marcha atrás, renunciar al legado y establecer alianzas de pacto con partidos españoles de izquierdas, transmutando el eje nacional po el eje ideológico. De hecho, las explícitas —y para muchos de nosotros, escandalosas— declaraciones de ayer mismo de Marta Rovira a Neus Bonet, que aseguraba que el Primero de Octubre no tuvo legitimidad interna ni conectó con gran parte del país, no dejan ninguna duda de la estrategia de renuncia de los republicanos. O de rendición, para utilizar un sinónimo más exacto.

Puigdemont es una herida en el corazón del nacionalismo español, incapaz de enmendar sus miserias

Cinco años después de la detención del presidente, ya se puede hacer un balance bastante preciso de cuál ha sido la estrategia más eficaz para defender el independentismo, y no hay mucho margen para el debate: la estrategia de renuncia de ERC no ha traído ningún beneficio, no ha conseguido ni una sola reivindicación, no ha permitido avanzar en ningún derecho nacional, no ha desjudicializado el procés, no ha conseguido que no se criminalice el independentismo, no ha evitado el espionaje, la infiltración, el desprecio y los juicios continuados contra el independentismo y, además, ha conseguido que Catalunya dejara de existir como conflicto, como problema y como noticia. Es decir, la estrategia de Junqueras/Rovira nos ha convertido en irrelevantes y, por el camino, ha destripado al independentismo. Por el contrario, la resiliencia de la estrategia del exilio catalán y del mismo Puigdemont ha conseguido éxitos judiciales de enorme relevancia, ha mantenido viva la causa catalana y, sobre todo, ha mantenido firme el compromiso con el legado del Primero de Octubre. No hay color. Cinco años después de la detención en Schleswig-Holstein, ha quedado demostrado que el único camino era ser fiel a este legado y mantener la lucha.

La detención también abrió otro episodio nada sorprendente, pero doloroso: la represión que cayó encima de todo el entorno del presidente. No solo fue el inicio de la persecución judicial a personas como Josep Lluís Alay o Jami Matamala, sino que también persiguieron con ferocidad los mossos que acompañaban al presidente. En este sentido, hay que subrayar la indefensión con que se han encontrado estos mossos y un hecho muy grave: la nula voluntad de la Conselleria de Interior de poner escolta a Puigdemont a pesar de saber los riesgos que corre. También aquí, el conseller Elena es un ejemplo bien triste de sumisión.

Han pasado cinco años y, como dice el president, la cacería continúa. De hecho, gracias al pacto con ERC para modificar el Código Penal, intentan conseguir una vía por detrás para poder cazarlo, aunque Boye asegura que no saldrán adelante. En todo caso, continúa la cacería de unos y la resiliencia y la lucha de otros, y es esta lucha la que mantiene vivo el legado del Primero de Octubre. A estas alturas nadie puede dudar de que Puigdemont es el líder indiscutible del independentismo. No solo porque mantiene el pulso con el Estado, sino también porque el otro líder, el señor Junqueras, ha renunciado.