Cuando participo en la tertulia de los martes en El món a RAC1 (desde el pasado marzo los opinadores entramos por vía telefónica) y el amigo Basté hace santamente al hacernos callar un rato con el fin de entrevistar a algún invitado de peso, aprovecho para fumar un purito y escuchármelo todo a medias desde el sofá. No es desidia, y que no se me enfade el jefe, pero últimamente sufrimos una sobredosis de nuestros eminentísimos y reverendísimos epidemiólogos nacionales, una gente que, no lo dudo, es de las cosas más sensatas que hay en la tribu, pero que sufren de aquella horripilante manía pujolista de reñirnos a la mínima; y a mí esta cosa que me abronquen, sea en nombre de la divinidad o de la ciencia, siempre me ha dado pereza. Aparte, y el tiempo me dará la razón, cuando escucho a un epidemiólogo o a alguien del Colegio de Médicos, siempre me da la impresión de aguantar la chapa de un opositor a conseller...

Sea como sea, ayer ya estaba a punto de acariciar el mechero cuando, al final de la tertulia, Basté aprovechó para volver al tema de siempre, a eso nuestro del procés, para saludar a Adrià Carrasco, al joven activista que fue falsa y perversamente acusado de terrorismo y ha tenido que refugiarse exiliado durante casi tres años en la normalidad legal de los belgas. Quizás es un defecto de fábrica de la profesión musical, pero lo primero en lo que me fijo de las personas es la voz, y a la hora de fiarme de alguien, más allá de su gesto o de su fisonomía, es la cadencia de las frases y el salir de las palabras lo que me ha dado más pistas sobre cómo es una persona. Y la voz de Adri me complació desde el principio por la calma de su pulsación, por una tranquila serenidad y una forma de explicar las cosas francamente encantadora. No oía la voz de un terrorista, faltaría más, pero tampoco la de un banal resentido.

Lo que más me gusta de escuchar a Adri y su voz afable es lo que no dice y cómo trata de urdir un lenguaje político alternativo más allá del sufrimiento del llorica

Adrià nos explicó en adagio sostenuto, como quien recita la mixtura secreta de un puré de verduras a la vecina, aquello de cuando se le presentaron doce miembros de la pasma en casa preparados con ametralladoras. Como los polis tuvieron la deferencia de no reventarle la puerta, su madre lo avisó con suficiente tiempo como para que se largara de casa por la ventana con la mera compañía de un par de zapatillas deportivas y unas mallas de deporte. Se marchó de su ventana al exilio, porque eso sí que es un exilio y no otras cosas que ya me entendéis, y lo hizo, según explica, por una cosa tan básica como para "preservar mi integridad física y mi libertad política". Me sigue gustando Adrià cuando habla con naturalidad de la autodeterminación como un derecho humano fundamental, de una lucha, la suya, que se hace al margen de los partidos, e incluso cuando dice las clásicas tonterías anticapitalistas de la progresía nuestra.

Pero lo que más me gusta de escuchar a Adri y su voz afable, aparte de cómo retrata una justicia represiva de nuestros enemigos, son los silencios, es lo que no dice, y cómo trata de urdir un lenguaje político alternativo más allá del sufrimiento del llorica. Porque Adrià Carrasco ha vivido una experiencia dura, qué digo dura, durísima de cojones, y en ninguna de sus intervenciones públicas lo he escuchado ejercitándose en el habitual martirologio de los políticos de Bruselas y Waterloo. Quizás es por eso que me complace tanto escuchar a este joven de quien hasta ahora tenía pocas noticias, porque es una pura afirmación, pues no cae en este tedio espantoso de la autocompasión, en esta enfermiza necesidad de hacer llorar a la abuela. Al contrario, escucho a Adrià Carrasco con la voz tranquila de quien ha sufrido pero aprecia tanto su dolor que no lo quiere tratar como una puta para sacar rédito.

Cuando Basté acaba la entrevista y nos regala la oportunidad de preguntar algo, sólo se me ocurre decirle a Adri si el próximo 14-F tiene muchas ganas de ir a votar. Con la misma tranquilidad que ha demostrado durante la interviú él, que sí que es un independentista represaliado que se ha tenido que buscar la vida sin la ayuda de nadie, me responde que no. Pues yo tampoco, me repito a mí mismo, intentando imitar esta comestible, razonada y somnolienta voz de Adrià Carrasco. Cuando cuelga y se acaba la entrevista fumo más tranquilo que nunca. Pues eso. Que no.