Haya ganado Díaz Ayuso o el conglomerado de izquierdas (escribo esta gacetilla cuando los madrileños todavía hacen cola para votar), las elecciones en la capital del reino y la implicación de Sánchez y Casado en el asunto han manifestado que el kilómetro cero y la turboeconomía de Madrid son la última esperanza del régimen autonómico español. Desdichadamente, Barcelona ocupa hoy por hoy un papel de supeditación total a la capital española, una ciudad donde fluye el billete y la birra que es una alegría y en la que, aunque de forma muy demagógica, se ha producido una discusión sobre el sentido último de la libertad. En Madrid, da lo mismo quién haya triunfado, ha ganado Colau y todo lo que representa el colauismo; a saber, una filosofía que hace de Barcelona una ciudad de segunda fila, que para hacer negocios tiene que coger el AVE, y que se mira con cierta envidia el jolgorio en el que viven nuestros queridos enemigos.

En un célebre discurso de las elecciones municipales del 2015, Colau se dirigía a los madrileños recordándoles que "Madrid puede volver a ser nuestra capital", una declaración de intenciones que situaba Barcelona en la liga de las ciudades españolas, negándole implícitamente su capitalidad mediterránea y el deber político de luchar de tú a tú con las grandes ciudades del mundo. Lejos quedan aquellos años en que Maragall, uno de los artífices involuntarios del auge del independentismo, comandaba nuestra ciudad como la capital de un estado y se permitía escribir frases medio condescendientes como “los JJ.OO. del 92 y el formidable salto adelante de Barcelona han sido un acicate importante para que Madrid se haya catapultado en el espacio global. Madrid se ha superado a sí mismo y es bueno que sea así”. De eso hace mucho, demasiado tiempo, y recordar aquella Barcelona de ambición da nostalgia.

Si Iglesias se medio retira de la política, Colau será la cara más visible del podemismo en España, el último bastión del 15-M y la única lideresa (ecs) fuerte que tendrá la izquierda peninsular, con lo cual la españolización de Barcelona continuará su avance imparable

Si Ayuso ha conseguido conservar el poder, e Iglesias se medio retira de la política con su simple condición de diputado regional con casita en Galapagar, Colau será la cara más visible del podemismo en España, el último bastión del 15-M y la única lideresa (ecs) fuerte que tendrá la izquierda peninsular, con lo cual la españolización de Barcelona continuará su avance imparable. Si la nueva mujer fuerte del PP tiene que gobernar con Vox, nadie como Colau para seguir abanderando esta mandanga del antifascismo, un espantajo que la izquierda ha hinchado y alimentado con el único objetivo de amedrentar a su electorado. Y si el milagro ha hecho que el triste, pobre y desdichado Gabilondo acabe presidiendo la Comunidad, la llama de Pablo Iglesias se apagará igualmente y la hiperalcaldesa podrá resucitar la cancioncilla de Madrid como una tierra hermana de entendimiento con los catalanes. Jugada maestra.

Cualquiera de las ecuaciones madrileñas, en definitiva, pasa por realzar la estrategia subsidiaria del colauismo y su obsesión en empequeñecer la capital de Catalunya y convertirla en una casita con huertos urbanos, de escasa ambición económica, colmada de una ciudadanía que piense poco en la libertad y que, sobre todo, no se quiera meter en más problemas de la cuenta. De momento, Colau tiene su terreno muy bien preparado. Sigue regando los medios de la tribu con casi quinientos mil euros anuales para que abandonen la tradicional beligerancia con su figura y, por si eso fuera poco, gobierna Barcelona con una oposición absolutamente muerta del soberanismo. Algún día, y quizás será demasiado tarde, convergentes y republicanos quizás activan la neurona y empiezan a ver que para ganar al colauismo hace falta algo más que tener al pobre Ernest Maragall y a Elsa Artadi paseando por el consistorio...

Que la política catalana vuelva a centrarse en Madrid y que la autodeterminación sea un concepto olvidado por el soberanismo también regala oxígeno a Colau. De hecho, es inevitable pensar que hay muchos sectores independentistas que suspiran con la subsistencia del colauismo por el simple hecho de que les sirve como excusa por su estrategia fraudulenta de ampliar la base. Y digo que la cosa es fraudulenta porque, como ya sabéis, en las últimas elecciones fuimos finalmente el 52%... y, nuevamente, no ha pasado nada de nada. Vaya, nada de nada no, hemos visto como los partidos catalanes se entretienen en hacer ver que negocian en un tiempo de emergencia económica y médica con una irresponsabilidad fuera de serie. Mientras Madrid flote como el último reducto de la libertad trumpista de Ayuso o la izquierda agónica, Colau podrá hacer pervivir una Barcelona coja que sólo puede complacer a las élites españolas.

Y todo eso, evidentemente, es el sueño húmedo de Madrid.