En momentos como los actuales, donde cosas de una gravedad inasumible son dadas por bien resueltas, conviene pararse a pensar si, efectivamente, lo están y cómo nos afecta la acumulación de asuntos que se nos presentan como bien resueltos, cuando no lo están. La acumulación de estas situaciones es de tal intensidad que llega un punto en que el hedor se hace irrespirable pero que, también y simultáneamente, sirve para adormecernos como sociedad, volviéndonos insensibles a la gravedad de cada uno de los temas que se han dado y presentado como “bien resueltos”.

A los pocos días de una masacre como la vivida en Melilla, donde cerca de cuarenta seres humanos han muerto, producto de una externalización del control de fronteras y de una brutalidad, en principio, incompatible con nuestros valores, lo cierto y verdad es que ya casi nadie habla de ello… Será por eso de que es mejor pasar página, porque nada cambiará ni falta que nos hace si está “bien resuelto”.

El problema es que los temas “bien resueltos” se nos van acumulando y, al pasar de página, somos incapaces de ver lo “acumulado” de esos asuntos y cómo los mismos van afectando a la calidad democrática de un Estado que se precia de ser una democracia plena, una democracia consolidada, una democracia ejemplar y que, al final, actúa justamente en sentido contrario a lo que pregona.

No discuto la necesidad de tener un control de fronteras, no discuto —al contrario, aliento— la necesidad de tener un programa migratorio, no discuto la necesidad de combatir a las mafias que se dedican a la trata de seres humanos, pero lo vivido en Melilla es fruto de algo totalmente distinto y, por mucho que se empeñen, no ha sido “bien resuelto”.

En Melilla no eran mafias las que estaban intentando saltar la valla, sino migrantes desesperados que, además, reúnen una condición de la que ahora, muertos o apaleados, se les pretende privar: la de seres humanos.

Las mafias son, justamente, aquellas que no llevan a sus “clientes” a la valla de Melilla, sino que los introducen en Europa por otras vías y, por tanto, escudarse en la represión de las mafias es solo una excusa de mal pagador y de personas que distan mucho de ser demócratas.

En cualquier caso, el problema ni comienza ni acaba con lo sucedido en Melilla, solo que el denominador común siempre es el mismo, la creencia absurda o el relato fantasioso de que todo está bien resuelto.

Los temas “bien resueltos” se nos van acumulando y, al pasar de página, somos incapaces de ver lo “acumulado” de esos asuntos y cómo los mismos van afectando a la calidad democrática de un Estado que se precia de ser una democracia plena, una democracia consolidada, una democracia ejemplar y que, al final, actúa justamente en sentido contrario a lo que pregona

Y esto es así porque este mismo criterio es el que se ha aplicado a situaciones como las vividas a partir del referéndum del 1 de octubre en Catalunya y la represión posterior, dándose por zanjado un grave problema político con unos indultos y una mesa camilla en la que nada se negociará porque ni tan siquiera tenía ese objetivo… pero se dirá que esto también está “bien resuelto”.

Otro tanto ocurre con los órganos constitucionales españoles, secuestrados por los de siempre y ante los que solo se buscan soluciones de parche, en lugar de entrar al fondo del asunto, porque de lo que se trata es de poder pasar, rápidamente, de página y darlo por “bien resuelto”.

Ni que decir tiene en casos como el del espionaje político denunciado a partir de la publicación de New Yorker, el informe de Citizen Lab y el CatalanGate que, con un apaño de investigación, se da ya por “bien resuelto”, cuando se trata de un problema que no ha hecho más que comenzar y ya se quiere meter debajo de la moqueta.

Y si nos adentramos en los audios que día tras día vamos conociendo de las actividades del excomisario Villarejo con políticos, jueces y fiscales para, usando indebidamente los recursos públicos y retorciendo el derecho a límites incompatibles con cualquier Estado democrático, arrinconar a los enemigos de diverso signo… veremos cómo se termina diciendo que como eso está en manos de la Justicia es un tema que está, también, “bien resuelto”.

Ejemplos hay muchos, tal vez demasiados, y lo que no están surgiendo son voces analíticas y críticas que nos permitan pensar que estamos ante una sensación generalizada de abandono del cauce democrático que termine arrastrándonos a una involución de la que luego se tardarán décadas en salir… si es que alguna vez se sale.

En el fondo, la putrefacción sistémica parece tan profunda que está traspasando cualquier barrera hasta alcanzar al conjunto de una sociedad que parece anestesiada e incapaz de reaccionar a todo lo que sucede y que asumen como “bien resuelto” un cúmulo de situaciones que ni están bien resueltas ni son, en absoluto, normales ni compatibles con un Estado que presume de ser democrático.

El problema es que todo esto está sucediendo durante el “gobierno más progresista” de la historia de España, por lo que cabe preguntarse ¿qué diferencia a esta progresía de una derecha desatada y descontrolada o de un neofranquismo?

Lo preocupante, seguramente, es que la respuesta a esa interrogante es que nada, es decir que nada diferencia a este gobierno de otros que puedan venir porque se están limitando a hacer una política de derechas cuando deberían ser conscientes de que los votantes, si quieren políticas de derechas no votarán malas copias sino a los auténticos, tal cual ha pasado ya en Andalucía.

La alegada superioridad moral de la izquierda se ha asentado siempre en la asunción de una serie de valores, entre los que destaca el respeto a los derechos humanos y vemos como una tras otra las respuestas que se dan a los problemas terminan siendo justo lo opuesto a esos valores.

Viendo el estado actual de las cosas, de los recientes acontecimientos y, sobre todo, el acumulado de los últimos años, no puedo sino mostrarme pesimista sobre la forma en que se revertirá, si es que aún es posible, una deriva autoritaria, fascista, que alejará, cada vez más, a España del concierto de Estados democráticos y hará más difícil, si no imposible, una convivencia entre personas que pensamos tan distinto y que solo en un marco auténticamente democrático podríamos sentirnos cómodos y tener garantizada una sana convivencia.

Las cosas, nos digan lo que nos digan, no van por buen camino y, sobre todo, distan mucho de estar bien resueltas, más bien están podridas y eso no es bueno para nadie.