Tengo 42 años. Nací en Olot. Eso significa ser del norte del sur. Los olotenses tenemos una percepción nórdica del país, somos de la parte de arriba, lo cual implica mirar las cosas desde una perspectiva que muchas veces sentimos como diferente e incluso la mejor. Pero cuando abandonas tu espacio de confort y bajas al mundo te das cuenta que ahí abajo nada es como lo esperabas, y eso está muy bien. Hago muchas cosas: me gusta decir que me dedico básicamente a conectar el público con proyectos culturales. Mi trabajo es mi pasión. Ahora mismo mi vida la tiene robada el Ideal, un sueño que une mi pasión freak por la tecnología con mi obsesión por el arte. Ahora presentamos una exposición sobre Monet y la técnica pictórica impresionista. También me dedico a producir teatro desde hace tiempo, tanto espectáculos muy especiales de formato mediano como Aquella nit, que ahora está en La Villarroel, dirigida por David Selvas con Ivan Massagué y Marta Bayarri, o también producciones de gran formato como La jaula de las locas o La tienda de los horrores. En el perfil de Whatsapp, por mi habitual austeridad, tengo la misma foto corporativa de perfil de todos mis espacios virtuales. El perfil es de lo poco que no cambio.

Jordi Sellas Ideal - Sergi Alcazar

Este sitio es increíble. ¿Dónde estamos?
Si se lo preguntaras a la gente del Poblenou de toda la vida, te responderían que en el Rellisquín (o en el Rellis). Si me lo preguntas a mí, te diré que estamos en el Ideal, como así se llama desde 1917. Primero fue un cine, después un plató de televisión y ahora es un centro de arte digital. El nombre extraoficial venía de una mítica pista de patinaje sobre ruedas, que era una de las cosas más modernas que existían en Barcelona antes del cine, a inicios del XX. De ahí este mote, porque la gente a menudo resbalaba y se daba una torta.

De resbalar a la cultura digital inmersiva.
La cultura es un fenómeno de una gran amplitud, que implica las bellas artes, los medios de comunicación, las nuevas plataformas o internet. El arte digital, más en concreto, son todas aquellas expresiones artísticas que son únicamente posibles a través de códigos binarios, de ceros y unos y, por tanto, de programación. Éste es un nuevo género artístico que, como siempre ha sucedido, entronca con innovaciones precedentes, pero que nace en los setenta. En ese momento, las computadoras, los ordenadores y toda la codificación que implican conforma un lenguaje que se populariza y llega más allá del ámbito de los ingenieros especializados. Las máquinas, a partir de ese instante, empiezan a adquirir alma: el fenómeno empieza primero con los videojuegos, que abren la puerta a algo que parece un mero entretenimiento, pero deviene un fenómeno artístico clave para entender el final del siglo XX y el principio del XXI, y a partir de ahí llegan las técnicas que ahora podemos poner en manos de los artistas en tanto que reto: la inteligencia artificial, la gestión de grandes volúmenes de datos…

“En estos años veinte del siglo XXI romperemos el rectángulo en el que las imágenes han sido prisioneras desde que los cuadros se enmarcaron”

Y la inmersividad.
Ésta es la vertiente que más me apasiona, porque tengo la teoría de que en estos años veinte del siglo XXI romperemos el rectángulo en el que las imágenes han sido prisioneras desde que los cuadros se enmarcaron o desde que los hermanos Lumière inventaron un tipo de cine que, justamente porque se inspiraba en la pintura, también tenía una estructura rectangular y cerrada. Éste es el mismo sistema que después hemos visto en la televisión y en los teléfonos móviles. Ahora, por fin, se han consolidado unas tecnologías lo suficientemente ergonómicas como para romper el rectángulo: ahora la pantalla ya no es rectangular porque el mundo entero ya es una pantalla. Esto rompe con 120 años de cómo nos hemos contado el mundo en términos visuales. Ahora no hay planos, no hay distancia media, ni larga, ni corta. Tú mismo estás dentro de la imagen.

Jordi Sellas Ideal - Sergi Alcazar

Vivir dentro de un cuadro de Monet.
Ésta es la idea. El Ideal no es un centro de artes: es un laboratorio, un lugar donde cada muestra es un experimento y donde las sensaciones son inauditas. Piensa que cuando instalamos la sala de realidad virtual, donde puedes entrar en el estudio del pintor, no sabíamos si la gente aguantaría los diez minutos que dura la inmersión, si se marearía… Pero es que esto es exactamente lo que les pasó a los primeros espectadores de las películas de los Lumière, que se asustaban al ver moverse un tren en la pantalla por si les aplastaría o cuando los espectadores saludaban a los obreros que veían retratados al otro lado del proyector. Cuando tú te colocas las gafas también intentas tocar aquello que miras de forma espontánea, y muy pronto seguramente podremos interactuar con los objetos que vemos allí dentro. A través de esta tecnología somos capaces de romper los límites del espacio y del tiempo: hasta ahora lo hacíamos a través de pequeñas ventanas, pero ahora podemos hacerlo de un modo absolutamente radical.

