La Diada que pretendía ensanchar la base del procés mediante concesiones a comunes fraternales y podemitas federalistas acabó con una asistencia menor a la habitual y con el president de la Generalitat sumido de nuevo en la retórica masista. Curiosidades de la vida, mientras Artur se paseaba complacido por las calles de Barcelona, exigiendo ahora sí el referéndum “realmente vinculante” que él mismo no se atrevió a convocar el 9-N, Puigdemont abrazaba la marmota mediante la idea recurrente de llamar a Madrid con tal de pactar una votación y, en caso de rechazo estatal, convocar unas elecciones constituyentes que serían “el verdadero plebiscito del proceso independentista”. Volvemos a la retórica del 'vot de la teva vida', al plebiscito constituyente por el referèndum 'que no ens han deixat fer' y, en poco tiempo, podremos gritar de nuevo 'hem guanyat' en todas las lenguas de Europa. Y todavía hay gente que afirma, garbanzo dorado bien alto y palpitando, que el 11-S fue un éxito…

El independentismo recula y engaña cuando cae en la trampa de proponer votaciones y plebiscitos que se inscriben en el marco competencial de la autonomía española. No existirá ningún divorcio real con el Estado si éste se vehicula a través de sus instrumentos, por muy creativo que uno sea, y de ahí precisamente surge la frustración posterior al 27-S. Por mucho que el independentismo se presente unido en unas futuras elecciones constituyentes (entiendo que a través de una lista cívica con un solo punto en el programa electoral), tramar una votación bajo control estatal siempre acabará excitando a su maquinaria para relativizar y crujir el resultado. Cada día es más evidente que el referéndum de autodeterminación es el único choque que no solamente vincula a los catalanes con su propio libre albedrío, sino que rompe el sistema de partidos que hasta el momento ha mediatizado el procés castrándolo a través de sus intereses sectarios. El referéndum es rompedor porque autodetermina, mientras el proceso constituyente sólo continúa esculpiendo castillos de naipes dentro de España. 

Que todo el mundo tenga bien claro que la libertad no exige mártires sino acciones realmente vinculantes

Artur Mas ha hecho bien en enmendar su propia trayectoria política recordando, implícitamente y con sordina, que el 9-N fue el último intento de organizar una votación bajo la legalidad española, sin aplicar el resultado que surgió de las urnas. Ver al expresident de la Generalitat cantando independencia con la camiseta de la ANC es poco importante si lo comparamos con el hecho de que Mas reconozca finalmente que hasta su propia imputación por sedicioso y traidor se inscribe en la dialéctica de la legalidad estatal. Es bueno, en definitiva, que todo el mundo tenga bien claro que la libertad no exige mártires sino acciones realmente vinculantes y sería mejor todavía que no tuviéramos que esperar dos años más para que el independentismo enmiende sus propias jornadas históricas. Uno puede continuar con la cancioncilla de que el referéndum sería otro 9-N, pero cuando hasta sus organizadores lo enmiendan la comparación de parvulitos ya cae por su propio peso. 

Ahora que somos constituyentes, volvemos a ser inofensivos. Ahora que tramamos de nuevo aquello que fracasó, volvemos a ser previsibles. Hoy por hoy, sólo tenemos un deber: no repetirnos. Afortunadamente, el president Puigdemont lo sabe de sobras. Si somos constituyentes, por mucho que te pese, somos españoles.