Uno de los hechos más enternecedores de este nuestro post-proces a la neo-autonomía (y perdonen el abuso en el prefijo) es comprobar como los amigos de Esquerra intentan devenir la nueva Convergencia así como situar la hegemonía política del país hacia el ámbito del centroizquierda. No es la primera vez que los republicanos lo intentan, pero hasta el momento Artur Mas y Carles Puigdemont les habían robado la cartera en el último minuto de partido con la excusa de ir de la mano por el mundo mediante las coaliciones de Junts pel Sí y Junts per Catalunya, respectivamente. Oriol Junqueras, que es mucho más inteligente y tiene mucha más mala folla que sus antecesores al frente de los republicanos, ha decidido no caer nunca más en la trampa y ha dictado una bulla según la cual antes se pactará con Vox que no con un convergente; y, como es sabido, todo aquello que sentencia el Espíritu Santo de Lledoners va a misa.

Vaticanista profesional, Oriol sabe perfectamente que, de la noche al día, cuatro cacos de barrio no pueden convertirse en líderes de la mafia. Éste es el trasfondo que explica la fulminación sideral de Alfred Bosch y la irrupción de Ernest Maragall como jefe de campaña de Esquerra en Barcelona; con el tete, Junqueras pretende ganar un acceso a las élites barcelonesas con el que no podría soñar ninguno de sus ancestrales militantes. Pere Aragonès puede hacerle todas las caricias del mundo a Isidre(o) Fainé, los alcaldes republicanos de la Costa Brava pueden ejercitarse en el arte de la tala de árboles y la recalificación, en arte imitativa de sus papis convergentes, pero nadie como Ernest para hablar de tú a tú a la gente de pasta del Ecuestre; y si se da el caso de que algún empresario, a pesar de vivir hace más de cincuenta años en Barcelona, no acaba de entender el catalán, pues nos cambiamos al español, ¡y tararí que te vi!

Ésta es la nueva esquerrosociovergencia, un invento que, como siempre, de momento sólo triunfa en las encuestas

De hecho, la incorporación de Elisenda Alamany todavía le regala más diversión al asunto. Junqueras ha hecho posible que una señora que militaba en un partido regido por el loabilísimo objetivo de derrocar el régimen del 78 acabe de número dos de uno de los fontaneros principales de la casta post-franquista. Oriol lo está haciendo de coña: una de las grandes lecciones que le enseñó el pujolismo es que en Catalunya todo dios tiene unas convicciones muy sólidas hasta que se le puede comprar. Así la pobre Elisenda, ya ve usted, que le ha arrancado al tete el compromiso de pelear por el legado del 15-M. ¡Ernest, pobrecito mío, que nación en cal poeta, musculando progresismo y defendiendo a los peluditos! ¡La cosa es para troncharse de la risa! Para condimentarlo de centralidad, a Maragall y Junqueras sólo les faltaba un convergente simpático; y Miquel Puig es de aquel tipo de peña que siempre acaba aceptando una nómina con sumo placer.

Ésta es la nueva esquerrosociovergencia, un invento que, como siempre, de momento sólo triunfa en las encuestas. De momento, sabemos que el afán aglutinador de Junqueras ha obtenido la respuesta clásica de los convergentes; promocionar un espacio de competencia con el objetivo de que ERC pierda votos. Así se explica la emergencia del Front Republicà, el chiringo del amigo Albano y los chavales de Poble Lliure con Baños de adlátere, que le robará un par de sillas congresuales al bueno de Rufián. A su vez, también hemos visto un clásico de la convergencia puigdemontista: especular con el retorno del president, ahora revestido de una intervención europea que, como sabe cualquier alma de cántaro, no acabará sucediendo. Con el espacio convergente más débil que nunca y con los liderazgos de Artadi y Borràs fuera de la Generalitat, quizás será éste, finalmente, el momento que tanto ha esperado Oriol Junqueras y su partido.

¿Pero hacía falta todo este viaje, Oriol, para acabar como Pujol?