Escribo el artículo de los domingos sin saber qué habrá hecho el Barça en la final de la Copa del reino, un partido que muchos culés miraremos rutinariamente y por el que se han devuelto centenares de entradas a disposición del club, vista la falta de interés de los aficionados por asistir a un match intranscendente que coronará una temporada fallida. Porque, independientemente de lo que haya ocurrido en el Calderón, la victoria de esta semana habrá sido la de Jan Laporta contra la actual directiva, que –después del fracaso de una acción de responsabilidad injusta y fraudulenta– ha quedado absolutamente deslegitimada para seguir gobernando la entidad.

Mientras Laporta y sus directivos son exculpados, con lo que se demuestra que Rosell y Bartomeu adulteraron la asamblea de compromisarios con información falsa para forzar el voto acusador, el actual presidente del Barça se esconde y no da explicaciones al socio, en una actitud cobarde que describiría como inaudita en el caso de que no la hubiera precedido la huida de Rosell, una espantada cuyos motivos ahora ya empezamos a saber. Los mejores directivos que ha tenido el club en toda su historia son inocentes, mientras Rosell ya duerme en prisión y su sucesor Bartomeu no tiene ni la dignidad de dirigirse a sus propios votantes.

La cosa sería de escándalo si el Barça no tuviera todavía una masa social mucho más preocupada por quién será el próximo entrenador del primer equipo que por averiguar si vive administrada por ladrones y mala gente; socios que, todavía hoy, creen vivir informados leyendo Mundo Deportivo y La Vanguardia, publicaciones achacosas que se han pasado siete años esparciendo mierda sobre Laporta y los suyos sin compasión alguna. ¿Dónde están, ahora que Rosell duerme en prisión, aquellas portadas con facturas de un asador que acusaban a Laporta de despilfarrador? ¿Dónde se esconde ahora toda esta chusma, toda esta gentuza?

La victoria de Laporta demuestra que, lentamente pero inexorablemente, las cosas están cambiando en esta Catalunya donde los hijos privilegiados de apellidos intocables duermen en el calabozo y en que la gente ya no se traga la lista de apestados que dicta el Conde de Godó. La victoria de Laporta no solo se ciñe al Barça, sino que la debe sentir como propia todo el que sea contrario a la mentira y a los linajes de la casta catalana, porque todos sabemos que el único pecado que cometió Jan fue ser independentista y desear un Barça que no se consolara ganando una final de mierda, absolutamente menor como la de ayer, para maquillar una temporada.

Los próximos días serán divertidísimos, pues será fantástico saber qué opinan de todo esto los miembros y autores del flamantísimo Código de Ética y de Conducta del Barça (entre los cuales hay ilustres papis de los directivos, dicho sea de paso), así como será igualmente instructivo saber qué piensa también de la cosa el Defensor del Socio, el profesor Joan Manuel Trayter, otro prohombre que destaca por su uso casi místico del silencio. Será bien interesante, insisto de nuevo, ver cómo todos estos prohombres evitan dar la cara rezando para que los fichajes para la próxima temporada y la contratación del nuevo entrenador les tapen las vergüenzas.

Catalunya está viendo cómo su clase dirigente de hijos de papá juiciosos, hasta hace muy poco guardiana del sentido común, va perdiendo fuerza. Lo que ha pasado en el Barça, si os dáis cuenta, tiene un correlato claro con el país. Muy pronto tendremos que escoger entre si queremos vivir regidos por la purria que gobierna todavía hoy instituciones como el Barça o si apostamos por la gente que combina la ambición con la decencia. Los niños de papá todavía mandan, pero cada día respiran más nerviosos. Muy pronto, no os preocupéis, los acabaremos desbordando. Y entonces podremos empezar a hablar de si merecemos ser un país normal de gente libre, desvelada y feliz.