El viernes pasado, Laura Rosel espabilaba a los oyentes de El Matí de Catalunya Ràdio cargando contra su santidad Oriol Mitjà por las críticas de incompetencia y de falta de liderazgo que el epidemiólogo nacional había tirado contra el Govern aquella misma semana. "Bastante desconcertante es todo –argumentaba Rosel– para tener que escuchar ahora a uno de los médicos de la pandemia cargándose la confianza en el Gobierno, sea del color que sea, sea verdad o no. Ahora eso no tocaba." Como era de esperar, muchos ciudadanos se sorprendieron del hecho de que Rosel se disfrazara de portavoz del gobierno (o de periodista en nómina de dictadura venezolana) para enmendar un ciudadano de opinar sobre la administración que lo gobierna y más todavía cuando este individuo resulta ser un reputadísimo científico, escarneciendo a su vez la verdad de esta crítica como un asunto nimio, sin ninguna relación con el oficio periodístico.

Este editorial de la primera dama de la radio pública se tendría que estudiar en las escuelas de periodismo y también de filosofía de la tribu. Primero, por el hecho de que Rosel se animara a romper el sagrado principio de no contradicción discursiva (a saber, ¡por opinar que Mitjà no tenía que opinar!), pero sobre todo por la argumentación altamente insultante de este nuevo ahora-no-toca. Para Rosel, "la gente de la calle (puaj) no tiene ni idea de si Mitjà tiene razón o no, o si el Gobierno lo hace mejor o peor. Sólo sabe que lleva un año muy complicado, con todo al revés." Es decir, que según la ética periodística roseliana los ciudadanos no sólo viven bien felices en el mundo de la ignorancia, sino que este hecho (que sean felizmente idiotas con respecto a la pandemia) hace que a su vez también les sude la zanahoria si lo que dice Mitjà es cierto o no. Como no sabemos si sabemos o no, al fin y al cabo, eso de la verdad pues da igual. ¡Viva!

Paralelamente, Rosel compraba uno de los argumentos sagrados del procesismo según el cual si los gobernantes las pasan canutas (en el caso de los presos políticos, debido a la represión incuestionablemente arbitraria de la prisión y del exilio), eso los exime de cualquier crítica. Es decir que, en palabras de la periodista, si se han sufrido los efectos de la Covid "en muchos casos con familiares muertos, muchos otros sin trabajo o con un ERTE" pues ya lo bastante desconcertante es todo como para que encima venga el sabelotodo de turno y te critique. Eso de Laura, en definitiva, no es nuevo, y sólo representa la continuación lógica de una década nauseabunda en la cual tanto periodistas como ciudadanos han comprado la tesis según la que la represión española te exime de cualquier enmienda. Con la Covid y Mitjà, el viernes pasado todo el mundo tuiteaba indignado, inconsciente que la criatura ya hace tiempo que anda torcida.

De hecho, esta semana servidora se lo pasaba pipa viendo como los mismos opinadores y tertulianos que han contribuido a hacer de Catalunya Radio y TV3 el Pravda del processisme ahora descubrían de sopetón que en nuestra impoluta televisión se apuesta por la falta de visión crítica, por la negación de cualquier responsabilidad gubernamental en la gestión, y por un periodismo al cual tanto le da la verdad, pues así es la vida, cariño, como la gente de la calle es subnormal profunda, pues dejemos hacer a la oligarquía y ya opinaremos cuando lo manden. Pues bien, aquí no hemos llegado por arte de magia, ni para que la Rosel tenga ganas de hacer de tía pujolista y recordarnos cuándo toca y no toca opinar (que también, pobrecilla mía); estamos de lleno en el fango porque hace demasiado tiempo que los jefes de prensa de nuestros mártires juegan a hacer de directores de radio y de tele publica mientras todo el mundo hace que mira hacia otro lado.

Rosel compraba uno de los argumentos sagrados del procesismo según el cual si los gobernantes las pasan canutas, eso los exime de cualquier crítica

Rosel sólo es una pieza más del engranaje de unos partidos que hace dos lustros que no paran de ponerse en la boca la libertad de la ciudadanía y la suscitada opinión como pilares de la república de las sonrisas mientras no tienen ningún tipo de contemplación al vetar cualquier voz que, por desgracia, resulte disidente con los pilares del procesismo. ¿Ahora os molesta la censura o que no toque opinar, conciudadanos? Pues me sabe muy mal, queridísimos, pero llegáis un poco tarde y, en estos aspectos, darse cuenta de ello a toro pasado tiene consecuencias bien chungas. Habéis permitido demasiados telediario del mundo nos mira, numerosos reportajes sobre la bondad inmensa de los presos mártires, y una tacita de Rahola cada tarde tarde y después de cenar. ¡Pues ahora, sólo faltaría, incluso la Rosel tiene ánimo de decirle a San Oriol que se calle! ¿Qué esperabais, lectores desvelados? Cada sociedad, aunque os pese, tiene aquello que merece.

En este sentido, es igualmente cínico el comunicado de prensa que los trabajadores de Catalunya Radio han publicado como reacción al misal de Rosel y en el cual dicen apostar por unos medios no exentos de crítica. Estos son los mismos trabajadores que (con honrosísimas excepciones como la del admirable Òscar Fernàndez en la radio y Lídia Heredia en la televisión) han dejado que los sicarios de los partidos procesistas campen libres por las redacciones. Más valentía, queridos compañeros, y menos comunicados con palabras afables en el tímpano, que si no llevarais tantos años bajando la cabeza las cosas habrían ido de otra manera. Y tú, Laura, deja que nuestra diva pandémica opine lo que quiera. Que, al fin y al cabo, por decir que Vergés es una incompetente o que el Gobierno de Torra hace la siesta tampoco hace falta haber descubierto la penicilina ni haber viajado mucho por el mundo...

¿O tampoco toca decir eso, hoy domingo, querida Laura?