Este chaval, Fabián Mohedano, el diputado de Junts pel Sí que vive con la obsesión de imponer el horario europeo en Catalunya, lo cual quiere decir obligarnos a comer a la una, dejar de trabajar a las cinco y cenar justo cuando despierta el atardecer. Mohedano, pobre Fabián que fuiste del PSC y que ahora te defines como trabajólogo (sólo por esto el chico ya merecería pasar unas cuantas horas de cara a la pared), quiere regalarnos la buenaventura del horario civilizado. Pero nosotros, Mohedano, a ver si lo entiendes, somos mediterráneos; ello quiere decir que nos levantamos con las gestas de la noche todavía incrustadas en los ojos, lo que implica –Fabián, Fabián– que adoramos comer tarde y por encima de todo copiosamente, para volver al trabajo borrachos y disparando eructos por la calle como auténticos porcinos, y que nuestro único momento de clarividencia es la oscuridad, cuando las calles se vacían y los socialistas dormís en casa sin osar molestarnos.

La idea que todo lo europeo resulta civil y más digno es uno de los errores que expresan mejor nuestro perpetuo complejo de inferioridad cultural. No existe nada más excelso que el caos ordenado del Mediterráneo, el que se burla del sol despertándose cuando éste ya lleva horas currando como un obrero y que venera la productividad creativa de la madrugada para imaginar los mejores poemas de amor y desazón. Nosotros, Mohedano, somos los seres auténticamente superiores y así nos acostamos contentos de saber que los cretinos del norte de Europa se levantarán en sólo cuatro horitas. Igualmente, para alargar todavía más las tardes y evitar ver a los niños, pagamos religiosamente una serie de actividades insufribles como el Taekwondo o las clases de piano, tareas sórdidas que sufragamos con la simple idea de tener a los pequeños colocados mientras tomamos una cervecita e intentamos llegar a casa muy tarde, para evitar cualquier contacto familiar. Somos así de felices, Mohedano.

Hay un remanente del socialismo que no vivirá contento hasta organizarnos la vida somnífera y estomacal, que nos quiere imponer la productividad de las mañanas –a nosotros, que somos los reyes de la noche– y que si pudiera nos impondría el fascismo del consomé de primero y de la merluza con berenjenas de segundo. Mohedano, calla y duérmete, que nosotros continuaremos vigilando las calles por ti. El socialismo, como todo lo totalitario, acaba muriendo por simple aburrimiento. Defenderemos la oscuridad, si hace falta, con la propia vida.