Hay días en que la magnánima providencia parecería clarificar las cosas a los seres humanos. Así, anteayer, en la conmemoración del 17-A, una jornada particular en la que, por si alguien lo dudaba todavía, uno pudo ver diáfanamente cómo de ocupada y sometida vive la tribu. Tras perjurar que no coincidiría jamás con el rey, el president Torra encabezó un besamanos con la mayoría de autoridades patrias, hilera de esclavitud que certificaba de nuevo cómo la retórica enardecida de los líderes indepes esconde una sumisión voluntaria vergonzante. Horas antes, la policía catalana (comandada por el conseller Buch) se había dedicado a coaccionar la libre expresión de los ciudadanos, requisándoles banderas y pancartas. Por el Eixample corrían agentes del orden anónimos, sin placa ni número identificador, que fortificaron la entrada en plaza de Catalunya, lugar donde solo pudieron acceder ciudadanos despolitizados, eufemismo que no hace falta ni comentar.

En días como ayer puede comprobarse fácilmente como todas las renuncias que ha asumido el independentismo solo han servido para que a la Generalitat se la pueda rifar un simple jefe de protocolo

Que la alcaldesa de la capital, españolaza ella, aceptase asistir a esta patochada disfrazando su cinismo con lágrimas de cocodrilo era del todo esperable. Pero ver a nuestros representantes actuando como Gobierno de Vichy solo podía darte arcadas. Si es así como farem República, chavales, que Dios nos pille confesados. En días como ayer puede comprobarse fácilmente como todas las renuncias que ha asumido el independentismo solo han servido para que a la Generalitat se la pueda rifar un simple jefe de protocolo. Mintieron cuando perjuraron que aplicarían el 1-O, volvieron a estafarnos cuando prometieron restituir los cargos de los encarcelados y de los políticos en el exilio, y han vuelto al arte de la trola cuando dijeron que a Catalunya no le hacía puñetera falta un monarca. Miradlos qué guapos, todos en fila india y repeinados, saludando a Felipe VI con cara de circunstancias. Si yo fuera español me lo hubiera mirado acompañando la fiesta con palomitas. Con enemigos así, uno no tiene ni que apretar el gatillo.

Es muy difícil imaginar una situación donde se pueda caer más bajo y vender más barata la sumisión voluntaria. Ya tiene gracia, la cosa, porque los mismos políticos que demostraron ciencia y valentía contra el yihadismo, con una determinación que asombró al mundo, viven con alma de peluche su lucha contra España. Son las mismas personas, con intacta carne y alma, pero toda la gallardía que muestran en la lucha global contra el terror se les acaba cuando se enfrentan al colono. Solo nos dejan la rabieta, resignándonos a que Felipe VI deba saludar a Laura Masvidal, compañera de Joaquim Forn, cuando de hecho los titulares de las prisiones catalanas son los políticos que habitan en la Generalitat, que podrían abrir las mazmorras de los prisioneros si tuvieran suficiente gallardía. Es muy curioso ver cómo la misma gente que luchó contra la forma más sanguinaria del mal acaba claudicando contra el rey y cuatro matronas con la bandera rojigualda en la bufanda.

Afortunadamente, visto que la ocupación era demasiado visible y tan dolorosa, Dios se apiadó de nosotros y nos envió una maravillosa lluvia que lo limpió todo. No había suficiente agua para tanta vergüenza.