El exceso de metáforas (y de poesía barata) que los líderes mundiales arrojaron durante la inauguración de la COP26 en Glasgow certifica que las disquisiciones sobre el cambio climático ya forman parte de la sociedad del espectáculo. Contra lo que había pensado la izquierda más naïf, que el ecologismo pueda montar un show como este, con toda su horripilante cascada de discursos estériles y de cinismo catedralicio, resulta una noticia excelente. Pese a quien le pese, nada funciona fuera del capitalismo y si la mayoría de líderes mundiales abrazan la causa climática es porque, en el fondo, intuyen que tarde o temprano acabarán ganando mucho dinero. La pasta gansa, que mueve el mundo y lo hace rodar, explica este onanismo apocalíptico de los grandes comandantes del planeta que el lunes pasado parecían luchar histéricamente por buscar la comparación más apocalíptica con tal de describir nuestra conducta temeraria hacia la naturaleza; conocedor de la Guerra Fría, Boris Johnson decía que estamos a “one minute to midnight moment”; Biden impostaba catolicismo advirtiendo que “none of us can escape the worst that’s yet to come" y el vividor Guterres hacía honor a la escatología peninsular para recordar que estamos "treating nature like a toilet".

Que la secta de speechwriters neoyorquina y londinense se hiciera pajas con el apocalipsis climático no es sólo un asunto retórico exclusivo de politólogos. El común de los mortales se mira toda esta cursilería como una muestra de hipocresía oceánica, y tienen toda la razón del mundo, pero aquí lo importante es averiguar el origen del cinismo. Porque este no se encuentra en el hecho de que los líderes mundiales abracen la causa del cambio climático y del fin del mundo mientras todavía contaminan valles, estanques y huertecillos; lo que resulta todavía más perverso es que los políticos más poderosos del globo se agarren al tema ecológico para que este sea la única ilusión a partir de la cual pueden hacer creer a sus ciudadanos que todavía son los soberanos del mundo (y de su estado). Dicho de otro modo, la cosa grotesca del COP26 no es un asunto de doble o triple moral, sino la fotografía perfecta de unos líderes que moralizan con la cosa naturalista para hacer ver que mandan. Contrariamente, si algún mensaje nos está regalando la decadencia del aire planetario es poner de relieve que incluso los países con un régimen político muy fuerte (ya sean democracias consolidadas o dictaduras capitalistas como China) no han podido combatir el calentamiento del planeta.

Esto de Glasgow lo tendrían que hacer a menudo, porque, a base de mostrar impotencia abrazando causas perdidas, las élites se irían desgastando día a día y la naturaleza descansaría más tranquila

La cumbre de Glasgow no es sintomática porque el poder político produzca allí una radiación contaminante (perdonadme la metáfora mala), sino precisamente porque se ve perfectamente el vacío espectral que domina el mundo y como las élites políticas son una especie de muertos vivientes con exceso de impotencia. No es raro, y recalco de nuevo la importancia de las palabras, que el único discurso como es debido de esta reunión de momias fuera la salmodia de mi adorado Carlos de Inglaterra (el único de aquellos individuos que ha tenido tiempo para leer un poco), pidiendo “a vast military-style campaign to marshal the strength of the private sector, with trillions at its disposal”; es decir, para quien no tenga idiomas, un ejército de trillones y venga métele pasta para que el sector privado invente trastos que tengan la bondad de no contaminar, y el resto son mandangas, versos de tres al cuarto. Mientras escuchaba al príncipe isleño sentía una envidia monumental; ¡quién tuviera una realeza así, tan despreocupada de la vida como culta, con este aire tan tranquilo para decir la verdad a los súbditos! Esto en Catalunya nos haría mucha falta, pero a mis compatriotas les gusta más la espantosa salmodia del ceramista Jordi Cuixart.

Pero dejemos la tribu, que me pierdo y me cabreo. Decía que hay que celebrar la fiebre por el clima climático porque nos enseña un mundo donde la política pintará menos y las burbujas de imaginación de los seres humanos ganarán la lucha contra la polución y la degradación de los discursos con supuesto afán de totalidad. Mientras los líderes del mundo no sabían exactamente qué era la covid, los científicos israelíes ya trabajaban para idear la vacuna salvadora. ¡Y hacer caja, sólo faltaría, que es lo que queremos hacer todos, aparte de aislarnos en casa y tener bastante pasta como para que los ciclistas mal pagados y precarios del planeta nos lleven rápidamente el menú vegetariano del restaurante bío de turno para llenarnos la panza! Fijaos si los políticos pintaban poco, en eso de la cumbre, que incluso brillaba especialmente nuestra alcaldesa, bien revestida para la ocasión y viajando hacia Escocia en tren, por si algún desconfiado se lo preguntaba. Esto de Glasgow lo tendrían que hacer a menudo, porque, a base de mostrar impotencia abrazando causas perdidas, las élites se irían desgastando día a día y la naturaleza descansaría más tranquila. Ya lo dice bien el príncipe Carlos. Si hay alguna causa noble, pongamos trillones de dólares y, aparte de justa, funcionará.