Bueno, finalmente Carles Puigdemont ha admitido que no declarar la independencia el 10-O fue un error. En efecto, en aquella famosa noche el soberanismo contaba con todas las ganancias morales que la resistencia increíble de la gente le había regalado el día del referéndum y al presidente no sólo le faltaban aliados internacionales para hacer mediación (esta fue la excusa), sino que sólo pudo aducir que algunas voces del gobierno español pedían diálogo, la credibilidad de las cuales, como sabe cualquier persona que se afeite antes que nada, es la de cualquier español. El president la pifió, porque pidió al Parlament suspender una declaración (sin ninguna votación previa) que la cámara catalana tampoco había ratificado. Recuerdo perfectamente aquella noche, cuando para no hacer el ridículo nuestros diputados firmaron una texto de ruptura en el salón de actos del Parlament. Con las caras pagaban.

Aquel día, y lo repetiré las veces que haga falta, también recuerdo cómo Jordi Sànchez me dijo que la ANC no había convocado el pueblo en el parque de la Ciutadella, porque no quería hacer mucho escándalo. Ahora ya sabemos que, simplemente, querían tener la gente barrida en el Paseo de Lluís Companys, como la basura, no fuera que los independentistas de buen corazón se cabrearan (pobre Jordi Cuixart, que cara de incrédulo ponía). El president, en definitiva, se equivocó porque aquel día el parlamentarismo catalán y la alta cámara perdieron absolutamente cualquier autoridad y carácter representativo. Aquí se suspendían declaraciones que ni habían sido votadas, aquí se firmaban textos de independencia sin ninguna autoría conocida. Cuando acabó la sesión, la noche respiraba mediocridad. Después del heroísmo popular del 1-O, los políticos catalanes cedían al poder español.

De haber declarado la República podríamos haberla perdido, claro, pero cuando menos nos habrías dado la oportunidad de defenderla

De todo eso hace muy poco, pero el surrealismo del momento todavía me parece increíble. El pueblo catalán salió al derbi con el árbitro en contra, con el reglamento torcido para hacerle daño y con un clima adverso, pero sin embargo ganó la primera parte del partido. Cuando sólo faltaba rematar y salvar el resultado, el presidente y todo su gobierno (con la notoria excepción de Clara Ponsatí) decidieron que en la segunda parte ni había que salir a jugar. Piensas y te tienes que aguantar el llanto. Cuando menos, el Molt Honorable 130 ha admitido en sordina que, a partir de aquí, el poder transformador del 1-O se ha ido al garete. Todo eso que estamos viviendo, ya lo veis, es la consecución y el enlarguecimiento de una pantomima con que el independentismo pretende enojar al estado. La última pamema de vodevil es el intento de investir a Jordi Sànchez sólo porque se sabe que la judicatura tumbará la iniciativa. Y siga jugando.

Sí, president, te equivocaste, porque de haber declarado la República podríamos haberla perdido, claro, pero cuando menos nos habrías dado la oportunidad de defenderla. ¿Ahora cómo podemos ayudar a desplegar algo que entregamos al enemigo? ¿Como podemos recuperar la pelota si, cuando el rival yacía indefenso en el césped, decidimos entregársela de nuevo para que nos remataran? ¿Como podéis esperar que arriesguemos todo aquello de lo qué renegasteis, de queridos líderes? Sí, president, fue un error. Es bueno que lo empecemos a reconocer, sobre todo si de aquí un tiempo lo queremos intentar de nuevo sin hacer tanto el ridículo.