El transhumanismo, como movimiento cultural, intelectual y científico nuevo, se está convirtiendo en la tecnoreligión gnóstica del siglo XXI. Es la alerta que expone, entre otros, el barcelonés y experto Albert Cortina, que ve más riesgos que posibilidades. Tecnología sí, pero con ética. Los transhumanistas abogan por el deber de mejorar la humanidad a través de la razón aplicada, especialmente con aplicaciones de biotecnologías que alimenten aspectos que no nos gustan de la condición humana, empezando por el dolor y siguiendo por la enfermedad, la discapacidad, el envejecimiento, y la perla final, la condición moral. En cambio, se quieren potenciar al máximo las capacidades fisiológicas cognitivas y sensoriales de la persona. Llevándolo al extremo, vivir 200 años o incluso no morir nunca. Las ideas, por lo tanto, de tantas religiones sobre la trascendencia, el bien común, la dignidad y la libertad de la persona, quedan en contraposición con estos nuevos anhelos.

Cortina, en sus reflexiones sobre posthumanismo, transhumanismo, etc., es abogado y urbanista y se acerca a estas cuestiones para ver los desafíos éticos, jurídicos, científicos, sociales, económicos, y también espirituales. En un sintético volumen sobre Transhumanismo, la ideología que desafía a la fe cristiana, de la editorial Palabra, donde circulan conceptos como novaceno, algoritmo, cíborgs, androides, superlongevidad, superbienestar, singularidad, noosfera, metaverso o avatar. Cortina ve en el transhumanismo una bioideología disolvente. Las premisas de Cortina no son un preámbulo a una sesión de catequesis que interese a gente creyente, sino provocaciones que hacen pensar. Si la muerte no existe, cambia el sentido de la vida, de sentirse criaturas, y esta radicalidad en la concepción de qué es la persona humana tiene consecuencias, tanto si eres creyente como si no. Además, para las personas religiosas que creen en un Dios creador, la provocación es pertinente porque afecta a la noción que tienen de vida humana como don. Y ya no digamos en la noción de cuerpo y alma, resurrección, etc.

Max More, transhumanista, afirma que las personas buscamos la mejora en nosotros mismos y en nuestro entorno, y hasta aquí estamos de acuerdo. Pero considerar a las personas humanas como una etapa de transición entre lo animal y lo posthumano ya es un salto considerable. Hay todavía dos mundos contrapuestos, el de los avances científicos y el de los postulados humanistas, y las instituciones, las universidades, las escuelas, los centros cívicos, las librerías y los teatros nos tienen que brindar muchos más espacios y reflexiones para que entendamos hacia dónde estamos yendo y si se puede avistar un posthumanismo constructivo, que no nos disuelva y nos hibride tanto con las máquinas que nos haga perder nuestra esencia. Tenemos que evolucionar y hacerlo bien y pensando en todo el mundo, no solo en quien se lo puede permitir y a según qué precio. Tenemos que reducir el dolor y mitigar sufrimientos, pero reconociendo que la vida no es solo bienestar y luz. Preservar la condición humana ha sido la pesada carga de muchos siglos de historia y la aceleración actual podría arrinconar a miles de personas de esta lucha por la dignidad y la libertad.