La sala de actos del Parlament hizo ayer mismo de sede de una nueva investidura fallida de Pere Aragonès que encarnó perfectamente el simulacro constante que describe la política catalana. Antes de empezar ya se sabía que Convergència no daría el sí al candidato republicano, pues, una vez pasado el escollo de redefinir el papel político del Consell per la República ("redefinir" es un verbo de esos nuestros que no significa nada, como "implementar" o "emprender"), es decir, del president Puigdemont, los republicanos todavía no habían ofrecido a los socios de gobierno un plan de futuro con suficientes garantías. A sus señorías se les nota muy incómodas alejadas de la mullida rojez de la butaca parlamentaria y eso de las sillas de plástico es muy poco de la Dinamarca del sur, con lo cual todo dios habló poco, nadie osó decir nada y el único enigma del día era el restaurante donde uno se puliría la dieta.

La arquitectura es una de las hijas predilectas de la política, y ya tiene gracia que en aquel mismo salón de actos el 10 de octubre del 2017 los diputados de Junts pel Sou y de la CUP firmaron aquella famosa "Declaración de los Representantes de Catalunya" en que se constituía la República Catalana, dice el texto, "como Estado independiente, de derecho, soberano y social". Ante las enésimas propuestas de hojas de ruta que preludian la formación de Govern, yo propongo a mis queridísimos lectores que vuelvan a ese documento y, de vez en cuando, como quien huele una flor, lean un trocito. Mi preferido es justo al final: "Hacemos un llamamiento a todos los ciudadanos a hacernos dignos de la libertad que nos hemos dado y a construir un estado que traduzca en acción y conducta las inspiraciones colectivas". No sé si me complace más por eso que dice nos haga "dignos" de la estafa o por como confunde "aspiraciones" con "inspiraciones".

Mientras sus señorías se dedican a perder el tiempo y repartir sillas, en la Dinamarca del sur, en el hub tecnológico, neurobiológico y apostólico más importante del sur de Europa, la pandemia sigue castigando la ciudadanía a las puertas de una cuarta ola

Afortunadamente, cada día hay más independentistas que no compran el simulacro (el pasado 14-F juntistes y republicanos, no hay que olvidarlo, perdieron 707.974 votos con respecto a las anteriores elecciones) y la tribu sigue la formación de gobierno con una mezcla de parsimonia y resignación parecida a la lista de espera para vacunarse. Todo el mundo sabe que Aragonès será investido, que lo único que buscan los juntistes es asegurarse la presencia (y las competencias) de las conselleries donde la pasta podrá manar, básicamente Salut y Vicepresidència, y que las negociaciones de los próximos dos meses son un sainete sin la menor importancia. La política catalana sólo tiene el interés de la estrategia a corto plazo más banal, y hay que reconocer en los convergentes una gran habilidad de hacer que Aragonès cada día parezca menos presidenciable y tenga más pinta de un opositor esperando turno para examinarse.

Catalunya es una tierra de innovación constante: hemos tenido un presidente en el exilio, también un Molt Honorable vicario que se dedicaba a hacer de activista (y que ahora va por los lugares firmando libros, cuidando el medio ambiente y obsesionado por la anhelante búsqueda de trending topics), y ahora nos pasaremos unas semanas con un presidenciable opositor. Hace mucha gracia ver como Pere intenta combatir esta condición de eterno aspirante, de existir permanentemente en la sala de al lado del poder y, si os fijáis, cada día imita con más maña los gestos de Artur Mas en los debates en el Parlament, aunque al futuro Molt Honorable le falte mandíbula y todavía no ande con suficiente desenvoltura como para ejercitarse en el cinismo que regala el poder. Aragonès aprobará las oposiciones, pero sus socios convergentes lo desgastarán del mismo modo que escarnecían a Puigdemont o Torra.

Mientras sus señorías se dedican a perder el tiempo y repartir sillas, en la Dinamarca del sur, en el hub tecnológico, neurobiológico y apostólico más importante del sur de Europa, la pandemia sigue castigando a la ciudadanía en puertas de una cuarta ola y la industria hostelera de las ciudades está a punto de bajar la persiana. Pero todo eso son minucias, porque lo más importante es la alta política que nuestros diputados perpetran en la planta baja del Parlament y a las numerosísimas reuniones que parirán, esta vez sí, la hoja de ruta imbatible para la independencia. Me muero por ver de qué tendremos que ser dignos, en esta nueva y todavía más denigrante tomadura de pelo.