La alegría es el único enemigo que puede derrocar al totalitarismo y es así, con gran jovialidad y gesto escandaloso, que debemos celebrar la muerte del tirano, un traspaso que será muy pronto el renacimiento de Cuba y de las centenas de miles de ciudadanos inocentes a los que la tozuda persistencia en ideas erróneas que nunca han funcionado en lugar alguno les ha hecho perder un tiempo maravilloso. Porque este, más allá del silencio impuesto y de los crímenes contra los disidentes, ha sido el mayor pecado de Fidel Castro: robar la juventud a sus pobres súbditos con la excusa de una Arcadia que siempre ha estado muy cerca. La muerte se impone tarde o temprano, como así llegará algún día la democracia de partidos en la isla del Caribe y como así se acabará imponiendo inexorablemente la economía de mercado, que, con todas sus imperfecciones, es el sistema menos repulsivo con el que hombres y mujeres podemos gobernarnos.

Como buena caricatura amorfa de los ilustrados, los comunistas todavía no han entendido que la realidad no se ajusta nunca a nuestros deseos morales, por más loables e igualitarios que puedan ser, y que imponerlos solo puede derivar en el terror y la tiranía moral. El capitalismo y la democracia liberal han absorbido a todas sus alternativas económicas y políticas porque unidos conforman un sistema que refleja y digiere como ningún otro lo más excelso y lo más miserable de la naturaleza humana: el capitalismo nos ha regalado a Steve Jobs y nos ha castigado con Bernard Madoff, nos ha ofrecido la posibilidad de acceder a todos los rincones del planeta con una simple consulta de Google mientras nos castigaba con la obligación de sufragar a Rodrigo Rato y a toda una panda de banqueros fraudulentos que hemos acabado subvencionando cuando deberíamos haberles dejado hundirse en el propio fangal del ladronicio.

Nuestra mayor injusticia, a pesar de ello, es todavía tremendamente más digerible que la normalidad cubana y su aniquilación de la diferencia, expresada en detenciones arbitrarias, represión sexual y obligación de aprenderse la canónica marxista si uno quiere respirar. Vivimos mejor justamente porque no pretendemos tener razón y hasta hemos acabado acogiendo así de amistosamente a los disidentes del sistema, y de esta forma ayer mismo podíamos escuchar todavía a Manuel Delgado y a Josep Nuet afirmando felizmente en la radio que Fidel no fue un dictador sino un revolucionario de la resistencia. Nuet, el pobre pan con tomate de Nuet, uno de esos revolucionarios a tiempo parcial que pide desobediencia al capitalismo pero que contra España se mea en los pantalones cuando se trata de defender un referéndum. Nuet, Delgado, no sufráis: a pesar de que siempre hayáis errado en todo, seguiremos pagándoos la fiesta. Qué gentuza.

Será necesario mirar durante muchos días el mensaje de Raúl Castro a la nación cubana. Antigüedad marrón, muebles llenos de aristas, incineración secreta del tirano. A la tristeza de la dictadura nosotros responderemos siempre con champán y con más libertad. Venezuela fue primero, ahora, Cuba. Que no paren los brindis.