Sólo el sadomasoquismo podría justificar que un independentista vote a Junts pel Sou o a Esquerra Republicana de España en las próximas elecciones que han impuesto los españoles y su capataz. Solamente la tara de gozar sufriendo la violencia y el dolor en la propia piel, en definitiva, justificaría que mis conciudadanos den apoyo por enésima vez a los representantes políticos que han sido directamente responsables de las cargas policiales de los Mossos, que han causado la pérdida de un ojo a cuatro personas y la parte de un cojón a otra. Entiendo que, en una determinada situación y con un sofisticado utillaje, el dolor pueda ser fuente de placer carnal, pero sería deseable apartar de la política el hecho de aplaudir a quien se dedica a cascar a la juventud más liberada de la tribu. Quien se identifique como indepe y vote a un Govern represor, más que ir a las urnas, debería visitar urgentemente un diván.

Podría llegar a entender que los electores independentistas toleren las mentiras, ahora ya más que contrastadas, de Puigdemont, Junqueras y adláteres, que miren hacia otro lado cuando uno les recuerda las estructuras de estado, la Ley del Referéndum y de la Transitoriedad, y una serie de cosas que, lo entiendo perfectamente, provoca una cierta vergüenza y mucha pereza recordar. También puedo llegar a racionalizar que a mis conciudadanos les duela no poder enorgullecerse de ninguno de los dos grandes partidos que hasta el momento les han representado en el Parlament o en los respectivos ayuntamientos en donde residen. Pero regalar el voto a quien practicaba el arte de silbar mientras le daban de hostias a la parroquia en las calles de Barcelona, llámenme quisquilloso, es un acto autodestructivo que ni todas mis vastísimas lecturas freudianas podrían llegar a justificar. Si te putean no les votes. ¿Fácil de entender, no?

Regalar el voto a quien practicaba el arte de silbar mientras le daban de hostias a la parroquia en las calles de Barcelona, llámenme quisquilloso, es un acto autodestructivo 

"¡Pero está la CUP!", responderán los lectores más sagaces. Pues nada más lejos de la realidad. Desde que los cuperos decidieron concurrir al 10-N, hasta un bebé sin experiencia en la política habrá podido comprobar como sus líderes han caído de cuatro patas en la tentación de podemizarse y, lejos de centrar su interés en la aplicación de la independencia, han comprado el sobadísimo marco de “acabar con el régimen del 78”. Si alguna cosa había hecho la CUP, a nivel moral y político, era no acudir a las elecciones que resultaban ajenas al ideario de sus militantes porque, como pensaban correctamente, participar en un marco político diseñado para reafirmar la unidad de España elimina cualquier punto de disidencia que no caiga en llevar fotocopiadoras o lucir camisetas reivindicativas en el Congreso. Viajando a Madriz, a pesar del brillante resultado que obtendrá en los comicios, la CUP ha iniciado su lenta autodestrucción.

A pesar de que no tenga un efecto real en el reparto de escaños y que pueda beneficiar a la derecha española, sólo un masivo voto en blanco en Cataluña puede hacer reaccionar al procesismo. Los partidos catalanes sólo apostarán por la independencia cuando vean peligrar las sillas y nóminas que les regala el régimen constitucional español. Votad en blanco, creedme, y en algunos despachos empezarán a temblar algunas pieles. Servidor lo tiene claro: ni los colaboracionistas de la represión ni los blanqueadores del régimen. Si se quiere hacer algo útil, todos estos colaboracionistas deben acabar en la papelera de la historia. Vota en blanco, olvídate de los chantajes emocionales, y quédate la mar de tranquilo.