Por mucho que sean días de quietud clausurada, y en la ciudad, antes bulliciosa, sólo se escuche el eco de los pasos de algún temerario unilateral que sale a la calle con la excusa de un supermercado ficticio y los gritos de gozo de las gaviotas cuando cazan una paloma y la destrozan antes de zampársela, el signo de nuestros tiempos será la velocidad. La técnica, expresada en esta omnipresencia de pantallas que nos iluminan el mundo y la mirada con Instagram stories que resumen lo cotidiano en menos de un minuto y vídeos TikTok donde los niños del planeta copian con júbilo las coreografías de sus ídolos dentro de un límite existencial de 15 segundos, ya nos había avisado: por mucho que ahora todo se te haga lento, la vida te obligará a pasar de pantalla cada vez más rápido. Pronto, créeme, no habrá actitud más contestataria que tomarse las cosas con tiempo y, quién lo habría dicho, deambular por la calle sin rumbo.

Pero no es sólo el tiempo, que acelerará las cosas. También las ideas y los marcos de pensamiento se sucederán a una velocidad expresamente urdida para que no tengamos mucho tiempo de digerirla. Pensad un instante: hace como quien dice cuatro días, a mediados de octubre, la mayoría de adolescentes del país se encontraban incendiando Urquinaona. Nuestra ética, fuera cuál fuera su base ideológica, se había basado en dos conceptos rectores: todo lo que pase a partir de ahora, sobre todo la política, tendrá que ocurrir en la calle y la autoridad, especialmente la judicial que-se-dieron-entre-unos-cuantos, de momento la pondremos entre paréntesis. Pues, ironías del destino, hoy la calle es un mapa del vacío y todos hemos hecho un curso acelerado de confiar en el poder y en su traducción más perversa: los tecnócratas que, aparentemente, sólo se rigen por la ciencia y son ajenos a cualquier tipo de ideología o interés.

La libertad condicional tiene esta asunción de base: tú y los tuyos, pobrecito mío, sois idiotas

Del octubre contestatario, la velocidad de los días nos ha hecho entrar (o quizás tendría que escribir mejor chocar) con una nueva era de libertad condicional. Eso, como todo en la vida, no es nuevo: durante los primeros años de la crisis económica ya vivimos escenas inéditas en las que aquella entidad abstracta que se llamaba troica (que, de un día para el otro, destronó un gobierno en Italia cagándose en la voluntad democrática de sus ciudadanos) llenaba de tecnócratas la burocracia política europea, primero en Grecia y después en España. En aquel tiempo, si lo recordáis, había que apretarse el cinturón y reducir los déficits públicos porque "las cosas no se pueden hacer de otra manera", que es la forma más protocolaria de decir que eso de la libertad... pues que ya te la puedes confitar. Del fuego de Urquinaona volvemos a un simulacro de prisión tecnocrática: usted no opine, reina, que ahora vienen los expertos.

Lo resume perfectamente aquello que los madrileños denominan el tonito del doctor Fernando Simón, en rueda de prensa anteayer, cuando decía aquello de “No se va a abrir la puerta y decir: ¡Niños, a jugar!”, a la cual cosa, mi conciencia ciudadana y mi carácter existencial habría querido responder: "Perdone, ¿y usted quién cojones se cree que es para hablarme así de mis hijos?". La situación es realmente dantesca: un tecnócrata aparentemente infalible como Simón, que fijaos si sabe de esto del coronavirus que no sólo se infectó, sino que hace meses aparecía diciendo que la pandemia no nos tenía que preocupar, se enaltece y te habla de la libertad de tus niños como si tú fueras un temerario y como si ellos fueran criaturas asilvestradas que sólo quieren salir a la calle para dar saltitos. La libertad condicional tiene esta asunción de base: tú y los tuyos, pobrecito mío, sois idiotas.

Uno de los grandes hitos del poder represivo es darte a menudo la sensación de que tu libertad (de movimientos, pero también de pensamiento y de opinión) es un lujo que, si no eres "experto en el tema", sólo de vez en cuando puedes ejercer sin trabas. Eso se expresará pronto con el hecho de que los críos de nuestro país puedan salir de su prisión doméstica a estirar las piernas y respirar, pero muy pronto también pasará con la libertad de prensa, que este gobierno tan progre y poco nacionalista de Madrid ya ha empezado a estudiar cómo puede censurar, y el albedrío de pensamiento. Se asoma trabajo, conciudadanos míos, porque en cada nueva propinita de libertad que nos otorguen, como si se tratara de un regalo, tendremos que estar atentos a defender nuestros derechos más básicos. Ellos se escudarán, como hacen todos los totalitarios (también los del procés) en esa coña de los "tiempos de excepcionalidad que vivimos" y en lo difícil que es todo.

A partir de ahora, queridos lectores, todos en guardia, minuto a minuto, que empieza una era de libertad condicional. Vuelven los tecnócratas, socorro. Vuelve la velocidad y vuelve la excepción como norma. Vuelve, si es que se había ido nunca, el "usted calle que yo he estudiado el tema y sé mucho más". Insisto hasta la náusea: todos en guardia, que vienen hostias y, mal me está decirlo, pinta que las pasaremos muy putas. Otra vez