La única forma efectiva de combatir el racismo es recordar a cada minuto que las razas no existen. Inventado como un fenómeno de apariencia científica por Arthur Gobineau en el Essai sur l'inégalité des races humaines (1855), el racismo nació con la pretensión de advertir a los caucásicos del declivio de las civilizaciones europeas en el caso que los seres más puros de sus naciones más prósperas del norte fornicasen con indígenas. Hace tiempo que sabemos objetivamente que pregonar una taxonomía de la población atendiendo a su apariencia óptica y a sus particularidades físicas es absolutamente ridículo. Últimamente, las sociedades democráticas han intentado combatir el racismo intensificando precisamente estas particularidades y, con la eclosión del multiculturalismo, asociándolas con el orgullo a una serie de prácticas culturales pintorescas que identifican a grupos raciales inexistentes.

Hace tiempo que sabemos objetivamente que pregonar una taxonomía de la población atendiendo a su apariencia óptica y a sus particularidades físicas es absolutamente ridículo

La denuncia de Fàtima Taleb en Badalona y el cierre de fronteras a la carta de la administración Trump para fomentar el miedo a la diferencia para con la alteridad son fenómenos dispares que, más allá de hacer evidente la pervivencia de prejuicios raciales, demuestran igualmente el fracaso de la táctica multicultural para combatir la intolerancia. Contra la división injusta de la sociedad en cualquier estrato biológico, insisto, lo primordial es recalcar la estupidez de los mismos cajones. Contra el racismo, liberalismo, a saber, contra la tendencia a agrupar las singularidades en trazos comunes, afírmese la radicalidad de valorar al individuo, algo que recae precisamente en su condición de ser incomparable y libre por igual. Sólo el liberalismo, que recalca que tu identidad la escoges tú y sólo tú, más allá de lo que aparentes o de lo que quieran que aparentes, podremos acabar con las taras ideológicas que nos idiotizan.

El multiculturalismo ya ha dado todo lo que de esta corriente podía esperarse: ha permitido que los filósofos progres vayan de cool en los congresos de convencidos (cobrando lo que no podéis ni imaginaros) y que los socialistas barceloneses organicen fiestas de la diversidad donde se puede ingerir un shawarma de primero y un nigiri de segundo. La izquierda mundial (y muy particularmente la catalana, tan católica ella, pobrecita) debería admitir este fracaso de una vez por todas, que será todavía mayor cuanto más se insista en una diversidad artificialmente urdida desde las facultades norteamericanas. Insistir en la beatitud de haber tenido un presidente negro, loar la inmensa paleta de colores del barrio del Raval, emocionarse con la diversidad de los patios de escuela de nuestra tribu va bien para hacer poesía barata, pero el único remedio contra los imbéciles que han insultado a Fàtima y contra la estulta política trumpiana es volver a loar el individuo como tal.

Las razas no existen, solamente existes tú. Y punto.