En el auge de lo que se llama stand up comedy, que no es otra cosa que monólogos, Berto Romero sublima el género en el Teatre Coliseum con el espectáculo Lo nunca visto, que, además, tiene un cartel sensacional basado en el cuadro de Pere Borrell Huyendo de la crítica, versión de Albert Bonet, autor pop-art de Riba-roja. Un Berto saliendo del marco del cuadro, para entendernos, saltando a nuestra realidad. Un trampantojo, una trampa para el ojo, un 3D de 1874.

El espectáculo se presenta como “90 minutos de magia, música, efectos especiales, sorpresas y mucha risa”. Aunque la realidad es básicamente mucha risa. Y no voy a explicar esto de la magia y los efectos especiales para no hacer eso que se llama spoiler y que, en realidad, significa explicar lo que verán. Afirmo que Berto no tiene nada que envidiar a Pepe Rubianes. Afirmo que si fuera americano, compartiría teatro en Broadway con el Mago Pop. Pero ese artículo no va de esto. No haré spoliers, pero sí explicaré que hay una canción gospel más digna de Harlem que de Broadway con Berto como reverendo y el estribillo “somoooos basuuuura”, básicamente porque nuestro pastor se dedica a explicar las miserias de la condición humana, empezando por sí mismo, como hace desde hace años en teatros, series y programas de radio. Más que como un cuadro de Pere Borrell, es como los gastados espejos del callejón del Gato de Valle-Inclán o, si se quiere, La que se avecina o Firts dates.

Como todo el mundo sabe, no vamos a los conciertos a ver a nuestros artistas de cabecera con nuestros propios ojos, vamos a colgar una story en el Instagram

El espectáculo tiene sesión de tarde, por lo que si vas al turno de la merienda, todavía estás a tiempo a disfrutar de la noche, ahora que hemos salido como locos de la pandemia y queremos hacer todo lo que no hacíamos, no ya durante la pandemia, no, sino incluso antes. El sábado pasado, por ejemplo, en esta temporada de giras mundiales embutidas para pasar por Barcelona, en el Sant Jordi actuaba Robbie Williams, estrella venida a menos y que no agotó el papel —es un decir— en 2 horas como Coldplay, pero que llenó dos Sant Jordi, que no es poco. El espectáculo del viernes, dicen las crónicas —y él mismo— fue el mejor de la gira y uno de los más emotivos de su carrera. Básicamente porque, además de los grandes hits, el ex Take That explica su tormentosa vida y cómo ha superado su adicción al alcohol y las drogas. Y lo hace sin hacerse pesado, con mucho sentido del humor y con una interacción con el público poco usual. Y no hace falta ir al extremo de Van Morrison o Bob Dylan. Tampoco lo hacen otros mitos del rock o el pop.

El sábado, en cambio, la cosa iba bien. Hasta que, en su discurso final, antes de un Angels que el día antes había hecho llorar incluso a un descreído como Tomàs Fuentes, una parte de la grada se puso a silbar, quizá harta de su terapia, quizás harta de cerveza, hasta el punto de vergüenza ajena en que el artista al que habían ido a ver les pidió que le dejaran acabar, que era importante lo que decía para entender el espectáculo. Y, entonces, se apareció Berto Romero confirmando la miseria de la condición humana y, por un momento, parecía que aparecería cantando “somoooos basuuura” a ritmo de gospel.

Cuando Williams acabó su discurso y se puso a cantar, se levantaron miles de brazos, móvil en mano, no sólo para iluminar, como pidió el británico, sino para ver por una pantallita algo que toda la vida estará en YouTube y que, en ese momento, te puede quedar grabado en la retina y en el cerebro para siempre. Porque, como todo el mundo sabe, no vamos a los conciertos a ver a nuestros artistas de cabecera con nuestros propios ojos, vamos a colgar una story en el Instagram. Vean a Berto. Se harán de su religión.