Escucho y admiro a Irene Montero dirigiéndose a Rajoy, a quien acusa de ser el capo de una organización criminal. La indignación del 15-M vuelve al Congreso (no nos representan, no hay pan para tanto chorizo, etcétera), notoriamente matizada por las luchas tan personalistas como encarnizadas en el partido de la rabia, que ya forma parte de aquello que decían casta, y también por la resurrección sorprendente de Pedro Sánchez, que en pocos meses ha pasado de ser un Kent más del Ibex35 a todo un Lázaro antisistema. Montero dispara bien el guion, sobre todo porque tiene razón, aunque se equivoque en lo esencial: efectivamente, el PP se ha convertido en una máquina corrupta, un sistema de resistencia capaz de hacer pasar el enriquecimiento ilícito como un asunto de unas cuantas manzanas podridas y, ciertamente, los españoles están hartos el robo, los fiscales offshore y toda la mandanga. Sí y recontrasí.

Pero la democracia no va sólo de eso y, de momento, los electores todavía prefieren el orden corrupto que les regala el PP que confiar el gobierno del país a una izquierda de tics adolescentes, con escasa experiencia gestora y a favor de cosas tan extrañas como ahora pactar un referéndum en Catalunya. Entiendo la ira de Montero y de los suyos, pero la rabia se convierte en conservadora cuando se aplica sólo al enemigo político y acaba siendo reaccionaria cuando el rupturismo sólo implica que la administración pase a tus manos. Porque hacer el discursito del buen gobierno y de la revuelta democrática y feminista contra Rajoy mientras vuelves la espalda al referéndum de autodeterminación en Catalunya es un ejemplo de cinismo catedralicio del que Pablo Iglesias, un tipo lo bastante listo, es del todo consciente. ¿Reclamar más democracia y ponerse legalista con el referéndum? No cuela, camaradas.

Jugar a hacer mala cara al poder para acabar cediendo es impropio de revolucionarios

El problema de Podemos, como el de todo partido español que se quiera radical, es querer regenerar y coser una nación de naciones sin dotarlas de soberanía real. Mientras los podemitas subsuman la soberanía de los catalanes a un acuerdo madrileño, por fraternal y entre cañas que sea, caerán exactamente en el mismo centralismo que denuncian, que es precisamente la fuente de toda la corrupción del PP. La podredumbre del partido de Rajoy no se explica sin la voluntad expresa de aniquilar las naciones de Iberia, regalándoles administraciones controladas por el Estado central. Si Irene Montero y los suyos están airados con Rajoy, lo mejor que podrían hacer a partir de ahora es decir a los ciudadanos de Catalunya que vayan a votar en octubre y harían mejor todavía en presionar a Puigdemont y Junqueras para aplicar el resultado del desafío. Jugar a hacer mala cara al poder para acabar cediendo es impropio de revolucionarios.

Ayer mismo, por cierto, sabíamos que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reprendía al gobierno español por la inhabilitación de Juan Mari Atutxa, condenado por el Supremo español en el 2008 por negarse a disolver el grupo parlamentario Sozialista Abertzaleak después de la ilegalización de Batasuna. La sentencia es una de las noticias del año, pues demuestra que, a pesar del paso del tiempo, los tribunales europeos acabarán apoyando las causas justas y a la iniciativa de los parlamentos democráticos. Imaginad si, en un escenario de conflictos, el Tribunal Europeo recibe centenares de inhabilitaciones de cargos electos, entre ellos alcaldes y diputados. Si el referéndum sale adelante, cada vez es más claro que el choque de trenes implicará decidirse entre abrazar la justicia y la determinación democrática o zambullirse de nuevo en el legalismo constitucional español y en la represión.

Será entonces cuando veamos dónde queda toda esta verdadera y conservadora indignación tan loable; si en el riesgo de dar la voz al pueblo o en el más absoluto de los espíritus conservadores. ¿Qué harás, Pablito?