El Ideal compite con los museos tradicionales.
Es justamente lo contrario, es su complemento perfecto. La gente, cuando ha pasado por la experiencia de estar dentro de una pintura de Monet, ¡sale del Ideal con ganas de saber muchas más cosas sobre el pintor! Porque ha adquirido dos o tres nociones sobre el impresionismo que les ayudará a interpretar mejor muchas obras que se encuentran en salas de arte de formato habitual. En este sentido, nuestra intención es unificar la divulgación y el entretenimiento.

“Sólo en diez años no tendremos teléfonos móviles ni artefactos similares”  

Pronto todos tendremos esta pantalla-mundo en casa.
Piensa que sólo en diez años no tendremos teléfonos móviles ni artefactos similares. El mundo será una pantalla y nuestro cuerpo incorporará lens y pequeños dispositivos visuales-sonoros que nos ayudarán a comunicarnos. Estaremos siempre conectados, tendremos muy cerca a personas que están lejos, y lo mismo pasará con cualquier tipo de experiencia. Éste, por ejemplo, será uno de los factores clave que permitirá reducir las emisiones tóxicas que generan los medios de transporte habituales. ¡La inmersividad te dará la sensación exacta de estar en un lugar! Ahora tú mismo puedes ver partidos de la NBA como si estuvieras en el banquillo de los jugadores. Muy pronto pasará con conciertos, recitales de óperas, eventos que antes se reducían a las 2.000 personas que podían acceder a una velada concreta de la Scala de Milán y que muy pronto podrá ver todo el planeta. ¡Y en directo!

Antes los tecnólogos erais unos friquis: ahora sois empresarios o gurús.
El efecto Silicon Valley (es decir, la sombra de Sergei Brin, Larry Page, Mark Zuckerberg y compañía) ha comportado cosas buenas y malas. Yo empecé el programa Generació Digital, primero en la radio y luego en la tele, ¡en 2001! Cuando decíamos que algún día todo el mundo llevaría encima no ya teléfonos móviles sino pequeños artefactos conectados a internet, la gente se creía que estábamos pirados. Poco a poco, el proceso se globalizó: en 2007 se presenta Facebook, aparece el iPhone, y a finales de los años diez las redes sociales –es decir, la pantalla del teléfono– pasan delante de la televisión en términos de consumo temporal. Aquí cambian los roles del emisor y del receptor de los medios. En esta segunda década que ahora concluimos la gente empieza a plantearse cosas que también anticipamos: qué pasa con la privacidad, con el reconocimiento facial… Nosotros ya avisamos de que esto de la nube que guardaba toda nuestra información era algo muy serio, un receptáculo donde dejarías contenidos para siempre. Han tenido que pasar diez años para que nos demos cuenta del alcance de esas entonces nuevas tecnologías que ahora la generación millenial y Zeta ya experimenta como un fenómeno absolutamente natural.

Jordi Sellas Ideal - Sergi Alcazar

“Barcelona, por mucho que a veces parece que nosotros luchemos en nuestra contra, tiene una capacidad y un magnetismo que la hace especialmente interesante y atractiva en todo el mundo”

Hacer el Ideal en Barcelona pinta complicado.
Es más fácil hacer un proyecto así en Barcelona que en cualquier otra ciudad de nuestro entorno. Porque Barcelona, por mucho que a veces parece que nosotros luchemos en nuestra contra, tiene una capacidad y un magnetismo que la hace especialmente interesante y atractiva en todo el mundo. Cuando tú inicias un proyecto como el Ideal y dices que lo haces en Barcelona a compañeros de viaje de primer nivel mundial, la gente, de repente, cambia de cara. Ese es un valor que tenemos y desde esta perspectiva es fantástico. Desde el ámbito que implica la perspectiva de encontrar un espacio de 2.000 metros cuadrados, de una iniciativa privada que ha de intentar poder pagar las facturas desde el primer día (porque nosotros dependemos estrictamente de las entradas que vendemos a diario), dependiendo estrictamente del público local, porque tenemos muchos menos turistas de lo que la gente se piensa, eso ya es más complicado. En el ámbito legal, de dinámica de precios, e incluso en lo que toca a la facilidad para abrir negocios, Barcelona podría ser una ciudad mucho más fácil. No es difícil, pero tampoco se facilitan las cosas como se debería.  

