No es un chiste, a pesar del mal gusto que comporta. Después de renunciar a la aplicación del 1-O y de ensuciar por enèsima vez la soberanía del Parlament, acatando las elecciones autonómicas del 21-D e invistiendo al presidente que nos han permitido escoger los españoles (entre otros empleados), a nuestros diputados no se les ha ocurrido nada mejor que aprobar una moción que "ratifica" los objetivos políticos del 9-N; unos goals que, según leo en este mi querido diario, llevan irremisiblemente a "la ruptura". Como se pueden imaginar, el nuevo Gobierno amigo de Pedro Sánchez ya se ha apresurado a impugnar este anhelo, que resulta aburrido, pues retorna nuevamente a la cancioncilla de aprobar cosas que se saben impugnadas por el TC desde el principio; el soberanismo se dedica a reactivar la memoria de una consulta que Artur Mas ya planteó como no vinculante.

El nivel de ridículo que está alcanzando la clase política catalana es altamente contrastable. Durante meses, nuestros consellers y diputados han reprobado a las autoridades penitenciarias españolas por secuestrar a los presos políticos en las chironas de la Meseta y no han dudado en tildarlos de carceleros. Pues bien, ahora los presos políticos se encuentran en territorio catalán y son la Generalitat y los Mossos quienes los custodian. Si el Govern no ha abandonado del todo la vía de la unilateralidad ni la desobediencia, tiene una forma fácil de demostrarlo: liberarlos, con el Molt Honorable al frente y, si hace falta, con la intervención de los ciudadanos que lo consideren. Pero no, eso no pasará, porque a este Govern solo le queda el arte de gesticular, porque aquí todo el mundo marca músculo hasta la hora de la verdad. Aunque despierten a Jordi Sànchez diciendo "Bon dia!", los carceleros son nuestros.

Cuando te crees que la esquerrovergencia ya no te puede sorprender, y en eso tengo que alabarlos sin ambages, va y dejan en ridículo a tu capacidad de imaginación. De hecho, es muy normal que si nuestros líderes han tenido el 1-O como un simulacro ahora se dediquen a recuperar la memoria del 9-N; puestos a no ser vinculantes, corazón, ¡cuánto más antiguo el invento mejor, y dale! De hecho, nuestros diputados tendrían que permanecer en este punto y deberían aprobar compulsivamente mociones que ratificaran la vigencia de las Homilías de Organyà o que resucitaran algunos de los postulados incluidos en el Libro del Consulado de Mar; así demostraríamos al planeta Tierra que los pronombres, las palabras, las playas e incluso las olas serán siempre nuestros. Mejor tomárselo un poco a cachondeo porque eso de volver a la autonomía se está haciendo mucho más fatigoso de lo que habíamos creído. Retroceder, retroceder, retroceder. ¿Hasta el 9-N? ¡De verdad! ¡Que no es cachondeo!

Solo una nueva generación de políticos (y no hablo de edad, sino de un mínimo espíritu digno) puede sacarnos de este lodazal que nos lleva a la prehistoria. Si les damos algunos meses más, pueden acabar reivindicando la rueda.