Hoy me he despertado con una noticia sensacional de la prensa digital del régimen: hay un "nuevo PP". Y a su lado, la guerra interna en el PSOE para decantarlo hacia el pasteleo con ladrones, corruptos y etcétera. Si llegan a buen puerto las intrigas y conjuras para formar gobierno como sea, ya se podrá decir que PP y PSOE se han convertido en partidos de notables, aptos para cualquier pucherazo. Mientras tanto, los peones, con perdón, de C's, se contentan con el carnet roto de Rita Barberà. Al paso que van las cosas, los hombres de negro tendrán que bajar a Madrid para ayudarlos a formar gobierno. En fin, que la ingeniería parlamentaria española no pasa por su mejor momento; aún diría más: está pasando por un momento aciago de desconcierto. No esperéis nada bueno de ello.

Pero sería erróneo establecer una relación directa entre fragilidad parlamentaria y una inacción del Estado. Contrariamente, como demuestra la resolución del TSJC sobre los imputados por el 9-N, la maquinaria represora continúa bien engrasada, y Mas y compañía seran juzgados. El procés tendrá que afinar la táctica para no caer en trampas. Ahora, más que nunca, los hiperventilados pueden hacer mucho daño. Es bueno disponer de una estrategia de ruptura, pero la construcción política para llevarla a cabo necesita aciertos tácticos, que no hagan retroceder la confianza de la gente. Algunos piensan en la ampliación de la base independentista en términos casi aritméticos (superar el tristemente famoso 48%), sin darse cuenta de que, antes de llegar a contar los efectivos, habrá que demostrar firmeza, audacia y sangre fría al grueso de la población y a los observadores de la dinámica política catalana. Que la defensa de los encausados, por ejemplo, no se pueda exhibir como una parcialidad del independentismo, sino como el clamor de un país para el respeto a la voluntad democrática de su gente.

El procés tendrá que afinar la táctica para no caer en trampas. Ahora, más que nunca, los hiperventilados pueden hacer mucho daño

En esta coyuntura, la cuestión de confianza en el Parlament y la aprobación de los presupuestos no están para nada. Un régimen presidencialista necesita un jefe seguro en sus funciones, pero Puigdemont tiene que superar la tentación de su partido de cargar las tintas sobre el independentismo de izquierdas. Sabemos que muchos consideran anómalo el peso de la CUP en los renglones de la mayoría independentista, pero, al margen de consideraciones sobre el respeto debido a las urnas, nos gustaría saber cómo se imaginan la representación política de la gran masa de población golpeada por la crisis. También sabemos que muchos alimentan la esperanza de ver a una CUP residual en el Parlament, cosa que me lleva a considerar hasta qué punto la aprobación de los presupuestos puede dar lugar a especulaciones: ¿habrá, acaso, en los renglones de la mayoría independentista, quien sueñe con evitar la votación de los presupuestos con el apoyo de la CUP? O dicho de otra manera, ¿puede soportar la mayoría independentista seguir haciendo vía conjuntamente con la "anomalía" de la CUP?

Y acabo volviendo a las bondades de la intervención coyuntural correcta. También la mayoría independentista necesita una táctica para mantener la cohesión ante los retos que le esperan. Quizás sería bueno que todo el mundo conviniera que la ruptura con el Estado es lo más revolucionario –aunque no lo único- que conlleva el procés. Y no olvidemos, tampoco, que los poderes públicos no pudieron hacer nada, sino todo lo contrario, para evitar la crisis, y que su falsa resolución, en forma de políticas austericidas, ha castigado, como de costumbre, a los más desatendidos. Aunque sea un paso necesario para la continuidad de la legislatura, la aprobación de los presupuestos no garantiza, tampoco, que nuestros poderes públicos lo hagan mejor que la competencia. Quizás será necesario que la mayoría independentista se acostumbre a convivir con gente que se lo recuerde en cada sesión.