Iván Redondo y Pedro Sánchez han ganado las elecciones del (afortunadamente) pasado 14-F en Catalunya aplicando un 155 al PSC con un candidato menos carismático que la niebla y una campaña de un perfil bajísimo. En unas elecciones donde todo el mundo parecía querer empatar, Esquerra finalmente ha superado a Convergència y Pere Aragonès tiene muchos números para presidir la Generalitat con el mandato democrático de un partido que, desde que Junqueras está en la prisión, había pregonado la táctica del ensanchamiento de base y ha pasado de tener 935.861 votos el 2017 a 603.607 en la actualidad. A pesar de hacer una buena campaña, quizás la única con una pizca de ambición, Laura Borràs ha cedido el liderazgo del independentismo a Esquerra; a partir de ahora, Waterloo perderá peso en el núcleo decisorio de la política catalana. El PDeCAT ha ganado, porque Mas ha demostrado que sus votos todavía pesan mucho.

Tal como están las cosas, pocos electores independentistas entenderían que ERC, Junts y la CUP no acordaran la formación de un gobierno parlamentariamente estable para los próximos cuatro años. Todo eso sería posible si el independentismo continuara fiel a la tradición de incumplir todas y cada una de sus promesas electorales. Pero Laura Borràs tiene la oportunidad única de ser más lista y poner como condición para cualquier pacto el compromiso adquirido con sus votantes según el cual una mayoría independentista tendría que levantar la DUI (la promesa tiene cierta gracia, pues la DUI está estirada, sesteando o interrumpida porque su número uno a las listas decidió suspenderla unilateralmente). Pero eso da igual; estamos donde estamos, y Borràs podría ganar mucha credibilidad si pensara menos en el calor de las sillas y los sueldos que le regalará la Generalitat y más en los pactos alcanzados con los electores.

Será interesante ver si una parte importante del independentismo puede hacer que volvamos al espíritu del 2017, en un momento en que la mayoría de nuestros líderes sueñan con viajar al 2012 y reclamar el pacto fiscal

Si Borràs se mantiene firme en su credo, será muy difícil que la CUP no se sume a la propuesta, a no ser que los antisistema se nos hayan vuelto conservadores de golpe y sigan con la mandanga de un referéndum para el 2025. Será interesante, en definitiva, ver si una parte importante del independentismo puede hacer que volvamos al espíritu del 2017, en un momento en que la mayoría de nuestros líderes sueñan con viajar al 2012 y reclamar el pacto fiscal. En este sentido, el tablero de juego vuelve a tener a Convergència en el centro y, en una tierra viscontiniana, nos movemos muy poco del lodazal tradicional de la política catalana. El PSC vuelve a estar en el centro del españolismo en Catalunya y Convergència tiene la enésima oportunidad de escoger entre su bienestar a corto plazo o la libertad de los ciudadanos. Tradicionalmente, la cosa acaba como acaba, pero de vez en cuando la vida también te puede regalar sorpresas.

De hecho, Borràs no sólo puede ser coherente, sino que puede enmendar el error más grande que cometió Carles Puigdemont suspendiendo una DUI que había votado el pueblo en referéndum el 1-O e incumpliendo el mandato del Parlament en lo que se refiere a la Ley de Transitoriedad, todo sin tener ningún tipo de legitimidad para hacerlo. Borràs no sólo puede enmendarle el error al jefe, sino que podría convertirse en la primera política catalana que tenga un poco de credibilidad de cara a un futuro que pinta tan gris como la cara del pobre Illa intentando hacer ver que se emocionaba. Como pasa siempre, sólo le harán falta dos cosas; ser fiel a sus convicciones y no tener miedo. Esperaremos, anhelantes.