Esta misma semana, ver los noticiarios de la tribu nos ha regalado un ejercicio de entrañable nostalgia. Las crónicas políticas de nuestros periodistas han vuelto a incluir conceptos como "disposición adicional tercera", "traspasar la gestión de becas" y un largo etcétera de aquello que antes conocíamos como "el universo competencial" de ámbitos de gestión y poder que los españoles no han cedido nunca a la Generalitat, básicamente, porque no les ha salido de los cojones (también del sistema reproductor femenino y de toda cuanta mixtura transgender de reciente invención). Como eso de la Bilateral acabó sin ningún tipo de concreción, y las 56 competencias que el Govern había reclamado derivaron en 56 consecuentes comisiones de estudio, el vicepresident Puigneró aprovechó su primer momento de gloria para anunciar la conversión de El Prat en un hub internacional xupiguai.

Es normal que el común de la ciudadanía, al encender el televisor, tenga la sensación de haber hecho un viaje al pasado. Eso de contemplar la comisión bilateral Estado-Generalitat es una cosa parecida a que TV3 se hubiera pasado la semana programando capítulos de Nissaga de poder y de Plats Bruts en prime time sin freno: los apologetas del neoautonomismo deben pensar que, a base de acostumbrarnos a mirar atrás, consideraremos que eso de querer la independencia es una pamema y olvidaremos la única noticia importante de este amistoso encuentro: el hecho de que se pactara no hablar de autodeterminación. Finalmente, los españoles han conseguido que sea la misma Generalitat quien elimine de la agenda un asunto tan poco importante como el libre albedrío de los catalanes. Es aquello que te dicen cuando haces reuniones en Madrid: ¡coño, Pere, ahora no lo vamos a joder todo hablando de política!

Con eso de la autonomía ha vuelto un clásico de todos los tiempos: a falta de poder llegar a concreciones, la administración española y catalana se dedican a fijar plazos (en este caso de seis meses) para certificar los avances de las respectivas comisiones. El procesismo ha creado uno de sus adorables neologismos para referirse a la vetusta consuetud: calendarizar. Si cualquier periodista o ciudadano raso pregunta a Laura Vilagrà el mínimo aspecto sobre un traspaso competencial, la consellera de Presidència responde toda satisfecha: "Se está calendarizando". ¡Qué más da que eso de calendarizar quiera decir que se ha acordado un deadline que el Gobierno no tiene ningún tipo de obligación de cumplir, porque aquí somos catalanes, gente de seny, que no trabajan sin horizontes, sino con el calendario en la mano! En pocos meses, ya lo veréis, tendremos calendarizado hasta el último cromosoma del sistema genético.

Los apologetas del neoautonomismo deben pensar que, a base de acostumbrarnos a mirar atrás, consideraremos que eso de querer la independencia es una pamema y olvidaremos la única noticia importante de este amistoso encuentro: el hecho de que se pactara no hablar de autodeterminación

Y es aquí donde la noticia del aeropuerto es reseñable, ya que al enunciarla, el benemérito conseller Puigneró (y también el Molt Honorable 132) han pensado que eso de calendarizar no es imprescindible. Sabemos que el aeropuerto Tarradellas tendrá una inyección de pasta importante, que eso lo convertirá en un hub interconectado en el resto del planeta (eso de decir hub compulsivamente cuando enuncias un proyecto también es marca de la casa), pero ni dios ha concretado el alcance real del proyecto. Lo único que ha dicho el presidente Aragonès, que en eso de hacerse el correcto es un fucking maestro, es que la Comisión Europea "nos ha puesto deberes" si se quiere que avale el proyecto. En resumidas cuentas, a la habitual y escasa prisa del Gobierno para desarrollar las infraestructuras en Catalunya, ahora tenemos que añadir el hecho de que sea la Generalitat quien calendarice los proyectos escudándose en terceros para dilatarlos.

Cumpliendo punto por punto una tradición del autonomismo de toda la vida, eso sí, la consellera Vilagrà y Jordi Puigneró se adecuaron perfectamente a la postura catalana de salir muy enfadados de una reunión. Nuestros dos líderes corrieron como una bala para adjetivar como "insuficientes" los compromisos de la Bilateral, recalcando el adjetivo con aquella carita de fastidio que la tribu hace en la capital cuando sale de una comida de negocios donde después de haber hecho todo el trabajo todavía te habías pensado que cobrarías más que los otros comensales. Realmente, somos un tipo de gente adorable y, a menudo, cuando pienso en por qué los españoles todavía no nos han arrasado, me respondo que, en el fondo, nos consideran un animalillo a salvar. Tienen razón: un bípedo que sale de un meeting sin ningún tipo de compromiso ni chicha y todavía tiene la gracia de hacerse el ofendido y calendarizar es una auténtica pieza de museo.

Sea como sea, queridos lectores, tenemos que darnos la enhorabuena. Dentro de muy poco tiempo, tendremos un aeropuerto más grande y estará conectado con los de Reus y Girona. De tal manera, cuando lo tengamos que ir a ocupar para que los Mossos nos hostíen y nos saquen el ojo o el cojón (también el ovario o toda cuanta derivada en transición), por lo menos tendremos más espacio para recibir la caricia. ¡Celebrémoslo! ¡Todos al aeropuerto!