Por mucho que las restricciones pandémicas acaben eliminando al cuñado y a otros anexos consanguíneos o políticos de la mesa de Navidad, habrá un momento u otro en que algún familiar romperá el hielo de la sobremesa, sepultando de golpe las conversaciones sobre el virus, la vacuna, las PCR, Pfizer, el doctor Argimon, los epidemiólogos y la madre que los parió... para acabar disparando la pregunta fatídica, un enigma más goloso y fructífero que los grabados de la piedra de Rosetta. Primero se hará el silencio entre los comensales (sean los diez escogidos que marca la ley u once, veinte o incluso cincuenta temerarios con ganas de contagiarse y acabar cenando con san Pedro), pero inmediatamente después la parentela se desbravará con esta, la única cuestión que parece ser relevante en el mundo de las migajas que nos ha dejado la pseudoautonomía del post-155: ¿quién ganará las elecciones del 14-F?

A servidor no le pagan por ser futurólogo y ya está bien, porque tengo poquísima maña, pero diría que la mejor forma de responder a esta pregunta es que el resultado te importe más bien nada. En este sentido, tengo la certeza de que la política catalana de los próximos lustros se limitará a una lucha para bajar el listón de la ambición, dejando a los catalanes en la triste posición de ver como convergentes y republicanos intentan rentabilizar la prisión y el exilio para repartirse el escaso poder que quede en esta Generalitat moribunda. Quien la comande, más allá de si os hace más gracia el risible ademán de hombre sensato de Pere Aragonès o la sonrisa eternamente selfie mode de Laura Borràs, tiene un interés puramente anecdótico y la pregunta sólo produce la curiosidad morbosa que te da cuando miras un documental de animales medio sesteando y no sabes si el ñu acabará corriendo libre o engullido por la pantera.

Desde el acatamiento del 155, Esquerra confió su victoria en la aparente descomposición del pal de paller convergente y aprovechó la errática presidencia de Quim Torra, castrada por el highlight de la desobediencia playmobil de la famosa pancartita, para contraponer el estéril activismo de ratafía con el perfil de buen gestor de Pere Aragonès. Pero a pesar de los esfuerzos del vicepresident por retratarse con los capataces de La Caixa (de Alicante) y de disimular el hecho incuestionable de una vida laboral inexistente más allá del carné del partido, Aragonès ha visto como el plan se le arruinaba con la Covid-19 y el desgaste de los republicanos en las conselleries de Salut, Afers Socials i Famílies y Educació, unos espacios más que centrales del Govern en los que Vergés, El Homrani y Bargalló nos han regalado varias lecciones de cómo ser un político sin la preparación necesaria para el cargo que ocupa.

Desde hace semanas, en la sede de Esquerra se respira una cierta intranquilidad. De una victoria que se avistaba cómoda se ha pasado a un cierto rumor de remontamiento de Junts en las encuestas

El universo convergente ha sido muy hábil contraponiéndose al estalinismo republicano en eso de escoger candidatos a la Gene preparando una pantomima de primarias con el guion concebido para que Puigdemont y Laura Borràs puedan elaborar cómodamente su lista. Los convergentes saben que Laura, sea o no inhabilitada por la justicia enemiga, es su mejor candidata, y no sólo por el hecho de ser la figura que suscita más interés en el electorado soberanista, sino sobre todo porque cumple la primera y más sagrada de las normas convergentes: hacer ver que no eres convergente. En una lucha contra Aragonès, Borràs podrá exhibir su rostro de felicidad perpetua entre citas literarias de la Wikipedia consciente de que tiene mucho más gancho que su rival y, si se sabe rodear de un buen equipo gestor, Aragonès tendrá que ejercitar mucho la creatividad para defender algo de Alba Vergés.

Desde hace semanas, en la sede de Esquerra se respira una cierta intranquilidad. De una victoria que se avistaba cómoda se ha pasado a un cierto rumor de remontamiento de Junts en las encuestas y, por si eso fuera poco, los republicanos ya ven como las señoras del Eixample comentan lo bien educada y culta que es la candidata Borràs y, con aquella indignación de quien ha hecho siempre de ama de casa con voluntad y sueños de emancipación, lo bien y lo feminista que quedaría una Molt Honorable 132 con este gusto tan cuqui por los bolsos y las faldas. Que la Convergència más vetusta, porque eso es Laura, apele al género como motivo diferenciador es uno de los chistes más extraordinarios que me ha regalado la vida, pero de estas sutilidades la tribu no quiere ni oír hablar: con el beneplácito del exiliado de Waterloo y un poco de glamur han conseguido a una candidata que puede ser un auténtico trueno electoral.

Que la escudella salga de la cocina bien caliente, porque la pregunta sobre el ganador o la lideresa resultante del 14-F será un enigma cada vez más difícil de averiguar. Pero ya os digo que si yo fuera un militante de Esquerra, no pasaría las fiestas muy tranquilo, y más todavía visto el misterioso silencio que parece haberse apoderado del Espíritu Santo de Lledoners. En cambio, puedo aseguraros que mis amigos convergentes del barrio ya llevan semanas llenando los espantosos restaurantes de la calle Enric Granados para cavilar cómo le cuelan a la población eso tan fantástico de tener una presidenta por primera vez y más todavía si la rodean de un grupo de machos doctos en la gestión y formados en las mejores escuelas de negocios. Por mi experiencia, pese a quien le pese, los oráculos de la Cuadrícula no suelen fallar. No me diréis que la sobremesa, a pesar de las restricciones, no da mucha hambre.

Sea como sea y pase lo que pase, queridísimos y pacientes lectores de El Nacional, aprovecho para desearos buenas fiestas. Y, dicho sea de paso, si queréis celebrar muchas más, y sobre todo si las queréis celebrar rodeados de vuestros familiares más vulnerables, haced el puto favor de no moveros de casa hasta después de Reyes. Besis a todos.