Desde inicios de confinamiento, a menudo me viene a la cabeza aquela idea de Josep Pla recogida a las Notes sobre París (1920-1921), donde el ampurdanés, subrayando el narcisismo tan característico de los pueblos de la vieja Europa mediterránea, escribe que a la mayoría de nosotros nos encanta cachondearnos de los ingleses pero que, en el fondo, casi siempre les acabamos imitando de una forma torpe. Pensaba en esta idea de nuevo hace pocos días, justo cuando la secta tuitera se regodeaba del ingreso hospitalario de Boris Johnson y la peña celebraba su neumonía casi como un ejemplo de Karma, como si el premier británico mereciera diñarla sólo por haberse chuleado de la táctica del confinamiento al inicio de la crisis del coronavirus. Al político tory le cayeron las hostias de consuetud, de ser un esclavo del capitalismo salvaje al anteponer la economía a la salud, entre otras consignas habituales en la metafísica progre.

El caso es que, aunque nos pese, la mayoría de países, encabezados por España, no sólo han acabado descafeinando su confinamiento hasta convertirlo en una especie de cautiverio a la carta, sino que la administración Sánchez ha pretendido combinar cosas tan extrañas como ahora multar a la gente por viajar a Palafolls durante Semana Santa para después decirle que ya puede ir a trabajar el próximo martes, siempre que tosa en el antebrazo, guarde una distancia católica con los compañeros de trabajo y, si le ha tocado la loto, que no se olvide de ponerse mascarilla por si las flies. Diría que no hay que ser Sherlock Holmes para anticipar que la próxima semana la ciudadanía saldrá mucho más a la calle y provocará un repunte de la enfermedad, y no porque la gente sea loca o egoísta, sino porque resulta bien difícil ver como la economía y la vida laboral se pone en marcha con una aparente normalidad y tú te lo tienes que mirar todo desde el sofá.

Me inclino a creer que la propuesta de los británicos, en el fondo y aunque arriesgada, era mucho menos cínica que eso de tener medio curada la enfermedad y decirle a la gente que ya puede ir a currar

Yo no sé si Boris Johnson lo acertaba o no al inicio de esta crisis, pero lo que sí resulta evidente es que eso de confinarse unos días para romper esta clausura justo duando las cosas empiezan a funcionar bien no tiene mucho sentido y quizás habría sido mejor no encerrarnos en casa antes que nada y centrar esfuerzos y presupuesto a construir más unidades de cuidado intensivos y respiraderos para evitar cuantos más muertos mejor. A diferencia de la mayoría de mis compatriotas, no me gusta hacer de epidemiólogo amateur, pero si la guerra del futuro será una cosa más de microbios que no de ejércitos o terroristas, quizás haría falta poner los huevos y las energías en el arte de matarlos y no ir jugando al gato y al ratón con el coronavirus como ha hecho la administración española. Si las próximas semanas hay un repunte del virus.... ¿empezaremos de nuevo la operación? ¿Y si aparece otro mal? ¿Volvamos a empezar, chicos, que no ha sigo nada?

Me afeito de hace bastante tiempo como para saber que las leyes del capitalismo afectan directamente a las decisiones políticas de los gobiernos y, por lo tanto, rigen los destinos de mi vida; y no me quejo, porque soy consciente de que la economía de mercado ha vencido otras formas alternativas de repartirnos la riqueza, justamente porque el capitalismo es el sistema que más se parece al hombre y mejor copia su naturaleza al mismo tiempo salvaje y bondadosa. Acepto que la economía tenga costes y que uno de estos incluso pueda ser el de mi propia existencia, pero en este contexto y en el caso que nos ocupa, puestos a vencer la enfermedad, quién sabe si no hubiera sido mejor no parar la máquina de nuestra vida cotidiana más que hacer confinamientos que al final no son confinamientos y clausuras en casa que no son más que vacaciones complementadas de teletrabajo y hombre schooling con los chiquillos.

Sé que eso de darle la razón a un político británico, conservador y que además tiene la indecencia de tener un currículum formativo mucho más extenso que la mayoría de nuestros gobernantes de baratillo ("yo, como Miquel, compraría la mona pero la enviaría por correo") son mucho pedir a la mayoría de encéfalos de mi tribu. Pero cada día me inclino a creer que la propuesta de los británicos, en el fondo y aunque arriesgada, era mucho menos cínica que eso de tener medio curada la enfermedad y decirle a la gente que ya puede ir a currar que, de no hacerlo, nos llegará una crisis de cojones. Ya ves qué cosas. Mejórate, primer ministro.