Que la web de un gobierno que se querría del primer mundo y que hace poco pretendía convertirse en uno de los estados más prósperos del planeta, la Dinamarca del sur y tal y cual y pascual, acabe colapsada debido a la avalancha de clics de una manada de autónomos hambrientos de pasta es una simple anécdota más del cenagal catalán. También es cosa del universo de lo anecdótico, del planeta de las contingencias y de las miserias de la República dels Somriures, que una administración que farda de chupitecnológica y que incluso tiene un experto de la cosa con una tarjeta de visita que mola un cojón y medio, donde dice conseller de Polítiques Digitals i d’Administració Pública, no sea capaz ni de programar algo tan básico como una solicitud electrónica. Todo eso, pacientísimos lectores, son cosas lógicas de la ineptocracia, de tener consellers que nunca han dado ni el huevo, un asunto previsible, sin importancia... y fin del párrafo.

Pero hay una categoría superior que se escapa de la ineptocracia, un hecho que ya supera el ámbito del mal gobierno y que perfora todos los límites de la mala leche. Pienso en esto de repartir las ayudas al primero que llega, como si el hecho de solicitar una prestación social fuera algo parecido a irrumpir en la carnicería. ¿Quién es el último, reina? ¡Que hoy vienen los niños a cenar y quiero material! Eso sí que entra en la categoría (o más bien en la falta absoluta de categoría) de un gobierno que juega a lanzar billetes como los camiones de la ONU cuando reparten paquetes de comida entre manos hambrientas que se golpean entre ellas; o todavía peor, con el cinismo mayúsculo de Valmont cuando va repartiendo propinas con el único objetivo de hacerse el solidario para follarse a la chica de turno. Quien llega primero, moja. No hay nada más contrario a la justicia, no hay signo más bestia de como el independentismo ha perdido el norte.

Lanzar billetes en la calle para hacerse perdonar la incompetencia y esperar que la ciudadanía corra como una posesa a agarrar todos los que pueda, es algo de mala gente

La categoría es esta, generar un efecto llamada aprovechándose de la necesidad y de las penurias de la gente para después pegarles una pedrada generándoles frustración. Los ejemplos son tan recientes y numerosos que da pereza repetirlos. Tú cúrrate un referéndum, población civil, que nosotros lo aplicaremos caiga quien caiga. Tú vótanos, hija mía, que nos mearemos en eso del 155 porque la tenemos más larga que Rasputín. Y la última de todas: danos el 50% de los votos, cariño, que cuando pasemos de la mitad inventaremos una DUI que los españoles se van a cagar. Nada, todo mentira, todo una falacia destinada únicamente a que los ciudadanos se acostumbren a la frustración como norma de vida. Si no saben hacer ni una página web, criaturas del cielo, pues ya me diréis si nos podían haber regalado una Catalunya independiente. Esta es la categoría, no la ineptocracia, sino como de esta surge el mal absoluto.

El ciudadano se preguntará honestamente si de verdad no había nadie en el Govern (a saber, en el ámbito de las conselleries, con su correspondiente grupo de asesores, jefes de gabinetes, prensa y etcétera) que supiera hacer una cosa tan normal como una división. ¿Nadie, me lo decís de verdad, pensó, calculadora en mano o en el encéfalo, que una ayuda de 2.000 euros con un presupuesto de 20 millones sería insuficiente, generaría mala leche, acabaría siendo más contraproducente que salvífica? Yo ya entiendo que seáis incompetentes, ¿pero de verdad sois tan malos bichos como para que nadie del Govern alzara la voz y dijera que repartir propinas así es como mearse en la cara de unos autónomos que ya vamos bastante tiesos de dinero por la vida? Puedo entender la ineptocracia, porque no dais para más y eso ya es sabido. ¿Pero de verdad nadie tuvo cojones de decir "chicos, que esto es una burrada y una inmoralidad"? ¿De verdad?

La anécdota es la ineptocracia. La categoría es como esta, cuando ya se ha incrustado en los hábitos de la administración, siempre acaba derivando en la República de la Mala Gente. Porque lanzar billetes en la calle para hacerse perdonar la incompetencia y esperar que la ciudadanía corra como una posesa a agarrar todos los que pueda, es eso, una cosa de mala gente. Yo no he pedido la ayuda ni pienso hacerlo, porque antes prefiero pasar hambre que regalar un minuto de satisfacción a toda esta gentuza. Y os animo a hacer lo mismo, porque de esta peña tenemos que huir cuanto antes mejor. Nos va la salud mental en ello, que es mucho más importante que el dinero. Mucho más, creedme. Alejaos del mal. Cuanto antes mejor.