Lo dijo el profeta de Nueva Jersey, ídolo sagrado de la catalanidad: “You can’t start a fire without a spark”. Aplicado al caso que nos ocupa, la chispa se trataría del estreno en prime time —el pasado domingo— del programa Bestial, ideado por Bibiana Ballbè. Y el fuego resultante, al menos en el mundo selvático de las redes, la crítica desaforada a la decadencia de los contenidos de TV3. Los expertos en pantallas ya han glosado suficientemente este espacio de la nostra, el cual, dice la teoría, se presentaba como “un show vibrante que celebra e inspira el talento catalán”, pero que, en el mundo de los hechos, es una mala copia de talk shows ancestrales como el del simpático Graham Norton, pero en una versión más bien inframental y bilingüizada en la que incluso los invitados ponían cara de vergüenza ajena y que quizás tuvo como escena más álgida a Bibiana pidiéndoles hacer una “sardana colectiva”, supongo que en oposición a la versión individual de nuestra danza.
Sería muy fácil centrar la crítica a TV3 en un espacio fallido como Bestial o en la nefasta decisión de la Corpo de devaluar instituciones del país como la misma televisión pública o Catalunya Ràdio (y la personalidad de cada uno de sus programas en las redes) disolviéndolas en nombres impronunciables que no aprobaría ni el parvulario de marketing. Pero, como ocurre casi siempre, las explosiones no suceden al azar y la decadencia de un ente público debe calibrarse en términos políticos. Ahora es muy fácil ridiculizar una programación que busca la atención de los jóvenes (es decir, ¡de los que no ven la tele!) a base de llenarla de influencers castellanizados o de convertir a un patrimonio del país como Joan Pera en un bufón espantoso. Pero la podredumbre de TV3 comenzó cuando los políticos que renegaron del 1-O y malversaron la ilusión de los catalanes, visto que no podrían liberar el país, se dedicaron a colonizar los medios.
La pornografía y la despolitización de la televisión nacional se inició con los peloteos nauseabundos de Mónica Terribas a la partidocracia nacional y, tiempo después, cuando TV3 decidió abandonar el periodismo para evitarse el esfuerzo de explicar que los capataces de la patria nos habían tomado el pelo. Ahora resulta muy fácil hacer tuits contra la fonética de Laura Escanes o las preguntas de apariencia metafísica de Bibiana Ballbé, pero cuando había que denunciar la estafa del procés, aquí todo el mundo callaba como una puta, mientras los Minoria y los Abacus de turno se forraban vendiendo programitas mediocres a precio de oro, gracias al vapor mental del 155. A su vez, me gustaría recordar a todos los conciudadanos que blasfeman de la cúpula actual de la Corporació, que fueron ellos mismos, con su voto, quienes legitimaron unos medios cada vez menos libres y más politizados. Sí, la abstención también servía para alejarse de este lodazal.
La podredumbre de TV3 comenzó cuando los políticos que renegaron del 1-O y malversaron la ilusión de los catalanes, visto que no podrían liberar el país, se dedicaron a colonizar los medios
A servidor le hace cierta gracia que se culpe al PSC de la deriva actual de TV3. La cosa tiene muchísima guasa, porque la tendencia periodística de no entrar mucho en el fondo de las cosas y de convertir una tele de referencia en una suma de reels de Instagram no la ha propugnado Salvador Illa. La realidad es aún más dolorosa, porque los inspiradores de esta nueva “televisión de todos” quizás se emparenten con la normalización violenta de los socialistas posterior a la amnistía; pero sus perpetradores son gente que aún tiene la indecencia de llamarse independentista. De hecho, las críticas absolutamente legítimas de algunos periodistas de TV3 (es de justicia citar la valentía de mi querido Pol Izquierdo) son el cultivo perfecto para que, en la próxima remodelación de la Corpo, los socialistas puedan acabar de rematar la tele y así ahorrarse que sus teóricos rivales políticos les hagan el trabajo; será así de triste.
Como ha dicho el propio Izquierdo, la televisión nunca había tenido tantos recursos para acabar produciendo un resultado tan pobre. De hecho, ya podemos decir que el brilli-brilli de la presentación del 3Cat como gran plataforma audiovisual ha servido como cortina de humo para embutir programas que, literalmente, cuestan un dineral y que no mira ni puto Dios… porque ni la propia plataforma los publicita (mi favorito es La república del Mediterrani, presentado por la sempiterna Maria de la Pau Janer, reconvertida en podcaster). Esto no significa que abracemos la nostalgia para afirmar que todo pasado fue mejor; en TV3 hay grandes profesionales a los que aún les queda mucha mecha, gente magnífica que podría estar firmando espacios culturales (que no cool-turales) de referencia, y periodistas que podrían dedicarse al arte de hacer alguna pregunta incómoda. Bastaría con que les dejaran trabajar libremente; eso sí sería bestial.