Con el anuncio de convocatoria del referéndum y el compromiso de aplicar el resultado sin ambages en caso de victoria del 'sí', el president Puigdemont ha situado por primera vez el listón del éxito secesionista en una promesa bien palpable. Ya no estamos en la esfera del 27-S, del "referéndum que no nos han dejado hacer", porque el Molt Honorable y los diputados de Junts pel Sí han adquirido un compromiso que solo depende de su fidelidad a los electores y que el Gobierno español, como cada día se hace más patente, solo puede hacer embarrancar con el uso de la violencia sistémica y de la coacción física. Si el referéndum ha sido una idea que ha crecido (y finalmente se ha impuesto) con muchas estrecheces en el mundo soberanista, es justamente porque la votación sobrepasa el mundo de los partidos y de sus intereses mezquinos y pone de manifiesto el miedo de los antiguos partidos autonomistas a dar voz directamente al pueblo.

Ahora duele recordar cuando, por ejemplo, en agosto de 2016, Agustí Colomines se refería a lo que en aquel momento denominábamos RUI como "un brindis al sol" absolutamente ineficaz debido a la hipotética no participación de los votantes contrarios a la independencia porque, decía Colomines, "si la señora Arrimadas no va a votar, tenemos un problema". O Germà Bel, que un año después, en julio del 2016, se refería a la votación como "un 9-N, pero patético", que sería "técnicamente una porquería". Los que, ya después del 27-S, defendimos el referéndum como solución más viable y fortalecedora para el soberanismo, simplemente porque era la única manera de fundamentar la secesión en el más estricto procedimiento democrático, recibimos de hostias de los que ahora defienden la votación con uñas y dientes: Agustí, Germà, aceptaremos bien contentos unas disculpas y un café compensatorio.

Mediante la sola intención de convocar el referéndum, Puigdemont ya ha conseguido muchas cosas. En primer término, retratar a la izquierda alternativa catalana de Ada Colau como un conjunto bien simpático de falsarios que dicen defender la soberanía del pueblo catalán mientras niegan que se lo consulte, gente bastante curiosa que, ante el Banco Mundial o la Comisión Europea, defiende desobedecer deudas externas o los desahucios pero que, ante España, se vuelven de un legalismo que asusta, pobrecitos farsantes. En cuanto al PSOE, incluso el extremeño Guillermo Fernández Vara dice, con un cierto retraso y cagado ante la hipotética celebración del referéndum, que quizás sería buena idea retornar al Estatut actual sin los recortes del Tribunal Constitucional. A los españoles se les ven las contradicciones y, a medida que el día de votar se acerque, se les acelerará la creatividad.

En cuanto a Rajoy, hay que insistir una vez y otra que el presidente español no tiene ningún tipo de fuerza para detener el referéndum, porque ninguna judicatura de un país (y el presidente español no es Erdogan, ni España es Turquía) puede permitir pugar el Parlament entero, a centenares de alcaldes y a todo un cuerpo policial y funcionarial. En este sentido, y más allá de explicar las particularidades técnicas de la organización del referéndum (que son problema del Govern, no del pueblo), el Molt Honorable tendría que buscar cuántas más complicidades posibles en el electorado catalán, y eso quiere decir iniciar una campaña de neutralidad institucional que dé también cobertura y portavoces a los votantes del 'no'. Poco importa que los comuns digan que el referéndum tiene o no garantías: lo importante es que sus electores vayan a votar, porque ellos –Colau, la primera– no podrán dejar de hacerlo.

A partir de ahora, a los independentistas solo nos toca entonar el "sí, quiero" y ayudar a que vaya a votar cuánta más gente mejor. Toda coacción contra el referéndum será un agravio contra el derecho de autodeterminación y un daño moral a los ciudadanos de Catalunya, voten lo que voten. A partir de ahora, resistir es un valor y todos los que se encojan, justamente por la concreción del compromiso presidencial, serán enviados a la papelera de la historia por sus votantes. No tendremos compasión.