Que el ministro de Sanidad del país con una de las cuotas más altas de mortalidad por Covid-19 de Europa desembarque en Catalunya como la gran esperanza blanca de uno de los antiguos tótems hegemónicos del catalanismo indica hasta qué punto se ha devaluado la política del país y manifiesta también la podredumbre de la partitocracia. Salvador Illa nunca ha escondido que Pedro Sánchez le entregó un ministerio sin competencias y lo hizo ir a Madrit para que pudiera tener medio pie en la política catalana y, de paso, con el objetivo de que Iceta pudiera presumir de tener un ministro de juguete en la corte con sus colegas del Ecuestre. A pesar de su más que cuestionable gestión, Illa ha tenido el mérito innegable de ser un político inmutable, que no destaca pero que tiene el rostro marmóreo incluso en las peores circunstancias, que no sonreiría ni viendo como el Espanyol gana la Champions.

Si me permitís el juego de palabras, Illa no brilla, ni puñetera falta que hace, porque Iceta lo venderá a su electorado contrastando su supuesta eficacia con las lágrimas de nuestra queridísima Alba Vergés. Iceta es inteligente, y sabe que en la política catalana todo son gestos y fake. Su ministro no es nada del otro mundo, eso no hay quien lo dude, sin embargo, por desgracia, amigos, al lado del pobre El Homrani o la desdichada Meritxell Budó parece que tenga la serenidad y la fuerza de Alejandro Magno. Mientras el Espíritu Santo de Lledoners y Pere Aragonès viraban la proa hacia el independentismo del seny y la buena gestión, abanderada por unos consellers de una incompetencia sideral, en las próximas elecciones, fíjate tú si la vida tiene guasa, veremos a votantes del catalanismo moderado que incluso habían llegado a excitarse con la DUI volviendo a votar al PSC porque, ya se sabe, almenos gestionando no hacen cagar.

Salvador Illa es la metáfora perfecta de este país que va enterrando el procés con desidia y parsimonia

El desembarque de Illa, a pesar de su mediocridad, todavía será más sonado si atendemos a la carrera de tránsfugas que experimenta de hace días el españolismo en Catalunya. La hasta ahora portavoz de Ciudadanos, Lorena Roldán, que había ganado en las primarias de los naranjas para el próximo 14-F, será la número dos de la lista de Alejandro Fernández en el PP que se ha complementado también con Eva Parera, la antigua senadora de Convergència que ha pasado de exigirle un referéndum de autodeterminación a Rajoy a decir que eso del nacionalismo es algo que apesta a viejo y enrarecido. Comprobamos, en definitiva, como nuestros parlamentarios ya no tienen ningún tipo de vergüenza en disimular su morro monumental y su absoluta falta de compromiso con un proyecto político, más allá del sueldo y de la silla (y lo dice servidor, que siempre ha defendido que los políticos catalanes cobran poca pasta).

En un universo como el del procesismo, con el listón de la exigencia cada día más bajo, es totalmente lógico que el zoo del españolismo catalán respire tranquilo sin un enemigo digno y pueda jugar a cromos de esta forma tan desvergonzada. De hecho, con la operación Illa, Sánchez intenta pacificar Catalunya del mismo modo que ya ZP lo intentó con la operación del Estatut. Gane Convergència o Esquerra, Sánchez avista un Parlament donde el PSC pueda volver a la centralidad y un país en el que el bisnes vuelva a la sociovergencia de siempre. La jugada sólo le puede salir mal si la base popular del independentismo se subleva contra una partitocracia que se afana por pactar con España con mucho más frenesí que nuestros padres de la tan criticada quinta del 78. ¡Comparados con estos memos nuestros de ahora, Pujol y Maragall sí que eran verdaderos independentistas ardidos!

Illa es el candidato perfecto porque no brilla, porque no brillar, de hecho, es la condición sine qua non para dedicarse a la política catalana de este año y tener un cierto éxito. El PSC ha hecho santamente poniendo a un hombre de paja en el cartel electoral y, por poco que chupe de la caída en picado de Ciudadanos y de este PP que juega a hacerse el catalanista moderado, a mi colega filósofo le espera una existencia bien tranquila en el Parlament de Catalunya como líder de la oposición. Illa es la metáfora perfecta de este país que va enterrando el procés con desidia y parsimonia: si quieres llegar a hacer alguna cosa, hijito mío, haz el favor de no destacar mucho o, cuando menos, si la has cagado, haz como que no lo parezca. Bienvenido a casa, Salvador.