Cuando, estando en Madrid, escuchaba la intervención de Andreu Van den Eynde en el Tribunal Supremo, no pude evitar pensar que el juicio del 1-O comenzaba de la peor forma posible. Con la excepción de Javier Melero, un penalista de la vieja escuela que conoce muy bien al enemigo (y que, precisamente por ello, dejó bien claro que el devenir del juicio debería regirse por criterios estrictamente jurídicos y técnicos, aislados del foco político), la intervención del resto de letrados hacía presagiar una defensa ideológica de sus clientes. Una cosa es que los presos políticos aprovechen sus discursos en el Supremo con tal de reivindicarse, pero otro asunto bien diferente es que sus representantes legales se disfracen de mitineros. Tras acabar la intervención de Van den Eynde, un colega de Madrid, jurista y muy bien conectado con los círculos del poder capitalino, me escribía un mensaje fatal: “Pésimo tono y espantosa forma de encarar el juicio. Esto es como si antes de un partido de futbol pillas al referee y le disparas que el sistema del arbitraje de la liga española es una puta mierda. Ya os podéis ir preparando, porque mucho me temo que los destrozarán”.

Mientras los presos políticos y sus abogados han adoptado la arena del TS para desplegar su reivindicación airada, el independentismo tiene la ambición congelada en la praxis

La cosa tiene cierta ironía. Mientras los presos políticos y sus abogados han adoptado la arena del TS para desplegar su reivindicación airada, el independentismo tiene la ambición congelada en la praxis. Así Oriol Junqueras, que esta misma semana se acercaba a La Vanguardia para publicar un panfletito ("Un camino factible a la república") en el que se disfrazaba de político comú ―quizás como forma de anticipar el pacto ya signado entre Ada Maragall y Ernest Colau en Barcelona― y nos transportaba con un manotazo a la pantalla del derecho a decidir y al quebrantamiento del candado del régimen del 78, comprando la maragallada tantas veces desmentida por la realidad de una España como suma de infinitas repúblicas. “Un camino factible hacia la república que también se tiene que basar en el fortalecimiento del movimiento republicano y en el debilitamiento gradual no de España como sociedad, sino del régimen del 78.” Mientras en la sala del tribunal se adopta una retórica enfurecida, extramuros la cosa es la de siempre; la pretensión del catalanismo de modernizar una España que vive encantadísima el ascenso de Vox y la ultraderecha.

Ni la república será más factible cuando se sueñe reafirmada en aspiraciones caducas y pasadas de moda, ni la libertad de los presos será más factible si éstos y sus abogados se dedican a chotearse del tribunal que debe juzgarlos. Visto que el independentismo político ya se ha rendido, no entiendo a qué viene hacerse el mártir en una sala de justicia de los enemigos para impostar un heroísmo que los hechos han demostrado absolutamente inexistente. Temo lo peor, queridos lectores: la condena del independentismo a volver al catalanismo soft y una condena ejemplarmente dura contra nuestros políticos. Pero todavía existe una condena mayor: la de la sociedad catalana, castrada en la súplica de un futuro indulto, con los líderes secuestrados en prisión o con la inhabilitación del escarmiento y el miedo. Nos espera un futuro negrísimo. Ojalá me equivoque. Sólo en Barcelona asoma un poquito de luz.