“Trabajaremos siempre en un triángulo formado por los ejes de arte, ciencia y tecnología”

De momento, pinta bien.
Llevamos 70.000 visitantes en el Ideal que han comprado su entrada y el nivel de satisfacción del público es muy alto. El proyecto tenía su riesgo, porque estamos lejos del centro de Barcelona, en la calle Doctor Trueta, y hemos abierto un centro de arte digital sin equivalente en la ciudad. Pero hemos realizado un gran esfuerzo de explicar la innovación que representamos. De momento, la fortuna nos ha sonreído y no nos quedaremos de brazos cruzados. Trabajaremos siempre en un triángulo formado por los ejes de arte, ciencia y tecnología. Monet, por ejemplo, lo explicamos a través del impacto de una revolución tecnológica como fue la fotografía y el cine, que transformaron la forma de pintar. Muy pronto, aunque no puedo dar detalles, tocaremos más el universo de la ciencia.

“En la función pública encuentras el cielo pero también el infierno”

Has trabajado en el mundo de la cultura pública y privada. Rara avis.
Ahora hace 25 años que soy profesional, ya desde que estudiaba. De estos, durante una legislatura, pude trabajar en el Departament de Cultura en una Direcció General (de Creació i Empreses Culturals) y fue una gran experiencia que me cambió mucho más de lo que yo mismo esperaba. Te diré lo mismo que dije a mi equipo el día que me despedí de ellos: aquí he conocido los mejores profesionales con los que he coincidido en toda mi vida (funcionarios con un nivel de crecimiento económico de escasas expectativas por razón de su propia condición laboral de trabajadores públicos, pero de una voluntad férrea de trabajo) y a los peores, gente que chupa la energía del sistema de una forma absolutamente injusta. Pues es exactamente esto. En la función pública encuentras el cielo pero también el infierno. ¿Cuál es la gran diferencia con el sector privado? Pues la que te comentaba antes: tu reúnes a un equipo y les dices: “señores, aquí si no vendemos entradas el mes de enero tendremos que cerrar las puertas”. Este “cerrar las puertas”, en el sector público, no existe, con lo cual hay sectores que están en fallida técnica y siempre acaban flotando. La parte buena de la dinámica es que puede dar tranquilidad y visión de largo alcance a proyectos que lo necesitan: por el contrario, hace que la capacidad de adaptarse a los tiempos y de ser un servicio que se dirija y dependa de los ciudadanos acabe muy diseminado.

La cultura continúa formando una parte muy escasa de nuestras vidas. En una época de empoderamiento ciudadano parece que la cultura, paradójicamente, viva dormida.
Cuando en 2013 entré en el Departament de Cultura existían ámbitos (hablo de todos los aspectos de lo que entendemos cuando nos referimos a la “cultura profesional”) que estaban muy organizados y muy orientados hacia una serie de objetivos, algunos que yo compartía y otros que no, muy ambiciosos. Yo, por ejemplo, desde el Departament me sentía muy fiscalizado cada día, en todas mis acciones, y no me quejo en absoluto. Ahora siento que esto no está pasando al mismo nivel, quizás por el bache emocional-nacional que hemos pasado durante los últimos años y quién sabe si porque hay temas de naturaleza sentimental que han pasado a un primer plano. No me gustaría pensar que esta falta de fiscalización sea un sinónimo de haber bajado los brazos o porque el tejido de la cultura haya perdido fuerza. Por eso cuando estaba en la Generalitat monté un área destinada especialmente a públicos, porque si no entiendes que aquello que estás haciendo ha de revertir en la sociedad, la población tampoco te retornará ninguna información sobre lo que tú haces. Intenta cerrar una biblioteca y verás que si lo haces provocarás automáticamente una manifestación en cualquier lugar del país donde oses hacer esta barbaridad. No estoy seguro de que pasara lo mismo, y ahora no me referiré a instituciones concretas, si lo hicieras hasta con alguno de los grandes equipos culturales del país. Esta capacidad cultural de aproximarse a la sociedad no se ha hecho lo suficientemente bien y, a nivel barcelonés, por ejemplo, se nos había prometido una ciudad con mucha más latencia. Es evidente que eso no ha sucedido.

Jordi Sellas Ideal - Sergi Alcazar