La Aenecé y Òmnium han pedido a los papis catalanes que enciendan farolillos indepes en la Cabalgata de los Reyes Magos en Vic, porque así La Nostra captará imágenes de la estelada ascendiendo a los cielos de Osona, como si fuera el mismo Cristo a la búsqueda de consuelo paterno. Pero ahora algunos papis catalanes dicen que eso no, que no fotem, que la cosa de los Reyes es un asunto de niños (lo dicen así, en idiolecto cursi; una noche de los niños, una noche para mantener la ilusión de los chiquitines, una noche de esperanza para los mozuelos, una noche de los pequeñuelos y de nadie más) y que esto de meter ahí esteladas como que no, que no cardis tío, que la política no puede manchar los sueños de los braguillas. 

A los novecentistas del Eixample, estetas y traidores militantes, esto de encender farolillos y enarbolar esteladas siempre nos ha parecido una mariconada, ya lo sabéis. Pero en este caso convenimos con los motivados de nuestra sociedad civil y no por razones nacionales, que la patria son los zapatos de cada uno, sino porque eso de ahuyentar cualquier sarao indepe basándose en la protección de los pequeñines es digno de beatas. Porque todos sabemos que lo de los Reyes –como todo quehacer infantil– es una fiesta de los padres, una procesión de padres motivados, embutidos y a trompicones a la caza del regalo, y no algo que tenga nada que ver con el honor de la pobre e indefensa juventud.  

Ahora resulta que alzar un farolillo hacia el cielo con una estelada nos traumatizará a los pobres chapulines

Desconozco si los reyes existen, queridos chavales, pero los padres y su puritanismo estúpido perviven intactos. Ahora resulta que alzar un farolillo hacia el cielo con una estelada nos traumatizará a los pobres chapulines, cuando lo que debería preocupar a los papis de la tribu debería ser el viacrucis de obligar a los niños a pasearse persiguiendo a tres carniceros de Vic disfrazados de monarca entre tanto grito y lanzamiento de caramelo. Lo que debería intranquilizar a los papis del pueblo, en definitiva, es el mal gusto militante de embutir a los niños en una masa uniforme de familias persiguiendo al tractor real, traumatizándoles la existencia sin ninguna piedad por el buen gusto.

Los farolillos indepes son algo tan ordinario como esto de la cabalgata y puestos a ser cutres y a vivir de ilusiones, que todo el mundo los encienda para inundar la procesión con estrellas, y ya de paso que los monarcas lean en voz alta la ley de la desconexión o cualquier inútil papelazo procesista. Así los papis catalanes sabrán si al día siguiente los Reyes les traerán regalos o una buena cagada de vaca. Y que me perdonen si les quito la ilusión, pobrecitos papis de la tribu.