Penoso el papel que está haciendo RTVE a cuenta del fichaje de Broncano. Ni éste ni Pablo Motos merecen mucha atención, excepto para que podamos identificar que lo que se discute en realidad no es la calidad de un producto televisivo (el principal criterio que debería animar al menos la televisión pública), sino cómo atraer a la audiencia a una interesada posición ideológica desde el entretenimiento. Los afines al PP están con Motos; los otros, con Broncano. Y la diferencia para el gran público es que el segundo lo pagamos (directamente) entre todos, pero ¿cuándo y con quién fue de otro modo?

Sabido es que la inoculación de consignas políticas no se hace solo ni principalmente a través de los noticiarios. La manera más eficaz de inyectar en el público eslóganes, filosofías, nuevas fórmulas de relación o paliativos al sentimiento de culpa que puedan generar las vidas fallidas es elevar a arquetipo cualquier fracaso o esperpento, sea a través de Merlí, Aquí no hay quien viva o Sexo en Nueva York. La hoy tan aclamada Pobres criaturas de Lanthimos, con una estética que emula la de alguna filmografía de los noventa hoy ya olvidada, no es más que una sarta de cuentas del rosario progre con el que, si no comulgas, construir la palanca con la que expulsarte del paraíso de la corrección de ideas. Nadie parece preguntarse cómo Bella, un cerebro de niña injertado en el cuerpo de una mujer, tiene una obsesión (libre, dirán) por el sexo hasta el punto de divertirse incluso con la prostitución. En otro orden de cosas, y amparándose en el síndrome de Tourette, es lo que también hace Joker, que no Batman (diferencias entre Nolan y sus spin-off), con quien nos congraciamos con la maldad, excusándola en condicionamientos sociales o psicológicos.

La manera más eficaz de inyectar en el público eslóganes, filosofías o nuevas fórmulas de relación es elevar a arquetipo cualquier fracaso o esperpento

Pero volvamos a Broncano y a la bronca generada: ¿en qué consiste la fórmula de su éxito? El punto álgido de sus entrevistas consiste en preguntar al entrevistado por su bolsillo y por su entrepierna, pues son esos los temas que excitan las pasiones voyeur por excelencia: la envidia y el morbo. Ganar dinero o tener algo que supere el nivel de la miseria provoca envidia, y acuérdense de mí cuando se cumpla un vaticinio: no está lejano el día en que tener algo en propiedad se convierta en una grave ofensa al Estado... o a las ávidas acumulaciones de riqueza, que, cada vez más permitidas por aquél, hacen imposible una sana competencia liberal. Y aún mayor anatema es hoy la opción por la castidad, de la que se burlan quienes compiten por ver quién es más golfo, desinhibido o precoz. Así que envidiar a quien tiene y burlarse del que se abstiene se convierten en el mayor aliciente de ese programa. Un programa que caerá en el olvido a la misma velocidad con que ha sido encumbrado al éxito por este país que dice ver los documentales con la misma contundencia con que los números de las audiencias delatan que no es verdad. Vamos, que por detrás (tal vez por delante) de esas dos pasiones inconfesables, se alza la mentira en el podio como campeona de nuestras debilidades.

De todo lo sucedido, lo que resulta más preocupante es advertir que de nuevo, y como ya en tantas ocasiones, las instituciones ven puesta en entredicho su credibilidad. Si ya ha pasado con la justicia, o con los legisladores y tantos órganos constitucionales que dependen de éstos, no es de extrañar que RTVE pueda ser también, como ya ocurrió antes, pero ahora con una virulencia inusitada, escenario de luchas partidarias tan poco ejemplares.