El tema estrella del fin de semana ha sido la boda de Inés Arrimadas y Xavier Cima. Como ya viene pasando desde hace un año, todos los diarios han explotado este amor supuestamente antinatural para tratar de sacarle un provecho político. Los discursos se han vuelto tan abstractos y las palabras tan vacías que cualquier manifestación de vida es inmediatamente vampirizada o atacada por las fuerzas de la oscuridad.

El hecho de que dos personas de países diferentes se amen es la cosa más natural del mundo, sobre todo ahora que la gente viaja y que los vuelos son baratos. De hecho, es más difícil que dos españoles o dos catalanes de ideologías diferentes se entiendan que no que un catalán y un español se enamoren en plena guerra fría. Al final un matrimonio depende de la vida concreta; es decir, de qué restaurantes te gustan, de qué cosas te hacen reír y de qué escenas te enternecen.

A la hora de escoger entre una escuela pública o una escuela privada, el país cuenta muy poco. Y tampoco cuenta mucho a la hora de quedarte en una fiesta o de marcharte. Aunque la ideología condiciona los valores, juzgar a una persona por el programa de un partido es de primario de estos que disfrutan linchando innocentes en el tuiter. No son las cosas que nosotros queremos, sino la manera como el otro quiere las suyas, lo que nos alimenta el corazón. Al amor solo hay que ponerle fronteras personales, sino la humanidad no evoluciona.

La gente conecta y crece a través de la sensibilidad, no a través de los discursos que los políticos hacen para dominar a la masa y para navegar entre el mar de intereses que intentan fulminarlos o comprarlos. Los políticos tienen que luchar mucho para no ser devorados por su actividad social, que es una comedia agotadora. Si la vida no va más allá de la actualidad política, se deshumanizan y las ilusiones se van marchitando.

La boda de Cima y Arrimadas genera morbo porque cuestiona los discursos establecidos y porque apela a una verdad más alta. Sin amor, una sociedad se va consumiendo en el pragmatismo; esta intuición es la que ha dado relieve a la boda y la ha hecho tan vendible. Justamente por eso me parece que es una lástima que Cima haya aceptado borrar los tuits que hizo entre 2011 y 2015.

No lo digo solamente porque desmienten el discurso de la fractura catalana; a veces debemos aceptar la demagogia para no morir de un empacho de razón. Lo digo porque eran un monumento a sus orígenes, a la historia de su vida, a la libertad con la cual los dos enamorados han hecho hasta ahora su camino. Borrando los tuits, Cima da a entender que si Catalunya fuera independiente el matrimonio se derrumbaría y eso lo pone al alcance de los lobos.

Estoy seguro de que el exdiputado convergente ha actuado así para no perjudicar a su mujer –los hombres hacemos grandes tonterías por motivos nobles. Pero también me parece que hay gente que espera crear un espacio político nuevo en torno al matrimonio. Desde hace un año, veo mucho interés en demostrar que dentro de la España Constitucional qualquier amor es posible. Si la estrategia consiste en borrar tuits y en hacer promoción de Pronovias me parece que el proyeco no va a llegar muy lejos, porque la independencia no está pensada contra nadie a diferencia del pujolismo.

Se tiende a pensar que la democracia se defiende con grandes discursos sobre la corrupción o sobre la legalidad y se defiende cada día con pequeñas decisiones individuales, que a veces nos cuestan un disgusto pero que a la larga nos hacen fuertes. Es defendiendo la dignidad de nuestros amores concretos que los debates evolucionan y que los países se vuelven más dinámicos y robustos. Si siempre cedemos a los prejuicios, los prejuicios se mantienen y van atizando una bola de impotencia hasta que un día sale un Donald Trump.

Entonces los mismos que trabajan para reducir el amor al marketing, hablan de populismo.