Parece a ciencia cierta que Carme Forcadell no repetirá como presidenta del Parlament y también diuen diuen diuen que la Molt Honorable dejará su butaca con vistas privilegiadas al hemiciclo (sin renunciar de momento a su escaño, que de alguna cosa se tiene que comer) porque quiere alejarse de la trinchera independentista y preservar tiempo para su defensa jurídica. Lentamente pero implacablemente, la máquina judicial española va decapitando la energía de los líderes encendidos de lo que tal día hará un lustro bautizamos como el procés (President, posi les urneees!). La cosa tiene algo de infantil y naïf, porque todo el mundo que se afeite desde un cierto tiempo sabe perfectamente que el poder español reprimirá a los políticos catalanes que tiene en el punto de mira tanto si están en el Parlament como si se esconden en un bar de chinos: la burocracia, por desgracia, tiene la virtud de ser una presencia gaseosa.

De hecho, al centralismo madrileño ya le va bien que los políticos catalanes estén activos, aunque sea en la sombra, porque como más visibles sean más los podrá presionar con la amenaza de meterlos de nuevo en el trullo. La omnipresencia de la represión española hará cada día más evidente que la actual generación que ha encabezado el procés, y que nos puso la miel de la independencia en los labios para abocarnos a un estado de preautonomía, necesita de un recambio urgente. Artur Mas ha abanderado la llama de la retirada, que ya tocaba, y Forcadell lo seguirá muy pronto. El Estado es implacable y, en eso tiene razón el Molt Honorable 129, pues se ha puesto como objetivo aniquilar la dignidad de nuestros antiguos consellers: mirad a Joaquim Forn, un indepe de aquellos a quienes el pujolismo siempre había tratado con condescendencia, afirmando por escrito la vigencia de la Constitución y la esterilidad de la hoja de ruta.

Forcadell exigió a Artur Mas que diera un paso adelante y ahora, por ironías del destino, da un paso al lado con el antiguo Molt Honorable

En resumidas cuentas, España tendrá todo el tiempo del mundo para ir minando la moral de los antiguos líderes soberanistas y, dentro de muy poco, los partidos tendrán la obligación de dar a sus electores una nueva versión de la hoja de ruta y, vista la represión judicial, un contrato que establezca muy bien los límites a los cuales están dispuestos a llegar. Pero el hipotético atardecer de Forcadell lleva a uno de los debates que el soberanismo no ha querido afrontar para hacer crítica (y ya sumamos unos cuantos): teóricamente, asociaciones cívicas como la ANC habían tenido razón de ser en tanto que contrapunto a la dinámica de los partidos independentistas, habitualmente lastrada por intereses contingentes, y sobre todo como medida de presión a la clase dirigente para llegar a la secesión sin subterfugios. Visto que los dos líderes de la ANC han acabado en el Parlament en coaliciones que escondían los partidos de siempre, el plan inicial se ha pervertido.

Forcadell fue pionera en una tradición consistente en formar parte de un partido, abandonar las filas para pasarse a una entidad cívica de presión (President, posi les urneees!) para acabar de nuevo en la guarida partitocrática, una curva que Jordi Sànchez ha seguido a rajatabla y que ahora pondrá bajo sospecha a cualquier persona que lidere la ANC, si es que esta entidad quiere seguir teniendo vigencia como arma de presión y riesgo. Quizás, vista la alegría con que las entidades cívicas se tragaron la suspensión de la independencia y su aprobación simbólica, sería buen momento para ir cambiando esta forma de obrar: si se quiere muscular desobediencia desde la sociedad civil, lo cual me parece la mar de bien, pero entonces sería oportuno mantenerse fuera del ámbito de los partidos políticos. Ya sé que todas estas discusiones os dan pereza, pero yo he venido aquí a espabilaros el espíritu.

Forcadell exigió a Artur Mas que diera un paso adelante (President, posi les urnees!) y ahora, por ironías del destino, da un paso al lado con el antiguo Molt Honorable. Dicen que quieren preparar sus respectivos juicios, pero lo único por lo que se afanan es para desaparecer. Pese a quien pese, enfade a quien enfade.